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Escuché a Hermann varias veces hablar sobre su obra y sobre una tensión que se expresaba en y por la materialidad. Lo liso en oposición a lo bruto, casi como la oposición entre la vida y la muerte, lo tanático y lo erótico, y hasta puede que entre el bien y el mal. Sin caer en una sobresimplificación, y, además, entendiéndolo como algo dialéctico, la materia en sí tiene las dos posibilidades. No como algo maniqueo, digamos. Su obra Caín y Abel es tal cual, una forma lisa, la otra rugosa, herrumbrada, con huecos. Y en obras anteriores es aún más abstracto: en el Cristo de Sajonia, o en Parto, por ejemplo, esa textura rugosa para él es la lucha, el esfuerzo, lo difícil, el trabajo, las adversidades, para llegar a algo, para «emerger», para «nacer», etc. Del caos surge el orden, la forma, y de allí toma fuerza. En esas obras, la misma materia se transforma. Deviene forma. Y en el Kennedy, que es un movimiento límpido, ascendente, que es truncado, está otra vez la textura bruta, como lo que se opone a la vida.
En estas obras, que son casi todas de los años 60 y 70 (no así Caín y Abel), su búsqueda formal era muy fuerte, y enmarcada en un lenguaje moderno. Y ese carácter moderno también influye en sus temas, que son preocupaciones universales. Para mí, su mejor producción es la de esa etapa. Él llega incluso a hacer obras que tienen aspectos performáticos, cuando perfora grandes chapas de metal con una ametralladora, proponiendo así una obra en la que el material y la acción por sí solos son la «narración».
Claro, en tantas décadas tiene muchas líneas desarrolladas, y muchas búsquedas distintas. Personalmente, creo que cuando concibe desde lo formal es muy contundente. En otras obras hay una narración más literal y la obra es más figurativa y menos abstracta, y en algunos casos llega a ser denotativa. Es a fines de los 80 y en los 90 cuando empieza a aparecer este tipo de obra, donde lo literal y lo denotativo tienen más peso que lo formal; antes no. En esos casos, los materiales se subsumen un poco en la narración, antes que narrar per se.
En los casi dos años que trabajé cerca de él, haciendo su libro, escuchándolo y conociendo su obra, siempre me fue inquietante esta evolución que yo percibo en su trabajo. Mi lectura, viendo la obra de Hermann desplegada en el tiempo, es que sus búsquedas más formales van diluyéndose o desdibujándose en una búsqueda más narrativa, más temática. Creo, articulando esto con el contexto, que podríamos repensar cuestiones que hacen a nuestro contexto de producción artística / visual local. (No digo que él haya planteado esto, sino que creo que cabe hacerlo con la perspectiva que podemos tener hoy). Podría ser interesante repensar qué pasa en los 80 en las artes visuales en general en Asunción, pues creo que se consolida un tipo de arte / obra vendible, «bien enmarcada», que satisface el gusto de un sector de la población que se enriquece durante el apogeo de Itaipú. Como si el incipiente mercado de arte local demandara productos, mercancía, antes que una producción nacida de la investigación y la experimentación o de búsquedas formales, etc.
Me alegra que se recuerde a Hermann en estas fechas, cuando llega su cumpleaños. Y me da cierta nostalgia no poder escuchar su voz.