José Enrique Rodó y su impronta americanista

En el año del centenario del fallecimiento de José Enrique Rodó (Montevideo, Uruguay, 15 de julio de 1871-Palermo, Italia, 1 de mayo de 1917).

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El año 2017 se inicia como augurio de grandes acontecimientos y recordaciones. La «isla rodeada de tierra» conmemora el centenario del nacimiento de Roa Bastos; es el centenario de la aparición de la Virgen de Fátima en Portugal; los cien años del estreno en Montevideo de La Cumparsita, del compositor uruguayo Gerardo Matos Rodríguez, y el centenario del fallecimiento de don José Enrique Rodó, escritor, intelectual y político uruguayo que a lo largo de sus jóvenes pero intensos cuarenta y cinco años de vida dio un sentido nuevo y vigoroso a la idea de una América unida y a la búsqueda de la originalidad latinoamericana.

Rodó fue el más universal de los integrantes de la Generación del 900, contemporánea de un Uruguay en profunda transformación, que comenzaba a gestar el primer estado de bienestar del continente, que recibía importantes corrientes migratorias europeas y que estaba matrizado por un proceso de secularización que, bajo la presidencia de Batlle y Ordóñez, iba alejando a la nueva sociedad uruguaya de sus fundamentos cristianos.

En este Uruguay finisecular Rodó (con veintinueve años) publica Ariel (1900), una de las obras de mayor gravitación del pensamiento latinoamericano, un verdadero «sermón laico» para que la juventud de América se transformase decididamente en el nuevo sujeto político y protagonista del inaugural siglo XX, apelando a un fuerte sentido de identidad y a la reivindicación y defensa de lo latinoamericano frente a la América anglosajona.

En sus Motivos de Proteo (1909), Rodó alcanzó quizás su ensayo más ambicioso (aunque no logró tener la dimensión y trascendencia de su Ariel) con un lenguaje refinado y estético –propio del modernismo– destinado a alcanzar la transformación personal y social, singularizando para ello el valor de la voluntad y desarrollo de la vocación.

En el Mirador de Próspero (1913), el escritor uruguayo compendia su producción intelectual de dos décadas, en la que sobresalen ensayos históricos, literarios, morales, sociales e hispanoamericanos, así como el desarrollo del concepto de «Magna Patria», que permearía toda su producción literaria y su pensamiento político («patria es, para los hispanoamericanos, la América española», enfatizaba Rodó).

En Liberalismo y Jacobinismo (1906) explicita de manera contundente su rechazo a la medida del gobierno de Batlle y Ordóñez de retirar los crucifijos de los hospitales públicos que eran valorados, por entonces, como una expresión del fanatismo religioso y una actitud proselitista de la Iglesia Católica. En estos artículos que estructuran el libro, Rodó (que no profesaba la religión católica sino que mostraba su profunda admiración por Jesús) calificó esta medida de «jacobina» (es decir, propia de un partido que sustenta el absolutismo dogmático de su concepto de verdad), reivindicó la humanidad íntegra de Cristo y lo consideró el padre de la moral caritativa.

Rodó fue, igualmente, un activo político (diputado del Partido Colorado durante tres legislaturas) y desde esta tribuna intentó renovar el ala liberal de su partido, librando una de las más significativas batallas políticas contra el presidente Batlle y Ordóñez al oponerse al proyecto de reforma constitucional que instauraría un Poder Ejecutivo colegiado.

Su obra tuvo influencia en las primeras décadas del Paraguay del siglo XX, cuyos principales periódicos de entonces recogían en sus editoriales los principios «arielistas». El movimiento político más atraído por el mensaje de Rodó fue la Liga Nacional Independiente (1928), cuyos máximos representantes fueron el excanciller Juan Stefanich y el periodista Adriano Irala. Abrigaban el pensamiento «rodoniano», además, el activo Centro de Estudiantes de Derecho paraguayo y la revista Ariel.

En 1913, una delegación uruguaya de estudiantes era recibida por el presidente Schaerer, siendo portadora de un mensaje de Rodó: «El Uruguay es el Paraguay atlántico y el Paraguay es el Uruguay de los trópicos», de alguna manera la síntesis de la reciprocidad de afectos, comunidad de intereses y armonía de destinos de dos pueblos hermanos.

Un Rodó abatido, enfermo, consumido por la fiebre tifoidea moría en la mañana del 1 de mayo de 1917 en Palermo (Italia), en el Hotel des Palmes, el mismo donde Wagner escribiría el último acto de su ópera Parsifal. Ese hotel, como señala Mario Benedetti, «puede enorgullecerse de haber alojado al más célebre extrovertido de Europa y al más famoso introvertido de América».

A cien años de su partida, es necesario reconocer que quizás (o sin quizás) Rodó haya sido el escritor e intelectual uruguayo más leído dentro y fuera de las fronteras de su país natal, y su obra continúa siendo objeto de innumerables tesis doctorales en los más importantes centros de formación del mundo. No estructuró un sistema filosófico ni una doctrina literaria ni una teoría histórica. Fue, visceralmente, un hombre de letras, un hijo de su tiempo y su ambiente a quien (al decir de Publio Terencio) «nada de lo humano le fue indiferente».

* Embajador del Uruguay en Paraguay

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