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Un 18 de marzo como hoy, pero de 1845, murió en Fort Wayne, Indiana, John Chapman, recordado como Johnny Appleseed, «Juanito Semilla de Manzana», o, también, «Juan Manzanita». Quien visite hoy la ciudad de Leominster, en Masachusets, no puede dejar de enterarse de que John Chapman nació allí el 26 de septiembre de 1774. Llevan su nombre escuelas y calles y su estatua de bronce tiene casi tres metros de altura.
Su fama, más que en hechos documentados, se basa en mitos que lo volvieron una especie de Francisco de Asís estadounidense que recorría el oeste haciendo amistad en los bosques con criaturas salvajes y regalando manzanas. Ya los grabados de la época lo representan harapiento, con un plato de lata por sombrero y un saco de semillas al hombro, un buen salvaje que con la manzana quiso llevar a todos salud gratis en tiempos duros.
Chapman dejó su natal Massachusetts en la década de 1790 para hacer fortuna. El consumo de sidra en esos días hacía de las manzanas una oportunidad comercial que supo aprovechar este discípulo de Swedenborg que cruzó Pennsylvania, Ohio e Indiana en la primera mitad del siglo XIX llevando buenas semillas y buenas nuevas del reino de los cielos y que, para dar de beber antes que para alimentar a sus clientes, plantó cada vez más huertos a fin de satisfacer la demanda y murió rico, dueño de más de mil doscientos acres de tierra.
A comienzos del siglo XX, la industria estadounidense de la manzana quiso sacudirse el estigma ligado a las bebidas alcohólicas y Chapman –reforzando un proceso iniciado en la tradición oral a fines del siglo XIX– pasó a convertirse definitivamente en el benefactor popular Johnny Appleseed. En la vida real, Chapman viajó cultivando, literalmente, su fructífero negocio. Dejó Massachusetts a los veintisiete años y no volvió a establecerse en ningún lugar, errancia que convenía a su actividad: comprar tierras a precio barato, plantar manzanos, contratar lugareños para cuidarlos, seguir viaje y volver para vender los árboles jóvenes a los colonos recién llegados.
Que no se los compraban para hacer tartas de manzana. De hecho, para obtener manzanas comestibles Chapman probablemente hubiera necesitado recurrir a injertos. Las manzanas de los árboles de Chapman eran, atestigua por esos días en «Wild Apples» (1) Henry David Thoreau, «tan agrias como para destemplarle los dientes a una ardilla y hacer chillar a una urraca». Pero, como es sabido, las frutas agrias dan buena sidra, y las manzanas de Chapman eran mejores para beber que para comer.
En la leyenda popular –yo la conocí en mi niñez, en la biblioteca de mi abuelo, en un cómic publicado en México dentro de una colección llamada Clásicos Infantiles Ilustrados, con el título de Juan Manzanita–, Johnny Appleseed no se parece al realista y próspero hombre de negocios que sabemos por el relato histórico que fue John Chapman, y nada hace sospechar que murió en la riqueza. Cuenta la tradición que en vez de abrigo llevaba un saco de papas, que pasó un invierno en un tronco, que compartió sus semillas con los indios y que estos, agradecidos, le enseñaron el uso de las plantas medicinales.
En el mito, mientras Juan Manzanita viajaba, su fama de curandero crecía a su paso. Johnny Appleseed, suerte de hombre casi edénico, si no en estado natural, al menos en armonía con la naturaleza, cumplió, dentro del marco del relato colonial, varios papeles, y uno fue el de avanzada pacífica entre unos nativos concebidos (aunque, a diferencia del buen Johnny, de modo inquietante, no inocuo) como «salvajes» y a los que se le piensa, en su candor, más afín que los demás hombres «civilizados».
El vagabundo que regalaba fruta fue en gran parte creado, así, a principios del siglo XX por la industria estadounidense de la manzana. La historieta mexicana de la biblioteca de mi abuelo, publicada en la década de 1960, era una versión en español de un original más antiguo en inglés, sin duda solo uno de mil productos de la industria cultural sobre esta figura trashumante, fantasía que, elaborada a partir de un rico empresario, se alejó del «modelo» original hasta el polo opuesto de la pobreza franciscana, tal como su mercancía perdió su vínculo con la sidra barata para viajar al extremo contrario del alimento recomendado por los nutricionistas. La historia de John Chapman y su alter ego Johnny Appleseed es la historia de los cambios sociales que tienen lugar entre finales del siglo XIX y comienzos del XX y del creciente peso de la industria cultural en la conformación del imaginario colectivo. En esos años de alarma por los problemas de violencia urbana asociados, se creía, al abuso del alcohol, los productores necesitaban limpiar sus manzanas del estigma de la sidra y alejarlas de la rica historia de la dipsomanía norteamericana. Medio siglo después de muerto John Chapman, Juan Manzanita cayó del árbol en su ayuda.
Notas
(1) «Sour enough to set a squirrel’s teeth on edge and make a jay scream». Henry David Thoreau: «Wild Apples», en The Atlantic Monthly, noviembre de 1862. (Traducción propia.)