Hombres e ideas de una generación fundamental del Paraguay

En el campo poco explorado de la historia de las ideas en el Paraguay y de la contribución de los pensadores, don Raúl Amaral nos lega como una suerte de testamento intelectual esta valiosa contribución bibliográfica.

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Él señala que "el Novecentismo ha querido ser o significar, en el Paraguay, la renovación de modos de vidas, de sistemas de orientación intelectual y por sobre todo un método distinto para enfocar los desencuentros de la historia, latentes aun a 30 años de terminada la Guerra de la Triple Alianza".

Esta reedición ampliada tiene el formato de un típico libro de texto para estudios secundarios y terciarios con presentaciones de datos biográficos y cronológicos, además de listados de protagonistas, autores y textos vinculados. El autor mismo confiesa que los trabajos fueron "preparados a lo largo de más de tres décadas" en forma de estudios, ensayos o conferencias; de lo que se desprende que se trata de una rica compilación que aporta nuevas luces al respecto.

Maestro de los novecentistas fue Cecilio Báez, jurista erudito, autor de obras históricas y sociológicas, rector de la Universidad Nacional de Asunción y diplomático. Arsenio López Decoud, autor del monumental Álbum Gráfico de la República del Paraguay, edición del Centenario de la Independencia; Manuel Domínguez, destacado catedrático, periodista y político; Manuel Gondra, el estadista -cuyo nombre decoró una Convención Interamericana de Derecho Internacional-, profesor y político, aunque más exitoso en lo primero; Fulgencio R. Moreno, escritor, político y hombre de la cátedra como todos los de su tiempo; Blas Garay, primer historiador paraguayo que acude a las fuentes de los Archivos de Indias para sus estudios sobre el Paraguay; Eligio Ayala, el gran estadista y propulsor de una economía floreciente, mientras el resto del mundo se debatía en una gran depresión; Ignacio A. Pane, escritor, catedrático y sociólogo; Juan E. O'Leary, historiador, periodista y catedrático, Eloy Fariña Núñez, poeta; y unos pocos extranjeros como Rafael Barrett, Guido Boggiani, Viriato Díaz Pérez, José Rodríguez Alcalá.

Todos ellos fueron líderes intelectuales del renacimiento paraguayo, siguiendo a la postración de la Guerra contra la Triple Alianza. Fueron los resultados concretos de las políticas educativas de los primeros gobiernos a través del Colegio Nacional de la Capital (1877) y la Universidad Nacional de Asunción (1889).

El Prof. Amaral dedica un capítulo al novecentismo, arielismo y aprismo en la intención de encontrar el contexto latinoamericano, y aprovecha para una rápida referencia a José Enrique Rodó, a Rubén Darío y a Víctor Raúl Haya de la Torre. Para indicar que los paraguayos estaban al tanto y al día con las principales corrientes del pensamiento latinoamericano, el libro trae unos cuadros informativos interesantes sobre el relevamiento generacional y un listado casi completo de los novecentistas y los años de sus publicaciones, incluyendo obras inéditas. Este quizás sea el compendio más completo disponible a los estudiosos para un conocimiento de los autores del novecentismo, y a la lista original se agregan Juan Francisco Pérez Acosta, Eusebio Ayala, Silvano Mosqueira, Ramón I. Cardozo, Gualberto Carduz Huerta, Ricardo Brugada y Martín de Goicochea Menéndez, entre otros. Igualmente, Amaral en otro cuadro presenta como precursores del novecentismo a don Ramón Zubizarreta, Teodosio González, Delfín Chamorro, Victorino Abente y Lago, y Alejandro Audivert.

Nuestros pensadores también se inscribieron en la dialéctica tradición/modernidad. En cuanto a modernidad, el significado principal del termino es la modernidad como época. Ciñéndonos a Torcuato Di Tella desde una perspectiva histórica, el advenimiento de la modernidad -es decir del conjunto de atributos que se consideran propios del mundo moderno- "remite al largo proceso y a la diversidad de fenómenos y acontecimientos que desde el S. XVI erosionaron en Europa el orden cristiano medieval. La ampliación del mundo conocido a través de los viajes y descubrimientos, exploración y conquista de territorios extraeuropeos hasta abarcar el planeta entero; la formación de un mercado mundial y el incremento de la producción orientada al intercambio mercantil provocando la innovación incesante de los medios de comunicación y transporte; aparición de la nueva ciencia de la Naturaleza, el llamado "giro copernicano" del saber, que acompañará el giro antropocéntrico que dominaría el discurso filosófico, la formación de los primeros Estados nacionales europeos de tipo burocráticos absolutistas, la forma de producción que se consolidara con el surgimiento de la Revolución Industrial en Inglaterra".

"Europa se tornó moderna en el curso de los siglos XVIII y XIX. Fue en ese periodo a través de vicisitudes que incluyeron revoluciones y guerras así como impulsos restauradores -con el triunfo del capitalismo como modelo de producción dominante y el reemplazo del absolutismo como repúblicas liberales o monarquías constitucionales-, cuando se produjo la ruptura neta con el tipo de sociedad que las Ciencias Sociales llamarían más adelante tradicional". Si bien la modernidad tuvo sus matrices autóctonas en la sociedad y la cultura europeas, la lógica expansiva de esas matrices afectaría a las sociedades y a las culturas del planeta entero a través de formas coercitivas o inducidas.

De cualquier modo, impuesta o propuesta y elegida por las elites, la universalización de los principios constitutivos de la modernidad no tuvo en todas partes los mismos resultados y los mismos frutos. El movimiento de la modernidad involucrará poblaciones y territorios remotos y dispares entre sí, en algunos casos simplemente por los recursos económicos que proporcionaban y sus efectos, aunque con desiguales consecuencias, atravesarán las fronteras étnicas y geográficas, de clase y de nacionalidad de religión y de ideología. Algunos de los signos distintivos de la sociedad y la vida "moderna" serían: Sistema capitalista de producciónindustrialización y democracia.

La ciudad, la gran ciudad, la metrópoli constituía el espacio por excelencia de la modernidad, de su cultura y los movimientos intelectuales y artísticos, también escenario de los movimientos de masas modernos, organizaciones sociales y políticas, cuyas luchas ampliarían el campo de la ciudadanía y sus derechos. También las ideas y esquemas interpretativos acerca de la modernidad misma, suscitan reflexión intelectual.

La primera reflexión interpretativa surge en el siglo XVIII en Europa: La Ilustración. Su eje es la idea típicamente moderna de el "progreso" entendido como mejoramiento creciente y general en todos los planos de la existencia de la humanidad. Los modelos de la antigüedad grecolatina ya no representaran arquetipos a imitar. La historia como empresa humana iluminada por la razón, incrementará el saber y la justicia entre los hombres los que superarán los prejuicios.

Posteriormente las Ciencias Sociales estarán animadas a definir "leyes" generales que regirían el cambio en la marcha hacia la sociedad moderna (por ejemplo la sociología de matriz positivista). Solo en las últimas décadas del siglo XIX comienzan a proponerse cuestionamientos a la modernidad. Federico Nietzsche le dio su primera formulación poderosa y de amplio eco cultural a una crítica radical a las certidumbres que formaban parte de la modernidad en expansión. Para él, la consumación de la crítica antirreligiosa de la Ilustración con la "ausencia" del Dios cristiano significaba el derrumbe de la moral que derivaba de esta religión y todos los fundamentos que le habían conferido un sentido a la relación del hombre con el mundo. La idea de progreso resultaría erosionada por esa crítica llevada hasta el final, ya que la historia no realiza ninguna meta "preestablecida".

Max Weber por otro lado, habla del mundo moderno como un mundo "desencantado" despojado de sus elementos mágicos (el encantamiento) de origen religioso, la realidad mundana carece en sí misma de otro sentido que no sea el que le atribuyen los hombres, en función de valores que disputan entre sí. La modernidad occidental que ha llevado adelante este proceso secularizador no es el resultado de una evolución de la humanidad, sino el producto de una mutación cultural en el interior de una civilización particular, cuyas raíces se remontan a la antigüedad grecolatina y al legado judío. Y hay otras teorías al respecto.

El libro hace alusión al arielismo, que toma su nombre de la obra de José Enrique Rodó como la manifestación de un cambio, de un quiebre en varios sentidos. Señala el profesor Eduardo Devés que en el nivel de las ideas, Ariel establece una demarcación tajante entre aquello que retrata como filosofía de fin de siglo (XIX) y la que sostiene como opción. Ariel se publica el último año del siglo XIX y es un manifiesto antiutilitarista que apunta a la cultura, a la razón y al sentimiento por sobre un "canibalismo positivista y norteamericano que achataría a los seres humanos".

Es un llamado a la juventud para aliarse en una cruzada que supere el afán "positivista" y se trata de la formulación de un modelo identitario de reivindicación, defensa e, incluso, exaltación de la manera propia de ser, la latina, por valores, idiosincrasia cultura y etnia en contraposición a la generación finisecular (XIX) que se definía por la "nordomanía" identificación de un modelo extraño. El ideario se sintetiza en Ariel a partir de un espiritualismo, lucha contra el utilitarismo, sus reservas de ciertas formas de democracia, y de la inmigración, su crítica a la imitación y la exaltación de las humanidades y la latinidad.

Ariel triunfante significa idealidad y orden en la vida, noble inspiración en el pensamiento, desinterés en moral, buen gusto en arte, heroísmo en la acción, delicadeza en las costumbres. Valores que corresponden a una posición humanista que se identifica con lo latino, con lo propio, versus lo sajón, especialmente en su versión estadounidense. La concepción "utilitaria" como idea del destino humano. Rodó (caricaturizando) cuestiona una serie de tópicos que caracterizaron el pensamiento más difundido a fines del siglo XIX en América Latina: positivismo, utilitarismo, inmigración, modelo sajón, imitación de los países ricos. Y sostiene que los partidos conservadores se adhirieron a la tradición y a la herencia españolas, tomándolas no como cimiento ni punto de partida, sino como fin y morada.1

Evidentemente la intervención norteamericana en la Guerra de Cuba, en 1898, había despertado la conciencia hispánica a ambos lados del Atlántico. En España, la Generación del 98; en América, el uruguayo José Enrique Rodó publicó este influyente ensayo Ariel, exaltando la espiritualidad latinoamericana. Rubén Darío, nicaragüense, hizo lo propio en poesía y se lo considera el máximo poeta modernista de nuestra lengua. Sintetizó el formalismo parnasiano y el ritmo simbolista.2

BEATRIZ GONZÁLEZ DE BOSIO

1- Devés Valdes, Eduardo. Del Ariel de Rodó a la CEPAL 1900-1950. Editorial Biblos, 2000.
2- César Alonso de las Heras y Juan Manuel Marcos. Curso de Literaturas Hispánicas, FVD Tomo 2.
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