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En el campo de la narrativa, Canese publicó: ¿Así no vale? (cuentos, 1987), Stroessner roto (novela, 1989), En el país de las mujeres ( cuentos, 1995) y Apología a una silla de ruedas (1995).
Cuando la editorial Alcándara, que dirigía Carlos Villagra Marsal en los años 80, publicó su libro: Aháta aju, se afirmaba de la poesía de Jorge Canese: Poesía conversacional, desdeñosa de la contundencia y el asombro, poesía que distribuye sus efectos en la urdimbre de las interrogaciones cotidianas, la de Jorge Canese propone otras jornadas de la lírica nacional, por lo demás suficientemente transitadas por algunos grandes poetas de nuestra América.
Pero como se trata del ejercicio de una probada vocación, esta poética se proyecta desde el nudo de conflictos que comporta toda situación humana: la fugacidad del amor frente a la continua gravidez de la muerte, el choque irrevocable con una realidad hostil o enajenada, la imponderable vigencia del absurdo.
El poemario Aháta aju fija un testimonio que no podía ignorarse en el muestrario general que Alcándara procura realizar, labor que llevamos con un entusiasmo por lo menos condigno de la causa que lo empuja.
Entonces era el verbo
(Y ya era tarde)
I
Hay un romance
que desde la colina se despeña
atragantado de espinas,
charcos al paso
que atiborran el universo de pájaros,
ladrones, susurros, palabras
(historias al descuido).
Como quien descuelga enanos del anciano peral
en el patio del fondo.
Con casi solamente gotas, mentiras piadosas
que sirvieron para curtir las mariposas
de los sueños.
Entonces faltó el verbo,
ese dolor que articulara los silencios, los lamentos
y así creciendo, nos hicieron creer
que el tesoro estaba (como esa hermana muerta)
detrás del muro,
ahí nomás entre los cardos y los charcos,
al costado del verbo,
casi como un adjetivo fácil o hasta como esa coma
que se nos escapa por la rapidez del vértigo.
Después
son sacrilegios los que se acumulan en muros
como cascotes amarillos,
pesados de hedor y herrumbre.
Entonces: ¡uno llega!
y ni siquiera alcanza a ser
ese alguien que destripe los sapos,
plante un pensamiento violeta
y diga adiós a los errores.
Es tarde.
II
Mañana te veré
en el patio de la Iglesia
y no seré yo el que camina
entre el pasto y los ladrillos movidos.
Estarán también las dudas,
los dolores de estómago, el ascua;
y hasta la melancolía acercará sus alas
desde detrás de los lapachos.
¡Parece mentira que unos charcos recuerden tantas cosas!
El odio hirviendo entre las nubes
y una lágrima de ternura como un grillo juguetón
que atempera el malhumor de la llovizna.
Casi todo es mentira
y sin embargo hay algo en el oscuro
que insiste esperando quién sabe qué.
No es más que una silueta,
esa palabra que siempre falta para entendernos del todo,
ciempiés trancado en el ojo de una cerradura
que al abrirse será: ¡mañana!
¿Quién soy yo poniéndole
colores a las cosas?
Yo te diría
bichito de luz, caminante de la noche,
mariposita amiga verde-azul, verde-molino,
voluta de espiral alada en humaredas de cristal,
yo,
lo que se dice yo
a veces (muy de vez en cuando)
soy lo que parezco
y otras
un infinito perdido que viene remando,
que se arrulla suave viniendo a remo
desde el país de nosedónde,
desde el silencioso nosoynadie,
desde el mentiroso nosoynada,
desde el oscuro y acuoso nosoynosoynosoy.
Para simplificar
tendría que decirte
que soy,
que simple y complicadamente soy,
que soy yo o que yo soy yo
(como tan igualmente podría decirte
que no soy o que yo no soy yo)
porque no hay otra manera de decirlo.
Y si insistes con la verdad,
con la verdad más verde, la última
llámese muerte, angustia o epitafio,
tendría que callarme
para que puedas escuchar
el arrullo lejano del mar que es tu destino
y muy probablemente también
el mío.
A toda máquina
Escribo.
Yo no sé, no quisiera
(centellazo amarillo),
hay un semáforo que empuja,
son mis monstruos queridos
que llegan cabalgando en patas de ciento
(¡ese empalagoso apego a los monstruos sagrados!).
Tranquilos, muchachos, no alboroten
que así no sale nada.
En fin (primer intento): escribo,
a toda máquina
quisiera contarles mi vida,
mis muertos
teñidos siempre de negro, de verde.
No sé. El mundo que nos queda (ya lo dije)
no es nuestro.
Escribo; adiós,
amarillo a toda máquina.
Satanás
Satanás,
amigo que pondrás
un camastro en tus infiernos
cuando este cuerpo aterrice en esos lares.
Como si a vos te importara el peso de la nada,
el vacío cósmico y esas cosas.
me desvisto de entrecasa
aunque sean Caínes los agujeros negros,
traidores Judas los que ceban tereré;
un Lucifer
en el pináculo de su esplendor,
belleza que llega al charco,
copo de algodón entre recuerdos.
No vengas
Se cierra una puerta más,
entra la gata blanca
a este mundo de marionetas olvidadas
y yo soy el que camina ansioso o cansado
por mis hondos laberintos
sin encontrar la boca
de este aljibe infinito de agua clara.
Quisiera creer, flota...
pero no,
prefiero que no vengas,
quisiera estar solo
darle vueltas y vueltas al mundo,
para tratar de entender la vida,
darme tiempo, hacer pie.