Hasta siempre, Horacio

Solo nos vimos dos veces, en un Madrid otoñal, tras haber dialogado durante un año a través de Internet. La segunda vez, al despedirnos, Horacio Vázquez Rial me obsequió algunos de sus 34 libros de ficción y ensayo, que en este país son inasequibles, aunque el autor haya recibido galardones.

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Según Vázquez Rial, su paso del trotskismo al liberalismo se fundó en el hábito de la duda y en la concepción del marxismo como instrumento limitado en lo histórico. Le ayudaron sus visitas a Cuba, como la de 1994: “A un pobre tipo que me vendió un purito, que acababa de armar allí mismo, vino un policía y le ‘expropió’ los dos dólares que yo acababa de darle. Y entonces me dije: no, no vuelvo más”. La lectura de El asedio a la modernidad (1991), de su compatriota Juan José Sebreli, a quien tenía por su maestro, le permitió aclarar muchas cosas y desmontar muchos clisés. No comprendía el antiamericanismo de la izquierda y era solidario con Israel: su convicción de que esa solidaridad era el único compromiso válido con la modernidad, con el pensamiento libre y con la estabilidad democrática, le haría dirigir la obra colectiva En defensa de Israel (2004), en la que escribieron el español Gabriel Albiac, el mexicano Enrique Krauze y el argentino Marcos Aguinis, entre otras plumas prestigiosas. Llegó al liberalismo, en fin, porque siempre le importó más la libertad que la igualdad: “uno sale de la izquierda no porque haya cambiado de valores, sino porque entró con alguno que no tenía lugar en ella”. Tras los atentados contra las Torres Gemelas y dada la ambigua reacción de la izquierda, ajustó cuentas definitivamente en el ensayo La izquierda reaccionaria (2003), acuñando un concepto que le valió el repudio de muchos amigos y de buena parte del mundo editorial. Nadie deja impunemente una ideología.

Aunque no era nacionalista y había pasado fuera de su país la mayor parte de su vida, Vázquez Rial no dejó de ocuparse de la Argentina, de sus mitos. Dedicó sendas biografías noveladas a Gardel y a Perón. En Las dos caras de Gardel (2001) demostró, apoyado en una amplia tarea investigativa, que el cantante había nacido en Tacuarembó, que era hijo del uruguayo Carlos Escayola y de la francesa Berta Gardés y que alguien había falsificado su biografía para robar su herencia. Perón. Tal vez la historia (2005) es un libro apasionante, que se ocupa tanto de la vida del personaje y de su gestión gubernativa, como de las peripecias del cadáver de Evita, de tal modo que sus 53 capítulos derivan hacia “el ensayo, la imprescindible especulación, el relato puramente histórico, el no-género que tal vez sea la verdadera literatura y la verdadera historia”. El autor estaba convencido –y aporta indicios– de que Martha Susana Holgado, a la que prefería llamar Lucía Virginia Perón, era la hija no reconocida del general. Para él, como apuntó en el mismo libro, “no hay diferencias esenciales entre la novela y el relato histórico de pretensión científica. Ambos son obras de ficción, con un narrador contaminado por su tiempo y su ideología”. También creía que “eso que pomposamente se llama documento y que sostiene el edificio entero de la historiografía, también suele ser un artificio por el que se hace constar algo con algún fin que, en el momento de su producción, no es necesariamente la verdad”.

Vázquez Rial amaba a nuestro país y odiaba a Mitre: Como argentino, le dolía la Guerra de la Triple Alianza, cuya historia lamentó no haber llegado a escribir. A modo de consuelo, le dije alguna vez que su país había recibido, a lo largo de los años, a muchos exiliados paraguayos y que eso merecía un reconocimiento. Me contó que en el barrio porteño del Once, donde había crecido, nuestros compatriotas trabajadores se distinguían de los otros inmigrantes por su aseo y su buen vestir. Aunque nunca llegó a visitarnos, como quiso, se ocupó de la aventura de Nueva Germania en el volumen El cuñado de Nietzsche y otros viajes (2007). Allí vapuleó al antisemita Bernhard Förster y a la mentirosa Elizabeth Nietzsche y estimó probable que algunos jerarcas nazis hayan estado en dicha colonia. En la introducción al volumen –un ensayo de filosofía de la historia–, habla de la tercera historia, es decir, de la vida oscura de los que hacen la vida de todos. La vida, por ejemplo, de una pareja alemana que vino al Paraguay en la segunda mitad del siglo XIX, la del cuchillero Juan Moreira o la del vendedor de ropa Isaac Braun, que “vivió tres veces, renació tres veces y postergó para siempre dos utopías”.

En la obra narrativa de Vázquez Rial se destaca, cual testamento literario, El soldado de porcelana (1997), una extensa novela en torno al general republicano español Gustavo Durán, que también fue compositor de piano y asesor del famoso embajador Spruille Braden. Al fecundo autor no le faltó tiempo para escribir en los principales diarios españoles. En los últimos años, lo hizo semanalmente en Libertad Digital, periódico que también había acogido al ingeniero Porfirio Cristaldo, columnista de este diario.

Compartimos afectos y desafectos, salvo la germanofobia, como si hubiésemos sido amigos de toda la vida. Este año apareció su último libro: uno sobre el virrey Santiago de Liniers (2012), del que me había hablado con mucha ilusión. Agnóstico, falleció hace pocos días, tras haber afrontado la muerte con sereno valor. Lo recordaré como se recuerda a un hombre bueno y sabio. Hasta siempre, Horacio.

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