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Cabe mencionar que Armando Almada Roche nació en Formosa, Argentina, de padres paraguayos, y pasó la mayor parte de su vida en Asunción, Paraguay. Colaboró con los medios gráficos más importantes de Buenos Aires: La Prensa, La Nación, La Opinión, Tiempo Argentino, Clarín, Siete Días, Primera Plana. También fue una suerte de corresponsal literario de los diarios de Paraguay: Hoy, Ultima Hora, La Nación, Ñandé. En la actualidad colabora con el Suplemento Cultural del diario ABC Color.
“Conocí a Josefina Plá en 1960, época de grandes cambios en el mundo entero, en un momento histórico en que la humanidad empieza a ser distinta. Comencé a asistir a sus conferencias, la oía hablar y su verbo rico y sencillo, lleno de palabras profundas, me encantaba. Sin embargo, nunca me atreví a abordarla. La tenía allá arriba, como algo inalcanzable. Sentía por ella una casi perpleja admiración. Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Josefina Plá inspiraba todos esos sentimientos como muy pocas poetas, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción”, escribe Roche.
Cuenta Armando, con relación al sitio donde vivía la gran poetisa: Era una casa de puertas abiertas en donde se mezclaban el olor intenso a cigarrillo apagado, a jazmín y de orines de los gatos. A su dueña le encantaban esos felinos, protegía y alimentaba a cuantos gatos callejeros anduvieran por ahí, que muchos terminaron aprovechándose de su hospitalidad, igual que algunos vecinos. En aquel reducto austero muchas gentes tuvieron el privilegio de charlar con ella, de recibir sus enseñanzas, sus consejos. Ella estaba ahí en su vasto reino de pesadumbre, lo sabíamos porque de noche veíamos una luz amarilla en su ventana y en los patios, que parecían de navegación a través de las ventanas del lado de la calle, o la descubríamos en la penumbra de su viejo corredor en donde se refugiaba (esa impresión de irrealidad y de serenidad es mejor recordada por mí en una historia o símbolo, que parece haber estado siempre conmigo); su vida seguía, publicaba sus notas, daba charlas. Enseñaba desde el limbo de la gloria, de viva voz y de cuerpo presente a cualquier hora y a distintos alumnos o discípulos con una parsimonia rupestre pero también con una diligencia inconcebible a su edad, visitada por periodistas, escritores, poetas y artistas plásticos que pedían de su boca un consejo.
Es importante que los lectores conozcan la biografía de la mejor escritora del Paraguay: Su nombre completo es María Josefa Teodora Guerra Galvany. Una persona que nace en un faro y es hija de un farero está tocada por el destino. La gente común no nace y corre y juega en un faro. Josefina Plá, así se la conoce, nació en 1903 en el faro de la Isla de Lobos, vecina a la canaria Fuerteventura, y luego recorrió otros varios faros en su infancia siguiendo los destinos de su padre el farero. El de San Sebastián, por ejemplo, que tan importante sería en la memoria de su vida. Y un día encontró a un tipo raro que se dedicaba a pintar y a hacer cerámica y que era amigo de los pintores y artistas de la época, en Madrid primero como el clima se le hacía duro tratándose de un paraguayo, se marchó a vivir y trabajar en un pueblo cercano a Alicante, Villajoyosa. Luego se unió con él en matrimonio el eximio ceramista paraguayo Andrés Campos Cervera, más conocido por el seudónimo de Julián de la Herrería.
Su partida de nacimiento, que se halla en el juzgado de paz de Yaiza, en Las Palmas de Mallorca (España), atestigua que nació en esas tierras. Una copia de la misma nos fue proporcionada por Rodrigo Campos Cervera, sobrino carnal y suerte de “cuidador” de su figura y de los documentos que quedan de su persona. Sus padres fueron don Leopoldo Plá y Botella y doña Rafaela Guerra Galvany. Su padre era torrero de faros, trabajo que empujó ala familia a cambiarse de un lugar a otro por casi toda la ribera marítima española.
En 1902 su padre fue destinado como torrero suplente a las Islas Canarias y le dieron el Faro Martiño, en la Isla de Lobos.
Se lee en el libro de Almada Roche lo siguiente: Vy’a Raity fue el nombre que adoptó para sus reuniones, al margen de los quehaceres literarios cotidianos, el grupo del 40. El grupo del 40 fue un poco más amplio y asumió otra fisonomía. La renovación de la literatura local, a mi ver, no sería comprensible sin el Grupo; Vy’a Raity fue un agradable capítulo pero no lo esencial ni el crisol del movimiento actualizador, aunque por supuesto contribuyera grandemente a él en espíritu y en verdad. El movimiento actualizador se fraguó a través de la obra de estos poetas en las páginas de El País.
Cuenta Josefina Plá: “El Grupo del 40 lo formaron cuatro generaciones sorprendentemente unidas en el propósito renovador: Julio Correa (1890), Hérib Campos Cervera (1905), Augusto Roa Bastos (1917), Ezequiel González Alsina (1918), Hugo Rodríguez - Alcalá (1917), Oscar Ferreiro (1922) y Elvio Romero (1926, precursor de la generación del 50)”.
La artista recuerda: “Vy´a Raity nació en 1943. Ocupaba una casa en la primera cuadra de Herrera después de Independencia Nacional. Si no recuerdo mal pregúntele a Elvio Romero. Vy´a Raity no era un grupo en el sentido de tener programa o plan. Tenía, tal como yo lo sentí o interpreté un eslogan pocas veces traído a cuento, precisamente porque todos lo llevábamos dentro, y era lo mismo del Grupo Arte Nuevo: Unidos para hacer cada cual aquello que más se sienta llamado a hacer. Diversidad de rumbos en unidad de propósitos. Y este propósito resumido: la liberación individual en la poesía”.
JOSEFINA PLÁ Y EL PERIODISMO
Cuando el autor de este texto valioso que al preguntar a la escritora si en algún momento ella se sintió rechazada, obtuvo la siguiente respuesta: “Nunca se me rechazó. Es verdad que la literatura era la única actividad extramuros domésticos que por entonces se considerase no del todo delictiva para una mujer, con tal que no saliese del carril y cantase a unos bigotes masculinos en lugar de cantarles a unos rizos infantiles. Y cuando llegó la guerra del Chaco y yo estaba en El Liberal como Secretario de Redacción (fui el primer periodista mujer de planilla en 1928 en El Orden, y luego como Jefe de Redacción), puesto al cual no ha llegado otra mujer, localmente, aún, a pesar de los cincuenta y cuatro años transcurridos, algunos protestaron de que ese puesto se le diese a una mujer. Pero el Dr. Efraím Cardozo, que me dejara el cargo mientras viajaba a Río por ocho meses para estudiar los archivos, contestó que si alguno estaba dispuesto como yo a hacer el trabajo de cinco redactores y del corrector de pruebas, le daría el puesto. Pero nadie se animó. Y uno de ellos, al terminar aquellos ocho meses, meses tremendos, con el regreso del Dr. Cardozo, me saludó diciendo: ‘No pensé que usted aguantaría’”.
EL TEATRO
Cuando Roche le pregunta el significado que tiene para ella el teatro, la artista reflexiona así: “Convencionalmente, una de las formas literarias reconocidas por la preceptiva tradicional: la fusión de épica y lírica en una tercera forma con carácter propio. Personalmente, uno de los modos que adopto para expresar contenidos para los cuales no hay cabida suficiente o adecuada en la poesía o en el relato. Desde el punto de vista de la palabra fundadora del hombre el teatro es la forma que adopta para expresarse y comunicarse la conciencia que un pueblo tiene de sí mismo como ente histórico y social y portador de valores humanos”.
POESÍA PARAGUAYA
TRANSMUTACIÓN 6
La vida es una metáfora
en eterna fuga
atravesando el paso estrecho
e inevitable
de todos los vientos,
hasta descubrir
el ojo ensanchado
donde la razón pronuncia
su palabra más leve
y su grito más libre:
¡Eureka!
Gloria Marecos
delfina@abc.com.py