Jean Giraud, dibujante de historias, como Gir fue el más clásico y como Moebius, revolucionario

Relativamente joven —nació en 1938 y murió hace solo unos días; ambas cosas en Francia— falleció un señor al que pocos conocían por su nombre, pero de cuyo trabajo casi todos hemos disfrutado de una u otra forma. Pero Jean Giraud no era solamente Jean Giraud, también era a veces Gir y, en otras ocasiones, Moebius.

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Cuando era Gir, dibujaba con realismo impecable y precisión clásica algunas de las mejores historietas de Oeste. Cuando era Moebius, creaba los más descabellados mundos imaginarios, llenos de sorpresas y giros oníricos. Definitivamente, Gir no era Moebius, ni tampoco Moebius era Gir, porque aunque los dos eran Giraud, nadie puede imaginar artistas de estilos de dibujo y técnicas narrativas más distintas.

Gir se hizo famoso dibujando las historias del “teniente Blueberry”: un cómic clásico, perfeccionista y comedido, de gran realismo. Durante años, Gir financió al disparatado Moebius que deliraba con sorprendentes historietas que mezclaban la fantasía y la ciencia ficción; quizás la más famosa de todas ellas sea El garaje hermético, aunque personalmente prefiero Arzach, la serie de historietas mudas que se publicaron originalmente en la revista Métal Hurlant.

Con el tiempo, sin embargo, la potencia creativa de Moebius superó con creces la fama y el éxito de Gir. El puntilloso dibujante de la perfección fue superado por el casi obsesivamente revolucionario inventor de historias disparatadas, que ponía en el papel todo lo que le venía a la cabeza.

De la historieta al cine

Del trabajo de estos dos —o quizás tres— artistas no han disfrutado exclusivamente los aficionados al cómic. Quizás usted no lo sepa, pero es casi imposible no haber recibido el impacto del trabajo de este dúo —o quizás trío— genial, porque aparte de dibujante y guionista de historietas también trabajó activamente en el cine.

A Giraud —a Gir y a Moebius— le debemos algunos de los mundos más impactantes creados por el cine fantástico: La oprimente atmósfera de Alien, el octavo pasajero; el sombrío universo de Blade Runner, la delicada atmósfera fantástica de Willow; el cibernético y plano interior de los ordenadores de Tron; las transparentes criaturas acuáticas de Abismo, por citar solamente algunos de los filmes de más éxito en los que participó.

De manera que, aun aquellas personas que no han abierto una historieta en su vida, han recibido el impacto de la creatividad de Jean Giraud, que ya sea en la versión Gir o en la versión Moebius, se ha colado en sus vidas, ha transmitido su estética, ha dado vuelo a su imaginación e influido en sus gustos, porque ¿quién no ha sentido el impacto visual del deprimente mundo de Blade Runner, o no se ha encogido de miedo en la opresiva atmósfera de Alien?

Su labor tampoco se limitó al cine, sino que también trabajó en animación e inclusive diseñó videojuegos, así que también los fanáticos de las consolas y los juegos de computadora han tenido, en uno u otro momento, contacto con la estética de Giraud y han disfrutado de su trabajo.

Humanoides Asociados

A finales de la década del setenta, cayeron en mis manos los primeros ejemplares de Métal Hurlant, publicado por un grupo de guionistas y dibujantes que habían elegido designarse a sí mismos con el sugerente nombre de “Humanoides Asociados”. En aquellas páginas vi por primera vez el nombre de Moebius y asistí asombrado a una auténtica revolución de las historietas.

Aquellas historietas no se parecían a nada de lo que había visto antes. Sus dibujos no respetaban los cánones ni las normas comerciales de las editoriales —que hacen, por ejemplo, que las mujeres sean mayoritariamente lindas hasta parecer irreales y los hombres atléticos y bien parecidos—, tampoco seguían las pautas tradicionales de guión. Las historias eran intrincadas y sorprendentes hasta para los parámetros de la fantasía y la ciencia ficción.

El colmo de todas esas transgresiones a la norma era sin duda el trabajo de Moebius, que presentaba en aquellas páginas Arzach, una historieta asombrosa que prescindía completamente del texto… Nada de textos, ni diálogos ni explicaciones. Ni una sola palabra. Las historias del insólito personaje que viajaba por un mundo alucinante y alucinado, cabalgando una especie de dinosaurio volador blanco, se contaban exclusivamente con narrativa visual.

Cuando ocurrió todo esto, como aficionado a los cómics, por supuesto que ya conocía el trabajo de Giraud como Gir; Blueberry era ya muy conocido entre los lectores de historietas, pero pasaron bastantes años antes de que supiera que aquel realista impecable, rigurosamente apegado a las reglas más tradicionales de la creación de historietas era también, en su otra personalidad, aquel Moebius que transitaba disparatados mundos imaginarios quebrantando todas las normas.

Para ser franco, hasta hoy me cuesta trabajo creerlo. Es difícil conciliar tanta mesura con tanta desmesura; tanto apego a las normas con tanto afán por quebrarlas; tanto realismo con tanta imaginación; tanta aventura lineal y ordenadita con tantos giros inesperados, argumentos colaterales, inopinados quiebres de temporalidad y hasta cambios de estilo de dibujo entre una página y la siguiente.

Personalmente, prefiero Moebius a Gir, pero sin duda Gir era también un genio. Ahora, los hemos perdido a los tres: a Giraud, a Gir y a Moebius. La historieta pierde de una sola vez a dos de sus más grandes creadores… Porque, digan lo que digan, Gir no es Moebius, y Moebius no es Gir, aunque ambos sean
Giraud.

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