Interminable sed

Sobre el libro de Víctor Casartelli ‘Interminable sed’, publicado por la editorial Arandurã, que acaba de ser presentado el pasado jueves 20 de septiembre en la Casa Bicentenario «Josefina Plá».

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malvarez malvarez La presentación del libro Interminable sed de Víctor Casartelli no hace sino confirmar lo que sabemos desde hace mucho tiempo. Que es un gran poeta. Su vasta trayectoria en la literatura paraguaya es por todos conocida. Creo que tiene en su interior esa fortaleza espiritual que le otorga su origen chaqueño, tierra a la que la sangre derramada para defenderla no hizo sino más verde, más bella y más amada por los paraguayos.

La poesía es antes que nada sentimientos, percepción de la realidad, intimidad, viento fresco que nos viene del interior de nuestro ser para trasmitir algo, y hacerlo de manera tal que sea realmente una transformación del sentimiento en palabras. Pero no cualquier palabra, sino aquella justa, la que trasversalmente genera en quien la lee un placer del espíritu inenarrable.

Moncho Azuaga hizo una presentación excelente del libro el pasado 20 de setiembre en el local de la Academia Paraguaya de la Lengua Española, en la que expresó de mejor manera lo que yo pudiera decir en esta reseña, con palabras tan intensas que llegaron a conmover a una audiencia llamativamente importante, para una sociedad que se está alejando cada vez más de la poesía, que está perdiendo el encanto que trasunta leer un buen poema, que sana mucho mejor otras cosas, cuando una aflicción o un dolor, que todos padecemos en algún momento de nuestras vidas, nos acosa.

La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos, decía Tagore, el gran poeta indio. Y Víctor en este libro hace retumbar y resonar esa melodía del universo en cada uno de sus poemas, porque están llenos de las luces y sombras que percibe en nuestra realidad circundante, y de episodios autobiográficos que fueron como latigazos en su alma que dejaron en ella cicatrices imborrables. Ni el paso certero e inequívoco de los años pudo con ellas.

En sus poemas demuestra la integridad de su espíritu. La sensibilidad que tiene para con quienes no tienen. Precisamente, para aquellos para los que no hay día ni horas, sino momentos para luchar contra la desesperanza, la ingratitud, el olvido y la exclusión. Y algunos terminan como el Venancio Paredes del poema «Réquiem», arrojándose desde un puente cuando ya no pueden ni él ni su carro ni la mula, que era el motor del mismo, sino encontrar el abismo que se abre finalmente ante todos cuando llega la hora del destino. Y su yerto encuentro con los pescadores que solamente sabrán que le hallaron pero nunca lo otro, sus dolores y angustias, porque la felicidad de su rostro era para ellos inexplicable.

Es altamente sobrecogedor leer el recuerdo de su madre convertido en versos. ¡Quién tuviera esa pluma para recordar a cada una de las nuestras! Esas virtudes de Víctor lo elevan a un lugar que justifica el llamarlo gran poeta.

También hay momentos de su vida que han quedado prendidos a su alma y se reflejan en varios de sus poemas, como la vuelta a la casa donde creció: «La casa donde crecí / es un latido interminable / en un lugar de la memoria». Qué manera más bella de evocar la casa de los recuerdos, aquella donde todos, una vez, tuvimos nuestras experiencias de vida. Cuando de niños nos asombraban cosas que descubríamos en ese incesante «por qué» con que enloquecíamos a nuestros mayores preguntando una y otra vez mil cosas. Hasta llegar al límite de su paciencia. Ahí está su casa de niño, en el corazón de Víctor, y de pronto, al leerlo, también en el nuestro.

Incluye además el libro unos poemas de amor que son sencillamente exquisitos. Cada palabra colocada en la forma y el lugar exactos. Sin excederse ni tampoco restar nada a lo que es el amor. Porque creo que la poesía es el amor en palabras, que luego se esparcirán con los vientos hasta donde alcance la redondez de la tierra, porque el amor es así en la infinidad del universo. Un pedazo de viento que hace volar los sueños y a veces explotar los sentidos. Eso se lee en el poema «Flamígera». O la partida del amor ignorado, del que ella nunca supo que existió: «el nudo en mi garganta me impidió decirle / que todo el mundo se me desmoronaba / y que ella era la luz de mis ojos / me di la vuelta para ocultar mis lágrimas / pero el temblor de mi sollozo me delató».

Y finamente la muerte como telón de fondo. Aun en aquellos versos en los que brilla la esperanza, agazapada como siempre, está la muerte y lo dice en el poema «En la noche lunada»: «sorteando como yo / el acoso de las parcas». O en «El soplo más», donde solo pide un minuto más para despedirse de las flores y los pájaros y decir adiós a todo lo que amó en la vida. Esa manera de ver las cosas en la madurez está reservada únicamente a quien ha aceptado con serenidad el hecho de que en esta vida todos vamos a despedirnos alguna vez... si tan sólo tuviésemos ese minuto más que pide Víctor...

Mis calificativos hacia este libro a lo mejor quedan pobres, escasos ante la magnitud de los bellos versos que nos ofrece. Pero qué importan mis palabras, lo que importa son las de Víctor, cuya interminable sed, estoy seguro, seguirá en nuevas poesías que ayuden a calmar la nuestra. Que así sea.

Víctor Casartelli: Interminable sed Asunción, Arandurã, 2018.

 

jmorenoru@moreno.com.py

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