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“Dejando el terreno puramente institucional o jurídico y entrando a la realidad de la vida, tropezamos con el infortunio, en estos tiempos más graves para los hombres como para los pueblos y que, en tan alto grado, aqueja al Paraguay de modo crónico: la pobreza.
“El dinero es, por hoy, la cosa más trascendental para los hombres. Nada resiste a su imperio. Es el ariete incontrastable que arrolla y allana todas las dificultades; es la untura maravillosa que suaviza todas las asperezas; es el argumento incontestable en todas las discusiones; la llave de oro de todos los corazones. Poderoso caballero es don dinero, dicen las consejas populares.
“El amor al dinero es el único verdadero, eterno, invariable, del hombre. Cuando la gente preguntaba al tío Espinillo ¿cómo le va? contestaba él invariablemente ‘siempre rendido de amor al dinero’; y cuando le contaban que alguien le quería mal, respondía ‘yo no soy onza de oro para que todo el mundo me quiera’.
“En el orden moral, que pareciera más reacio a su poder, es también decisiva su influencia. Ya decía Cervantes con la tranquila amargura que le distinguía ‘era un hombre pobre y honrado, si es que el pobre puede ser honrado’. Y Franklin, al recomendar a su pueblo, que su primera preocupación ha de consistir en hacer dinero, dijo, refiriéndose a la moralidad frente a la riqueza ‘la bolsa vacía no puede tenerse parada’.
“Algunos idealistas, con pretensiones de austeridad, simulan odiar el dinero y enseñan a despreciarle. ‘Disimulo inútil y contraproducente, dice un escritor español, porque el dinero se venga de ellos y de todos sus discípulos sumiéndolos en la miseria, lo que equivale al fracaso, mejor dicho, al naufragio de la vida. Al pobre, al necesitado de dinero, se le evita como a un apestado’.
“‘El pobre huele a muerto’, dice un proverbio vulgar. Nada hay como la pobreza que exponga a los grandes hombres al ultraje del ruin y grosero. (Salaberría).
“Entre las formas del horror al sufrimiento, del temor instintivo en los hombres a las penalidades y contrariedades que la vida ofrece, la que actualmente más se destaca, dice un escritor español, es el miedo a la pobreza.
“Es inútil explicar al pueblo, que este mundo es de paso y un valle de lágrimas; que la felicidad sólo se ha de alcanzar después de la vida humana, y que los sufrimientos en esta vida acercan a Dios, es decir, a la felicidad eterna en la otra vida. La humanidad quiere el dinero a todo trance y para obtenerlo, piensa que todos los medios son lícitos.
“Y cuanto más civilizado es el país, más agudo es su horror a la pobreza. La dicha es el dinero, es decir, el pan, la paz, el amor y la libertad y en Inglaterra y Norteamérica, hay un adagio que dice, que ‘cuando la pobreza entra por la puerta, la dicha huye por la ventana’.
“Con los pueblos sucede la misma cosa. El dinero es la palanca de Arquímedes que todo lo ha de mover y sin cuya cooperación nada se ha de hacer”.
“En un país pobre reinan la intranquilidad, el descontento por doquier y de allí las guerras intestinas; el pobre es eterno sublevado y descarga sus iras sobre el primero que encuentra. Y donde no hay paz, ni dinero, no acude la inmigración y sus propios hijos huyen al extranjero en busca de mejor suerte.
Numerosos estadistas y sociólogos sostienen que, en los pueblos pobres, la mayor parte de sus males, si no todos, provienen casi únicamente de la pobreza. Que la causa principal de las revoluciones en todos los pueblos y en todos los tiempos, ha sido y es la pobreza y que el mejor antídoto contra la anarquía es el dinero. Que todos los pueblos más tranquilos, pacíficos y conservadores fueron inquietos y peleadores, antes de tener dinero, pero que el poderoso amor a éste, una vez adquirido, los sosegó y apaciguó para siempre.
“Y se comprende que así sea. El malestar continuo, punzante y humillante que produce la pobreza, agría el humor de los hombres y los predispone a las pendencias y agresividades contra sus semejantes, a quienes atribuye las causas de sus desdichas.
“El hombre pobre, que no atina a salir de ese estado por otros medios, emplea para ello la violencia. En cambio, el que goza de algún bienestar evita las aventuras y los peligros. Como decía un escritor uruguayo, aludiendo a la facilidad de reclutar revolucionarios entre los pobres ‘el que no tiene sobre sí más que el calzoncillo, pronto se echa al agua; pero el que está vestido de casimir, botines y lleva un reloj, piensa primero antes de hacerlo. El pobre es un perpetuo y constante revolucionario’.
“Hasta en las leyes, en los países pobres, suele reflejarse el inmenso valor atribuido a los bienes materiales, hasta preferirlos a la vida y la integridad orgánica. Así, en la legislación de España de la Edad Media, se ve el homicidio, las violaciones y heridas graves, castigadas con multa de pocos maravedíes, en tanto que, el hurto simple de frutas, granos, aves de corral, etc., se castiga tan terriblemente como cortar las manos a los ladrones. Anomalía debida, a no dudarlo, en la España pobrísima de aquellos tiempos, a la influencia de la dominación musulmana, conocidos como son los mahometanos por su escaso amor al trabajo productivo, como pueblos eternamente pobres y por ende eternamente retrógrados.
“Y la importancia del dinero es mayor aún para los pueblos que para los hombres.
“Todavía un hombre pobre puede tener valor en el mundo, por su arte, por su ciencia, su cultura: los pueblos no. Los pueblos nunca han sido sabios, cultos, ni artistas antes de ser ricos. Para los pueblos la pobreza supone ignorancia y la riqueza cultura. Los pueblos pobres, siempre, han sido los más obtusos y retardatarios. Pueblos pobres e ignorantes son candidatos para desaparecer o ser colonias de otros, es decir, esclavizados”.
“La única virtud de los pueblos, compatible con la pobreza, es el valor guerrero. Lo que se explica por el mismo motivo que acabamos de enunciar. La vida pobre, es decir, sin goces, ni se aprecia, ni se mezquina. En los pueblos pobres, se juega la vida a cada momento, por lo mismo que no se la concede valor.
“Pero los pueblos pobres y valientes no han dejado rastros en la historia. Recuérdese el papel que ha jugado en el mundo, los rumbos que ha trazado y las huellas que ha impreso al adelanto de la humanidad, Esparta, el pueblo más valiente, pero también más pobre de entre los civilizados de la Antigüedad. No se recuerda hoy el heroísmo espartano, sino como el ejemplo del más feroz e intransigente regionalismo.
“Al paso que vamos, el Paraguay, el país más heroico pero también más pobre de la América, que vive contemplando su pasado, adormecido por el arrullo de su EPOPEYA, lleva trazas de reeditar, en el mundo nuevo, el papel de Esparta en el viejo. Líbrenos Dios de semejante gloria porque, como lo ha dicho un escritor moderno ‘los pueblos pobres son como los traperos, que viven de residuos y de pasadas grandezas’.
“Acaso sea el Paraguay ejemplo típico del país, al que más acabadamente puedan aplicarse las afirmaciones antedichas. Como lo demostraré en otros capítulos de este libro, todos sus males, su carencia de inmigración, su desorganización administrativa, su falta de obras públicas, la anarquía, el éxodo de sus campesinos hacia los países fronterizos en busca de mejor vida, etc., pueden atribuirse, casi exclusivamente, a la pobreza crónica de la nación y del fisco, cuyas causas veremos más adelante”.
“Los hombres como los pueblos obtienen la riqueza por medio del trabajo y del ahorro.
“Tanto para los hombre como para los pueblos, la economía no consiste en no gastar, sino en no tirar, es decir, en no hacer expendios superfluos e innecesarios. Para los hombres, como para los pueblos, la economía a expensas de las necesidades indispensables de la vida y del progreso es tacañería o avaricia, y ésta, como todo vicio, es contraproducente.
“Para los pueblos como para los hombres, los gastos necesarios y útiles, que benefician a la salud, acrecientan el bienestar, extienden la esfera de acción del hombre, mejorando su personalidad o sus elementos de trabajo, no son, en rigor, gastos, sino una inversión reproductiva, un dinero colocado a un interés, una modalidad, en suma, del mismo trabajo productor.
“Para los pueblos como para los hombres, la sobra del dinero permite y hasta aconseja los gastos superfluos o innecesarios, siempre que hayan de redundar en beneficio de otros hombres u otros pueblos.
“Pero hay algunas distinciones entre las formas y objetos del trabajo y del ahorro del hombre y los del pueblo, derivadas de la diferencia física, moral y jurídica de estos dos sujetos del derecho.
“El hombre es una persona física, viviente, que trabaja por y para sí. El pueblo es una persona ideal, abstracta, que trabaja por medio de administradores (gobierno) por y para todos.
“El trabajo del hombre es principalmente de ejecución y dirección de la labor productiva. El trabajo del gobierno es principalmente de preparación, o sea, de aporte a los ciudadanos de los elementos de trabajo.
“El ahorro del hombre mira principalmente el porvenir, y habitualmente, amontona y guarda el dinero, con el propósito de librar a sus descendientes de la maldición bíblica de ganar el pan con el sudor de su frente. El ahorro del gobierno mira, principalmente, el presente y tiende a que las generaciones venideras, lejos de abandonar el trabajo, lo practiquen más y mejor.
“El capital amasado por el hombre es fijo, permanente, pertenece en propiedad y puede usar y abusar de él discrecionalmente. El capital reunido por el gobierno es eventual y provisorio, no le pertenece y sólo lo posee a título precario, del depositario y administrador, debiendo invertirlo totalmente, en beneficio de todos los ciudadanos.
“El ahorro del hombre consiste principalmente en reunir dinero, valores mobiliarios. El ahorro del gobierno debe consistir, casi exclusivamente, en reunir y suministrar al ciudadano elementos de trabajo, siendo más bien peligroso el ahorro en forma de riqueza amontonada e inmovilizada.
“El trabajo y el ahorro de los pueblos se manifiestan exteriormente, por medio de las obras públicas. Son las obras públicas los únicos bienes materiales que los pueblos deben amasar y conservar, como la más elocuente manifestación de su trabajo y ahorro colectivo, como el más firme cimiento de su bienestar y progreso en el presente, y su mejor título de gloria ante la posteridad, en el porvenir”.
“En los pueblos civilizados, el buen gobierno es sinónimo de construcción de obras públicas para el bienestar del pueblo. Así pues, los pueblos que no han construido obras públicas son pueblos que no han trabajado, ahorrado, ni progresado.
“El Estado como los hombres puede recibir de los ciudadanos dinero para los fines de su institución en forma de donaciones, legados y herencias, por actos entre vivos o disposiciones de última voluntad. Desde luego es heredero abintestato de todas las herencias vacantes.
“Los pueblos como los individuos pueden hacer uso del dinero ajeno, mediante el crédito, que es la facultad de disposición del capital ajeno, contra la promesa de un reembolso futuro.
“Pero el Estado puede hacer u obtener dinero, en una forma que el particular no posee, porque es atributo de la soberanía nacional la facultad de sellar moneda metálica y emitir billete de Banco. (Art. 72 de la Constitución).
Con el dinero particular para cada ciudadano, y el del Estado para todos, se ha de promover y fomentar la felicidad del país, es decir, de todos y cada uno de sus habitantes. Sin el dinero, esto no es posible, ni en todo ni en parte. De aquí la inmensidad de la desdicha que comporta la pobreza para los pueblos y para cada hombre.
El Paraguay es, seguramente, el país de América que, en relación con su civilización, historia, extensión y población, es económicamente más débil y su erario, indiscutiblemente, el más pobre.
En el Paraguay no hay fortuna de consideración. Un caudal de doscientos mil pesos oro es de primera fila. Y las personas que lo poseen son, en su mayoría, extranjeros.
La pobreza reina en el país del uno al otro confín. Hay que ver cómo vive más de la mitad de la población rural, en ranchos destartalados, de una o dos piezas, que apenas se levantan del suelo, sin muebles, sin comodidades de ninguna especie, comiendo poco, mal y semidesnudo. Y si los sufrimientos que comporta ese estado no se hacen sentir tanto, es porque dadas la frugalidad del paraguayo, la abundancia con que la naturaleza le provee de alimentos sin esfuerzo alguno, la generosidad y la hospitalidad de la población, el hambre todavía no se ha pronunciado ostensiblemente y la desnudez no se siente por la benignidad del clima.
“Esta pobreza tan general ¿a qué es debida? Pues a múltiples causas particularmente a dos defectos del paraguayo, que le son comunes con todos los demás mestizos o criollos de españoles o indios, según se ha observado en los otros pueblos latinoamericanos, desde Méjico hasta la Tierra del Fuego, consistentes, precisamente, en la carencia de las dos cualidades indispensables para la producción de la riqueza: el amor al trabajo y el ahorro.
“El paraguayo, en su gran mayoría, es profundamente perezoso. La pereza invencible, llevada a veces hasta el horror al trabajo, es muy general en el país. Miles de personas válidas prefieren vivir casi desnudas, dormir en el suelo y comer lo que alcanzan, como caballo a soga, antes que tomar una herramienta de labor. Trabajan muchas veces sólo para no morir de hambre, dos o tres días en la semana, y descansan el resto hasta haber concluido de comer lo que ganaron.
“Un caso práctico explicará mejor este punto. Un amigo mío, comprador de pieles de animales silvestres, llegó una vez en una de sus giras a un rancho, cercano al río Tebicuary en un lugar donde sabía, que abundan los lobopé. Encontró allí a un mocetón a quien ofreció 500 $ c/l., por cada piel de lobopé. Armado de una mala escopeta, el mozo salió un momento y enseguida volvió trayendo un hermoso ejemplar que había cazado. Recibió en el acto sus 500 $ c/l. Mi amigo le dijo, ‘volveré dentro de quince días y espero que, para esa fecha, me tendrá recogidas, siquiera veinte pieles, que le darán 10.000 $’. Fuese mi amigo y a su vuelta no encontró en su casa a su contratante. Desde que recibió sus 500 $ había dejado de mover una paja y empleaba su tiempo en hacer visitas a la vecindad. Todavía le duraban 500 $, cuando a los quince días volvió mi amigo y por lo tanto no había una piel más de lobopé para él.
“La indolencia, la falta de iniciativa, la inercia más completa dominan a gran parte de la población, particularmente campesina. Dejan que sus ranchos caigan a pedazos, que la maleza llegue a las puertas de sus habitaciones, con su acompañamiento de víboras y otras alimañas, con la más absoluta indiferencia.
“A veces esta pereza mortal se sacude y surgen en el nativo entusiasmos momentáneos, para emprender algo: pero estos fuegos fatuos enseguida desmayan o se apagan, no dejando más rastros que el amargo desaliento de un fracaso más. La perseverancia y tenacidad, tan necesarias para el trabajo productivo, son generalmente nulas en el paraguayo del pueblo.
“Y es en vano pretender sacudir su indolencia, excitando su emulación ante el ejemplo del colono extranjero que vive al lado, haciéndole presente, cómo vive y cómo adelanta ese gringo, a quien nada falta y con muy poco esfuerzo; lo comprende y considera pero... no se anima a hacer lo mismo.
“La pereza es también dominante entre los gobernantes y los políticos. Se refleja en que todo lo dejan para mañana, menos en lo concerniente al cobro de sus sueldos y gajes.
“En cuanto a la previsión y la economía, el paraguayo le es generalmente reacio.
“Nadie trata de ahorrar un centavo, nadie piensa en el mañana. Nadie se acuerda de que podrá estar enfermo, viejo, inválido o sin trabajo y que, entonces, no podrá esperar misericordia de los demás y menos del Estado que, en el Paraguay, es el más pobre de todos los pobres”.
“En cambio, el vicio del despilfarro, el amor a las diversiones y a las exterioridades es general. En una boda o en una función de iglesia, el campesino, que ocupa un pedazo de terreno ajeno, gastará todo lo que ha ganado en el año y todavía quedará adeudado, siendo así que, con lo que tiró en esas farras, hubiera podido adquirir para sí el terreno que labra con el sudor de su frente y todavía ahorrar un saldo. En ranchos miserables, sin más muebles que, como camas tijeras de lonjas de cuero sin colchón y sin sábanas, baúles desvencijados, una mesa de madera y cuatro o cinco sillas de las más ordinarias, cuyo dueño no tiene un buey o un arado, he visto, sin embargo, recados chapeados de plata y revólveres Smitt Wesson legítimos de cabo de nácar, que valen miles de pesos.
“Y cuando la gran gripe de la Asunción, los médicos observaron que en la mayor parte de las casas pobres, faltaban, lamentablemente, colchones, ropas de cama, muebles y utensilios de los más indispensables para la vida de familia, pero nunca, vestidos y medias de seda, zapatos de charol, polvos y perfumes varios, paraguas y sombrillas de lujo.
“Se trata de un lujo y una ostentación sui géneris que salta de la indigencia a la apariencia suntuaria. No se ha llegado previamente al bienestar, a la comodidad, al confort y la holgura, para luego ir a los gastos superfluos cada vez mayores. No. Se ha dado un salto, hemos llegado de un golpe, de la estrechez a la fascinación del lujo que, como no tenemos para hacerlo auténtico, se convierte en un oropel de falso esplendor que, sin embargo, nos irá arruinando cada vez más”. (La Nación).
“En homenaje a la verdad y la justicia, se debe declarar que la mujer paraguaya, si bien gusta del lujo, como toda mujer, es cien veces más laboriosa, diligente, económica y persistente que el hombre. Que intelectual y moralmente es muy superior al varón paraguayo. Su abnegación, su lealtad, su devoción a su esposo e hijos son ejemplares, y no ceden a los de ninguna mujer de otro país. Y por último que, según la estadística, es la mujer menos criminal del mundo, como que sólo llega al 2 por ciento de la criminalidad masculina, que en los demás países nunca baja del 7 por ciento.
“El vicio del juego domina a la República, de arriba abajo, sin excepción de edad, sexo, condición o fortuna. Ese pobre trabajador, que no se anima a sostener la labor de un día, pasará los días y las noches jugando, y si no tiene dinero, de mirón.
“Para peor, un factor más de disipación y de pérdida de tiempo, que coopera a la pobreza, se junta en el Paraguay a las taras innatas de la población, la politiquería.
“Se ha dicho que los pueblos que huyen del trabajo buscan la política. Los pueblos trabajadores emplean su tiempo, su empuje, su labor y el espíritu de combatividad propios de la especie humana, en luchar y vencer a la naturaleza. Los que odian el trabajo tienen que emplear esos factores de acción en otra tarea, y los utilizan en luchar y vencer a los otros hombres. De aquí, en pueblos no trabajadores, la afición a las luchas políticas.
El populacho paraguayo no sabe lo que es política, y en su pereza mental, no se detiene tampoco a averiguarlo; tampoco ha pedido a sus caudillos que se lo expliquen; pero, en su imaginación, siente ansias y ardores de movimiento y de lucha y, como no piensa emplearlos en el trabajo, que es doloroso, busca las agitaciones de la política y así se inscribe en un partido político, sin saber por qué ni para qué, como Vicente al ruido de la gente.
Y allá va en rebaño como carneros, a beber, a gritar, a pelear, a bailar, a quemar cohetes, a perder su tiempo, su dinero, su salud y hasta su vida, a enemistarse mortalmente con sus vecinos, a veces hasta con sus parientes, en tanto que el bolichero queda en su casa a trabajar y ganar dinero, con el cual, a la vuelta de una campaña electoral o revolucionaria, en forma de adelanto sobre su cosecha próxima, le echará al cuello, al liberal o colorado, el dogal con que habrá de ahorcarle, año por año. Pero el paraguayo se resignará de todo, satisfecho de haber sostenido como bueno su color, su opinión, en todos los terrenos.
“Y en el Paraguay no se ve forma de concluir con estos males.
“En efecto, bien sabido es que el trabajo es un sacrificio, un dolor, que todo el que puede evitar, lo evita.
“Se trabaja en este mundo por temor a un mal, por temor a la pobreza, que es el peor de los males.
“El paraguayo, como todo mestizo de español e indio americano, jamás tuvo miedo a la pobreza; más miedo tuvo al trabajo. Pero en tiempo de Francia y Don Carlos Antonio López, trabajaba por miedo al castigo. En aquellos pretéritos tiempos, en cuanto que el celador de campaña (hoy sargento de compañía) sabía de un haragán, le llamaba y, en nombre del Supremo, le advertía que tenía que trabajar para sí o para la patria. Si no cumplía la orden, recibía por primera vez veinticinco palos; a la primera reincidencia, cincuenta palos. Y tenía buen cuidado de no exponerse a los cien palos, de la segunda reincidencia. No había sino dos caminos: trabajar o morir a palos. Ahora, con las declaraciones constitucionales que le garantizan la libre disposición de su persona, el paraguayo frugal y resignado, que no conoce el miedo a la pobreza, huelga a voluntad y es el más celoso cultor del principio moderno, de que el vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo.
“Cuántas veces, en mis visitas a la campaña, he tratado de infundir en los campesinos el amor al dinero, como medio de pasar esta vida del modo más agradable posible pintándoles los placeres que comporta la buena cama, la buena mesa, el confort, la buena ropa, la conciencia de la propiedad y de la independencia que da el dinero, pero... mis cálidas y entusiastas exhortaciones, les entraban por un oído y les salían por el otro”.
“Cuántas veces he explicado al campesino, todos los males de meterse en política, en la forma que lo hacían, de lo cual no podían sacar otro resultado que perjuicios materiales, dentro de su propio ambiente, una vida llena de inquietudes, peleas, chismes y difamaciones, que a menudo se resolvían en una tragedia, mientras los jefes se regodeaban en la capital con pingües sueldos y gordos gajes. Pero nada: mis oyentes me miraban algunos azorados y otros socarronamente.
Pero ya que el pueblo paraguayo vino al mundo tan mal dotado de los atributos necesarios para la producción de la riqueza, el Gobierno, encargado de la dirección del país, pudo haber tratado de remediar el mal, con los elementos de que disponía. En lo que atañe al hombre, todo se remedia por medio de una educación conveniente. La Historia nos presenta ejemplos de pueblos pobres y de fiscos ricos. El mismo Paraguay nos brinda de esto un caso típico, bajo el gobierno de Don Carlos Antonio López. Desgraciadamente los gobiernos de la posguerra, lejos de tratar de remediar ese mal, dando al pueblo la asistencia económica y la dirección técnica que fueran menester para combatir la pobreza y fomentar en su seno el espíritu de previsión y de ahorro, dieron ellos mismos el ejemplo del despilfarro y de la imprevisión más completos. No hay en toda la campaña del Paraguay la más triste caja de ahorro y los políticos, en lugar de aconsejar al campesino que adquiera con el fruto de su trabajo, un pedazo de tierra en que caer muertos, le engaña para robarle su voto, prometiéndole, falazmente, hacerle dueño de la tierra del vecino, que será expropiada por el Estado y se le entregará gratis, por obra y gracia de su diputado.
“Más todavía: los gobiernos agravaron el mal de su parte, con la dilapidación de los dineros públicos, el malbaratamiento del patrimonio nacional y la malversación de los recursos provenientes del sudor del pueblo, cuya demostración será la materia de los capítulos que siguen a continuación”.