Cargando...
Que gobiernos de derecha y gobiernos de izquierda difieran en el discurso pero coincidan en las prácticas políticas, y que medios de comunicación de derecha y medios de comunicación de izquierda difieran en las autodefiniciones políticas («somos de derecha, somos de izquierda») pero coincidan en el discurso me hizo pensar en estos días que los rótulos «izquierda» y «derecha» suelen ser aceptados como veraces con más frecuencia, por así decirlo, de la necesaria.
No son, claro, los únicos rótulos de los que cabe afirmarlo, pero pensé en ellos debido a diversos comentarios de varios amigos en torno a dos anécdotas de esta semana (aludidas arriba con los ejemplos de los gobiernos y los medios de comunicación), una internacional y una local.
La primera es la carta enviada por el presidente de México al rey de España para pedirle que ofrezca disculpas a los pueblos originarios por los atropellos cometidos en la conquista.
No entraré en detalles sobre las reacciones de apoyo (siguen el tradicional guion «españoles malos, nativos buenos») o de furia (siguen el no menos tradicional guion «que comiencen los romanos»), ni sobre las efusiones de los personajes más desagradables a ambos lados del océano –esos latinoamericanos que con la sangre de sus venas abiertas pintan unos españoles a cuyo lado Hannibal Lecter parece la Madre Teresa, esos españoles racistas que por poco no exigen que se «les» (¿?) agradezca haber traído «la civilización» a estas tierras de loros y de monos–: sabemos ya cuanto se ha dicho y se seguirá diciendo sobre el epistolario de la discordia.
Quizá sea miopía de mi parte, pero no veo nada que amerite las iras de nadie en el pedido del presidente mexicano. Ahora bien, tampoco –quizá, igualmente, por miope– veo su relevancia. Lo que me parece relevante es que su pedido de disculpas a los pueblos originarios por hechos de hace cinco siglos coincida con las protestas de esos pueblos –y varios grupos ecologistas, y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional– contra el Tren Maya, proyecto que amenaza con –entre otros males– poner los territorios de los pueblos originarios a disposición de empresas y corporaciones. Que un proyecto del gobierno «de izquierda» de López Obrador esté protegido por una ley del gobierno «de derecha» de Peña Nieto (1) me ha llevado a entrecomillar «de izquierda» y «de derecha» no para negar que uno y otro gobierno lo sean sino para plantear la posibilidad de negarlo en este y otros casos, es decir, para plantear la pregunta por el rigor de calificativos que nadie discute. En este ejemplo concreto, con las comillas pretendo indicar que, aun si el gobierno del presidente López Obrador se declara de izquierda, es considerado tal y su carta a Felipe VI lo viste con el ropaje discursivo adecuado, eso no basta para dar por cierto que, stricto sensu, lo sea.
La anécdota local se relaciona con un problema que afecta a la conservación del casco histórico de una ciudad del interior; a propósito del tema, llegó a mi pantalla una caricatura de un país «medieval».
Propio de la ideología es ser larvada, indirecta, enmascarada, inconsciente. Nadie elige la ideología que le conviene como miembro de una clase social ni la ideología hegemónica que conviene a la clase dominante: de la ideología, más bien, en gran medida se está preso –como decía Raymond Williams, «constituye incluso el límite de lo lógico para la mayoría de quienes están bajo su dominio»–. La fe dieciochesca en la reforma de la sociedad a manos de representantes de la razón ilustrada es parte de la ideología liberal y burguesa de la Modernidad, y de las élites criollas latinoamericanas –que no hicieron, por cierto, grandes cambios sociales tras los procesos de independencia o, cuando menos, dejaron mucho sin tocar– desde la Colonia. Durante el siglo XIX, esas élites adoptaron la dicotomía «avanzado-racional-moderno» (valores que se asociaban a la imagen de Gran Bretaña, entonces potencia mundial) / oscurantista-atrasado-medieval (valores ligados a la imagen de una España rezagada en materia de «progreso»). Dicotomía que, por supuesto, persiste: ha justificado mil cosas –políticas económicas, sobre todo– y sigue cumpliendo su función. Situados en el lado «luminoso» –el del «desarrollo», la «razón», lo «civilizado», la «ciencia», etcétera–, hordas de voceros de esta ideología –que es uno de los pilares del sistema– despotrican constantemente contra el lado «oscuro» –el lado de lo «medieval», el «atraso», la «barbarie», etcétera– de esta dicotomía persistente, con lo cual se legitiman socialmente y legitiman, a su vez, el orden imperante.
Que un gobierno de derecha apruebe una ley que autoriza la expropiación de tierras cuyos habitantes –campesinos, indígenas, poblaciones de escasos recursos…– están económicamente en inferioridad de condiciones, y son, por ende, vulnerables, para despojarlos de esas tierras y ofrecer con ellas al mejor postor «un entorno de negocios excepcional: beneficios fiscales, régimen aduanero especial, marco regulatorio ágil, infraestructura competitiva, programas de apoyo» (2), es algo del todo coherente.
Que gente de derecha, cientificistas o neoliberales utilicen la palabra «medieval» como un insulto no hace sino reforzar una ideología burguesa urgida desde sus orígenes históricos por «talar» el monte de la cultura humana de todo aquello que pueda ser un lastre para la emancipación de lo privado y es por ello una característica recurrente de muchos discursos que, como parte importante del capitalismo, respaldan su hegemonía ideológica y estructuran sus relaciones de poder –de ahí ese reconocible tono discriminatorio que, por más «progresistas» que tales discursos se pretendan (o incluso, en temas acotados, sean), resuena siempre al fondo–: también esto es algo del todo coherente.
No lo es, en cambio, que compartan tal discurso personas, medios de comunicación (así el dibujo que comentaba del «Paraguay medieval» que vi esta semana en una página local considerada de izquierda) o incluso organizaciones consideradas contrarias a un poder del cual ese tipo de discurso forma parte –pero propio de la ideología es ser inconsciente... y también, ¡ay!, revelarse inconscientemente–. No es coherente tampoco –a menos que, por el imperativo de opinar a toda costa sobre lo que sea, renunciemos a comprender la realidad para contentarnos con sucedáneos exprés de la comprensión– aplaudir o atacar epistolarios presidenciales sin mirar siquiera de reojo las políticas reales que los podrían respaldar o desmentir. No cabe sino decir que, le pongan o no a este modo de razonar rótulos como «izquierda» o «derecha», quizá el de «idea brillante» le cuadre menos aún.
Notas
(1) El gobierno de Peña Nieto aprobó en 2016 la Ley Federal de Zonas Económicas Especiales (ZEE), que justifica la expropiación de tierras «con fines de utilidad pública», aunque la página de la Autoridad Federal para el Desarrollo de las ZEE deja bien claro a quiénes beneficia realmente: «Una ZEE es un área donde se ofrece un entorno de negocios excepcional: beneficios fiscales, régimen aduanero especial, marco regulatorio ágil, infraestructura competitiva, programas de apoyo».
(2) Es parte del pasaje citado en la nota anterior. Se puede consultar en el sitio: https://www.gob.mx/zee.
montserrat.alvarez@abc.com.py