Juan E. O´Leary y su apasionado “lopizmo”*

Juan Emiliano O’ Leary (1880 – 1969) “Fue el primer paraguayo que gritó fuerte a los vencedores”. Esta frase de Justo Pastor Benítez (El solar guaraní) designa al escritor que, muy joven todavía, sorprendió a la sociedad de su tiempo con el atrevimiento de levantar la voz en favor de una idea mayoritariamente impopular: el lopizmo. La osadía subió de punto cuando, por el mismo tema, enfrentó a su maestro Cecilio Báez, influyente intelectual y político, con una encendida polémica que se extendió desde octubre de 1902 hasta diciembre de 1903.

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El debate saltó de los diarios a los hogares y sitios públicos donde Báez contaba con un número mayor de adherentes. Los adversarios del mariscal López, concentrados en su figura “siniestra”, pasaban por alto el sacrificio y el heroísmo del pueblo que lo siguió en cinco años de una guerra de exterminio.

El apasionado “lopizmo” de O´Leary se origina, irónicamente, en las mismas enseñanzas de su maestro Cecilio Baéz, a quien escuchaba en las aulas defender con entusiasmo y elocuencia “la causa paraguaya” encarnada en López. Su elogio de la valentía del soldado en defensa de la patria prendió en el alma de O´Leary como un fuego que habría de abrasarle para siempre. Esta actitud le acercó, incluso, al Partido Liberal de su maestro. Por algún motivo, Báez cambió de opinión y se puso al frente de los críticos del mariscal y de sus seguidores en la guerra. Esta rectificación, acompañada por sus frases que se hicieron famosas -“las batallas sin glorias de la tiranía”, “pobres cretinos conducidos por el látigo a los combates como la res al matadero”- inflamó el espíritu juvenil del alumno y se lanzó contra el maestro con todas las razones y sinrazones a su alcance.

Por muchos años -por demasiados años-, O´Leary sólo tuvo el aliento de sus propias convicciones, las que le ayudó a sobrevivir una atmósfera cargada de hostilidad. Su “lopizmo” -una palabra peyorativa entonces- le significó las dificultades propias de provocar a los poderosos. Pese a las muchas obstrucciones, sus afanes de vindicar una causa -mayoritariamente aborrecida- no tuvo descanso. Desde la cátedra, de la que fue expulsado; desde la prensa, en la que fue silenciado muchas veces; desde los actos públicos, en los que casi siempre le agredían, gritaba el nombre de los héroes y los sitios que recordaban las batallas perdidas con honor.

Con el seudónimo de Pompeyo González, O´Leary publica en “La Patria”, el 17 de abril de 1902, su primer artículo contra Bartolomé Mitre. Dos semanas después, el 2 de mayo, memora la batalla de Estero Bellaco en un encendido elogio a los combatientes, iniciando así la serie que se conocería como “Recuerdos de Gloria”. En “Letras Paraguayas”, apunta Natalicio González: “Y no pasó ya, desde entonces, ninguna de las efemérides culminantes de la guerra, sin que Pompeyo González las reconstruyese con su cálida dicción evocadora. En un país aplastado por la derrota, donde los espíritus vivían amilanados, habló con valentía inaudita”.

Con la aparición de “Recuerdos de Gloria” corrió el rumor de que los gobiernos del Brasil y la Argentina, molestos por el trato dado a Pedro II y a Bartolomé Mitre, estaban nuevamente dispuestos a traernos la guerra. Seguramente los “antilopiztas” querían presionar a O´Leary para que suavizara sus críticas o se llamase a total silencio.

Ante los espíritus amilanados por la derrota, O´Leary levantó su verbo encendido para decirles a sus compatriotas que no se dejen vencer por más adversidades; que si la guerra se ha perdido, casi con el exterminio de la población, era posible reconstruir la patria desde la convicción de un pasado al que se debe honrar y no maldecir; glorificar y no blasfemar; que el aliento para levantarse estaba en el ejemplo de quienes murieron por su tierra, y no en quienes vivían tomados de los brazos que cavaron la tumba.

O´Leary no fue historiador en el sentido riguroso del término. A él no le interesaba sino escribir sobre la fracción de verdad de los acontecimientos de la Guerra. Y aun esa parte de verdad la mutilaba si no le servía para avivar el ánimo decaído de la mayoría de sus compatriotas. De historiador tiene el relato de los hechos que ocurrieron. Se documenta de las visitas a los escenarios de la guerra y del diálogo con los protagonistas. También bebe en la fuente fluida de los discursos “antilopiztas”. Como escritor, maneja con maestría las imágenes a las que da calor y color. La pasión puesta en sus relatos pretende pulverizar la razón de los invasores: que vinieron a “civilizar” al Paraguay librándolo de un tirano. Intentaba que los paraguayos desoyeran las “verdades” de la Triple Alianza y no se pusieran del lado de quienes causaron su miseria. Condenar a los soldados de López, decía, era abrazarse al enemigo que había devastado el país, que había truncado las enormes posibilidades de crecer quién sabe hasta qué impensadas alturas.

En “Apostolado patriótico” dice O´Leary: “El dilema es claro y sencillo: o estamos con él (López) o con la Triple Alianza. No podemos estar al mismo tiempo contra él y contra la Triple Alianza. Porque si creemos que sólo fue un tirano, un loco sanguinario, un monstruo que nos sacrificó a su ambición, justificamos al enemigo que vino a redimirnos. Y si reconocemos que los invasores se aliaron para destruirnos, para repartirse nuestros despojos, para anular nuestra soberanía, de acuerdo con las estipulaciones del tratado secreto, tenemos que reconocer que lo que defendió hasta morir no fue su propio interés sino la causa nacional”.

Desde esta idea, O´Leary se consagró a la tarea de refutar al enemigo y de aclamar a los hombres, mujeres y niños que pelearon en defensa de su tierra saqueada.

Esta postura le ha causado muchos sinsabores. Uno de ellos, de acuerdo con el relato de Natalicio González en su obra citada, un grupo de personas se reunió en la Recoleta el 22 de setiembre de 1907 para memorar, ante la tumba del general José Eduvigis Díaz, el aniversario de la batalla de Curupayty. O´Leary “pronunció un vibrante discurso, lleno de unción patriótica”. Le siguieron otros oradores cuando uno de ellos fue interrumpido “por los gritos estentóreos de ¡muera López!, proferidos por el ministro de la Guerra, coronel Manuel Duarte”. A este grito le siguió “una carga de soldados que, sable en mano, pretendió disolver la patriótica manifestación”. El resultado fue varios contusos. Escenas como éstas eran frecuentes entre el escaso número de “lopiztas” y la mayoría de “antilopiztas” que se dieron hasta muy entrado el siglo XX.

Justo Pastor Benítez agrega: O´Leary es “Poeta y prosador de incendiada elocuencia. No conoce matices, carece de mesura, pero crea belleza y contagia de emoción. O´Leary es uno de esos grandes agitadores de conciencia que necesitan los pueblos para no debilitarse, para no apartarse de su tradición de lucha. Su palabra tiene rudeza profética y la parcialidad inevitable de la afirmación rotunda”.

He aquí un breve ejemplo de su prosa. Relata la marcha de López hacia Cerro Corá: “A través de los interminables caminos, en medio de los bosques, sobre las altas cordilleras, se veía cruzar la larga caravana, avanzando en silencio, en pos de aquel hombre portentoso, gigantesca encarnación de nuestra raza. Hambrientos, desnudos, lacerados por las inclemencias de la naturaleza, caminaban durante el día, abrasados por un sol de fuego, y en las tibias noches, a la clara luz de la luna, caminaban también, sin descanso, bajo la serenidad de los cielos. Aquella ruta trágica quedó cubierta de cadáveres y el enemigo, al avanzar sobre nuestras huellas, lo hacía sobre una blanca alfombra de huesos humanos”.

Similar estilo identifican a sus libros, artículos periodísticos, conferencias. No es, desde luego, el lenguaje de un historiador. Es la prosa de un escritor que asumió la tarea de entusiasmar a sus compatriotas por los valores nacionales sin mancha de “legionarismo”.


EL LIBRO DE LOS HÉROES

Los compiladores Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal, exigidos por el espacio de este loable emprendimiento editorial, hicieron una rigurosa selección de los relatos contenidos en este conocido -y agotado- libro de O´Leary, El libro de los héroes, editado en Asunción en 1922. Escogieron: Héroes de los lanchones, General Patricio Escobar; Natalicio Talavera, Valois Rivarola, Florentín Oviedo, Real Peró, Saturio Ríos, Lo cómico y lo trágico, Los héroes de la península y Las Mujeres de Piribebuy.

Los variados temas emprendidos por O´Leary confluyen en un solo propósito: relatar el heroísmo de civiles y militares, los sucesos trágicos y las anécdotas risueñas, ingeniosas, distendidas, que en conjunto son la imagen de la guerra, de la condición humana.

En estos relatos, como en los otros que conforman El libro de los héroes, O´Leary es el mismo de la totalidad de sus escritos referidos a la Guerra de la Triple Alianza. No se mueve un milímetro de la intención de guiar a los lectores hacia la aceptación irremediable de un pueblo que luchó, no por miedo a los latigazos de un tirano, sino movido para honrar a la patria avasallada y honrarse ante la historia.

O´Leary nunca entendió que el odio a López se extendiera a sus soldados -hombres, mujeres y niños- a quienes igualmente se pretendía cubrir de ignominia. En su referido “Apostolado Patriótico”, dice: “Si el mariscal López fue un bárbaro sin ley, una fiera cruel y cobarde, un verdugo sin piedad, un bandido concupiscente, que no se preocupaba de la suerte de su país y sí, solo, de satisfacer su sed de sangre, los que le siguieron, los que se identificaron con él, los que teniendo el camino abierto para ir a incorporarse a sus libertadores, prefirieron acompañarle, fueron o simples cretinos, como quiere Báez, o monstruos como el monstruo que los acaudillaba”.

En cada uno de los relatos de El libro de los héroes -como se anuncia en el título- el autor demuestra que sus personajes no han sido ni cretinos ni cobardes. Los presenta en un momento en que todo es desquicio, drama, sufrimientos, entre los que en un inspirado claroscuro dibuja el gracejo para suavizar el paisaje humano aprisionado por la tragedia.

O´Leary acepta que el Paraguay quedó devastado, extenuado, indigente, a causa de la guerra. Pero rechaza con vehemencia que los paraguayos tuvieran la culpa y no los países aliados. Le pareció que era más que suficiente el sacrificio de los combatientes, para envolverlos también en la calumnia, hija del odio.

Se critica a O´Leary su defensa desmesurada de López y de sus soldados. Pero esa crítica, en muchos casos, nace igualmente de un espíritu desaforado, de una mente trastornada por el odio. Estos extremos expresan el juicio subjetivo de los hechos que hasta hoy perduran, no obstante los muchos estudios realizados con rigor, serenidad y templanza.

No diré que en este libro esté el mejor O´Leary. El mejor O´Leary está en todos sus libros. Fue absolutamente lineal. No hay una gota de contradicción en su portentosa labor de reivindicar a los héroes de las ofensas, dictadas por el rencor y la venganza, con que pretendieron mancillarlos para siempre.

*“Introducción” al Libro de los héroes, selección de Carlos Villagra Marsal y Rubén Bareiro Saguier, Edit. Servilibro, 2007
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