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«Y paréceme escuchar en esa triste melodía
el latido de muchos millones de corazones.
Paréceme la grandeza, el final inesperado
de la Rusia atormentada».
Estos versos son del general Iván Timofeyevich Belaieff, poeta, científico, caballero de la Orden de San Jorge, intrépido viajero y defensor de los oprimidos cuyo destino está estrechamente vinculado a Rusia y a Paraguay.
Ivan Belaieff nació en San Petersburgo en 1875 en una familia de militares y diplomáticos que había respetado a Suvorov (su bisabuelo materno, L. F. Trefurg, fue secretario de Alexander Vasilievich Suvorov en Italia). Su padre comandaba la primera brigada de artillería de la guardia imperial y entre 1903 y 1905 fue comandante de la fortaleza de Kronstadt. Turguenev, Glinka, Grigoronich y Blok visitaban la casa de los Belaieff.
Un viejo mapa de Paraguay que encontró de niño en la buhardilla de su bisabuelo presagió el destino de Iván. Enfrascado en la lectura de Mayne-Reid y Fenimore Cooper, pasaba horas en la enorme biblioteca familiar, donde encontró un libro del diplomático Alexander Yonin, el primer viajero ruso que había visitado el misterioso Paraguay, dejando notas brillantes sobre su cultura y su trágico destino en la guerra contra la Triple Alianza; el valiente reto a dos poderosos vecinos y la resistencia a los invasores hasta la última gota de sangre impactaron la imaginación juvenil. Le conmovió el destino de los indios paraguayos, que habían demostrado su valentía en batalla y que fueron relegados luego al patio trasero de una «sociedad civilizada» de manera tan cruel.
En la escuela militar, Iván Belaieff siguió soñando con los indios y el lejano Paraguay, y con el renacimiento de su pasada grandeza. Y cuando, en la Escuela de Artillería Mijailov, dejaba las juergas por las clases de antropología con su famoso pariente, el académico S. F. Oldenburg, era fiel a la pasión de su infancia.
Luego de julio de 1917, integró el Ejército Voluntario. Después, Novorossiysk, emigración... El destino lo llevó a Constantinopla, y a París, y a Alejandría, donde, después de las vicisitudes de la Guerra Civil, logró reunirse con su fiel compañera de vida, su esposa, Alexandra Alexandrovna. Pero Suramérica lo atraía. Quería crear allí un Hogar Ruso, centro de una nueva emigración cultural en el que «todo lo santo que había creado Rusia se preservaría, como en un arca, hasta mejores tiempos». Los principios básicos de las nuevas colonias serían el apoliticismo y la educación de los jóvenes en valores tradicionales de la cultura rusa con miras al futuro renacimiento de Rusia.
Argentina parecía ideal para eso: favorecía la inmigración, tenía suelo fértil y una extensa zona poco poblada. Pero al llegar en 1923 a Buenos Aires, la colonia rusa vio en los planes del general una amenaza a su vida desahogada. La afluencia masiva de inmigrantes podía socavar su situación financiera, y la autoridad de Belaieff como inspirador de una nueva ola de emigración eclipsaría a las autoridades anteriores. Las negociaciones con los miembros de la colonia rusa en Argentina fracasaron. Deseaban deshacerse del general y de sus ideas, que amenazaban con trastornar su cómoda vida. Se hizo evidente para Belaieff que no aceptarían a los nuevos colonos. Había que encontrar un lugar donde sus compatriotas aún no hubieran echado raíces ni ganado inmuebles, rangos y posiciones. Entonces, dirigió la vista al misterioso país de su infancia, Paraguay.
Belaieff llegó a Asunción en marzo de 1924. Desde los primeros pasos tuvo la sensación de estar en algún lugar de su patria. Y la estación de ferrocarril era similar a la antigua estación de Tsárskoye Selo, y Asunción le recordaba a Vladikavkaz... Según Belaieff, «en 1924 en la capital había solo cinco coches (tres de taxi) y una calle pavimentada. Había tranvías, alumbrado eléctrico y algunas buenas tienda s. El peso paraguayo equivalía a cinco kopeks y por cinco centavos uno podría comprar un kilo de pan, carne, leche, verduras y frutas. El boleto de tranvía costaba dos centavos, un departamento, de 400 a 600 pesos al mes, una vaca, 800, y un buen caballo, 400 pesos. La vida era barata y tranquila...»
Ivan Timofeyevich consiguió empleo como profesor de fortificación y de francés en la Escuela Militar de Asunción. Pero a fines de la década de 1920 se agravó una vieja disputa territorial entre Bolivia y Paraguay por una vasta y casi inexplorada región del Chaco Boreal entre los ríos Paraguay y Pilcomayo. Comenzó una penetración militar de ambas partes en esa zona. Para la mayoría de los expertos, la iniciativa fue boliviana. Paraguay era menor en importantes indicadores económicos, cantidad de población, armas, etcétera, y Bolivia aspiraba a que se rindiera, apoyada por la Standard Oil, que ya había recibido una concesión para producir petróleo en la región. Esto cambió los planes de Belaieff. En octubre de 1924, por orden del Ministerio de Defensa, partió al Chaco. Tenía que recorrer muchos kilómetros de selva y desierto, en un clima duro, lejos de toda civilización, y explorar en detalle el área para mapear los principales puntos de referencia y fijar la frontera entre los dos países de facto, que ayudaría, si no a evitar, al menos a retrasar la guerra.
El estudio del Chaco entre 1925 y 1932 fue una importante contribución de Belaieff y sus compañeros rusos a la ciencia geográfica y etnográfica mundial. En trece expediciones, dejó un extenso patrimonio científico sobre la geografía, etnografía, climatología y biología del lugar. Estudió la vida, la cultura, los idiomas y las religiones de los indios locales y compiló el primer diccionario Español-Maca y Español-Chamacoco. Sus estudios ayudaron a comprender la compleja estructura tribal y étnolingüística de la población indígena de esa vasta región.
Las duras condiciones del viaje a la laguna Pitiantuta con sus compañeros, el capitán V. Orefeieff-Serebryakov y A. Von Eckstein, en 1930, se reflejan en su diario:
«Rodeados por todos lados de exuberante vegetación, estábamos obligados a abrirnos paso a través de la selva con un machete... Pitiantuta, un hermoso lago en medio de dos grandes zonas de selva salvaje, ocupa un lugar único en las tradiciones rituales de los indios locales. Es la Troya de las tribus del Chaco Boreal. Nosotros, primeros blancos en estos lugares históricos, hemos acampado al pie de una montaña, cerca de la antigua poza india».
Como él mismo decía, sobrevivir en condiciones extremas le ayudó a tener buenas relaciones con los indios y conocer su vida y costumbres. Comió lagartos y serpientes y aprendió a pasar varios días sin agua. Sus notas son valiosas porque trató de comprender su vida desde dentro. «Tobas, maca y sasiguan son tribus del Chaco más nobles», escribe, «tribus de “gentlemen”. Su altura y aspecto señorial, y los fantásticos vestidos de sus jefes y de los parientes de estos dan una idea de la calidad de la belleza india. Impecabilidad física, rasgos faciales enérgicos y generosidad natural dan a los hombres grandeza, y pureza a las mujeres... Los hombres de la tribu de cocochima son de talla baja, pero su resistencia y capacidad de trabajo superan todo elogio. Las mujeres, fuertes y achaparradas, están hechas para el amor; les encanta pintar caras y disfrutar de las sustancias aromáticas. Si el esposo no les presta atención, buscan a otro».
Las expediciones de Belaieff revelaron la táctica boliviana: infiltrar grupos armados para consolidar su poder sobre los territorios en disputa. No en vano los periódicos bolivianos ofrecían mil libras esterlinas por la cabeza del general ruso. La captura por los bolivianos de la fortaleza paraguaya Carlos Antonio López en junio de 1932 desató una guerra de tres años. Nombrado general, Belaieff participó en las batallas. Los informes de los campos de batalla a menudo mencionan nombres rusos: Korsakov, Kasianoff, Kánonnikoff, Salazkin, Hodoley. Cuarenta y cinco oficiales voluntarios rusos luchaban del lado de Paraguay. En la batalla por el Fortín Boquerón murió como un héroe el compañero de Belaieff en sus expediciones al Chaco, el capitán Orefeieff-Serebryakov. Cerca del fuerte Saavedra, tras un reconocimiento exitoso, fue muerto el capitán Boris Kasianoff. Los soldados paraguayos marchaban descalzos (debido al clima del Chaco) por los caminos de la guerra con las canciones de los soldados rusos traducidas al español por Belaieff. Trece calles de Asunción tienen nombres rusos. Pero la memoria del general Belaieff es especial para cada paraguayo que tiene sangre indígena.
En 1937, Belaieff encabezó la lucha por la igualdad de los indios. En la Declaración de los Derechos de los Indios, en los años 40, demandaba la restitución de las tierras confiscadas a ellos, y derechos humanos básicos: libertad de movimiento, inviolabilidad del domicilio, acceso a la actividad empresarial. No cabía esperar mucho del gobierno por la devastación económica y la inestabilidad política que dejara la guerra. El Patronato Nacional de Asuntos Indígenas, encabezado por Belaieff, no recibió nada, y el director fue destituido pronto. Probablemente su lucha por los derechos de los más desfavorecidos era demasiado intransigente, sus declaraciones en la prensa muy duras...
Belaieff escribía poesía y traducía con facilidad del francés, alemán e inglés. Dejó una traducción al ruso de las leyendas orales de los indios del Chaco. Y en abril de 1938, en el Teatro Nacional de Asunción, se estrenó una obra suya sobre la participación de los indios en la Guerra del Chaco. Pero pese a estas actividades Iván Timofeyevich no era indiferente al destino de Rusia en los años de la agresión de Hitler contra la URSS, y el general de 67 años presentó una solicitud para unirse al ejército estadounidense e ir a la guerra; lo impidió un accidente (una mula le dañó la pierna). A los inmigrantes que vieron en Alemania la «salvadora de Rusia del bolchevismo», el viejo general los llamó en sus memorias «idiotas y mentirosos».
En octubre de 1942, un decreto creó la Asociación de Indigenistas Paraguayos, resultado del combate de Belaieff contra la indiferencia de la sociedad hacia la población indígena desde los años 30. También se creó un museo de la cultura de los indios paraguayos y se empezó a publicar la revista Anales de la Asociación de Estudios Indigenistas de Paraguay. En octubre de 1943, los miembros de su comité ejecutivo: el presidente, doctor Andrés Barbero, el tesorero, coronel Ausonio Martínez, el director de la colonia-escuela india, general Juan (Iván) Belaieff, recibieron el permiso para crear la primera colonia-escuela india, Bartolomé de las Casas, en una pequeña isla en el río Paraguay, cerca de Asunción, puerto de piraguas de indios del Chaco. Al año siguiente, Belaieff fue restituido en el cargo de director del Patronato Nacional de Asuntos Indígenas y recibió el título de administrador general de las colonias indígenas.
Hasta su último día, el general fue en barco a enseñar en la escuela de la isla a los niños indios. Su casa en Asunción estaba siempre abierta para ellos. Después de su muerte, ellos cuidaron conmovedoramente de su viuda, compañera de su vida, Alexandra Alexandrovna.
Iván Belaieff fue enterrado con honores militares como general y ciudadano honorario de Paraguay, y administrador honorario de las colonias indias. Su cuerpo fue llevado en un buque militar a la isla. En la choza sin ventanas, con techo de cañas, donde enseñaba a los niños, los indios entonaron sus cantos fúnebres sobre su amigo durante largo tiempo. No dejaron entrar a los blancos.
* Vicedirector del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia