Guerra, Estado y religiosidad en el Paraguay

Comentarios en torno al libro de Ignacio Telesca, Pueblos, curas y Vaticano. La reorganización de la Iglesia paraguaya después de la Guerra contra la Triple Alianza, Asunción, FONDEC, 2007, 171 páginas.

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En 1870, en Paraguay, sólo una tercera parte del clero –unos 31 sacerdotes sobre un número de 110– había sobrevivido a la Guerra contra la Triple Alianza. A esta exigüidad se sumaban su división interna y su baja condición moral. Desde la perspectiva institucional, la Iglesia paraguaya había pasado a ser sufragánea de la de Buenos Aires desde 1865 y la sede de Asunción no tenía Obispo desde el fusilamiento de Manuel Antonio Palacios. Semejante estado, resumido en estos pocos datos, sirven para dar cuenta del tortuoso camino que depararía su reorganización.

La historia religiosa es en la actualidad una de las corrientes historiográficas de más vitalidad, junto, por ejemplo, a la nueva historia política. No es que antes no hubiera interés por el fenómeno religioso; basta recordar, por ejemplo, el libro pionero de Marc Bloch, Los Reyes Taumaturgos (1928), sobre la capacidad terapéutica de los monarcas franceses e ingleses durante la Edad Media y los tres importantes libros de Lucién Fevbre: su Biografía sobre Martín Lutero (1928), La religión de Rabelais (1942) y El corazón religioso del siglo XVI (1957). Todas estas obras, abocadas a tratar la psicología colectiva más que la historia religiosa han facilitado la posterior apropiación de temas religiosos sobre todo a partir de mediados de los sesenta, cuando al finalizar el Concilio Vaticano II (1965) comienza a desarrollarse una nueva eclesiología basada en la autodefinición de la Iglesia como “pueblo de Dios” y el interés por los temas religiosos se acrecienta al integrarlos en toda su dimensión sociológica y cultural. De alguna manera, la historia religiosa se enlazaría perfectamente con la sociología y con la historia de las mentalidades. Así, pues, este renovado interés por el fenómeno religioso tiene su explicación en la necesidad de hacer una historia más sociológica del fenómeno religioso, que poco a poco se ha ido despegando de la historia eclesiástica o historia institucional de la iglesia, de corte más tradicional. Y si hay un ejemplo de que esta nueva perspectiva ha permitido la superación de acantonamientos y la ampliación del abanico de la investigación histórica es el reciente libro del investigador Ignacio Telesca, de la Universidad Católica de Asunción, sobre la reorganización de la Iglesia paraguaya en la primera década después de la Guerra contra la Triple Alianza.

El núcleo central de este trabajo parece concentrarse en el siguiente interrogante ¿en qué medida el Estado y la evolución de la Iglesia paraguaya en la inmediata posguerra condicionó o influyó en la religiosidad del pueblo? Para responder a esta cuestión, Telesca ofrece una lectura de los resultados de su abordaje en dos andariveles. En el primero de ellos se pueden seguir los primeros esfuerzos para reorganizar la estructura institucional. Así, el capítulo segundo del libro está dedicado a analizar la Misión del Delegado Apostólico y Legado Extraordinario, Angelo Di Pietro, en Paraguay, entre los años 1878 y 1879 y la consecución de sus tres objetivos: conseguir misioneros para cubrir las necesidades inmediatas, formar una nueva generación de sacerdotes paraguayos para el futuro y el nombramiento de un obispo. Di Pietro mostró a lo largo de todo su desempeño una verdadera preocupación por la condición en que se encontraba la Iglesia en el país y una notable habilidad para maniobrar con el gobierno de Cándido Bareiro, por lo que sus esfuerzos se vieron recompensados: en 1879, Pedro Juan Aponte fue consagrado obispo de la sede paraguaya, se reabrió el Seminario y para conducirlo llegaron sacerdotes pertenecientes a la Congregación de la Misión, los Padres Lazaristas; a su vez, también arribaron las Hijas de la Caridad, la congregación femenina de los lazaristas para atender el hospital y para establecer –serían las primeras– un convento en el Paraguay.

El segundo andarivel de lectura lo constituyen los capítulos 1 y 3 de este texto en el que Telesca cuantifica, para dar fuerza a su argumento, el estado del clero en la primera década posbélica: en 1870 había 30 sacerdotes nacionales y uno solo extranjero, en tanto una década después habían 23 nacionales y 24 extranjeros. Tales cifras permiten dar cuenta de que en 1879 la relación era de 47 sacerdotes para una población de 346.048 habitantes. Cualitativamente estos capítulos dan cuenta, también, de los conflictos relacionados con la baja condición moral de los sacerdotes –nacionales y extranjeros– a los que las denuncias califican de borrachos, jugadores y concubinarios. Pocos en número y pobre la calidad moral, los curas no podían responder a las necesidades de la gente por lo que los desencuentros con los parroquianos eran reiterados. Lo que queda demostrado en esta línea es que esta penosa situación no condicionó, sin embargo, al pueblo, que mantuvo su religiosidad: manifestaciones piadosas como procesiones y festejos patronales, la devoción a la Santísima Virgen María y el deseo de recibir la mayor cantidad de sacramentos son expresiones de la gran vitalidad de la religiosidad popular en el Paraguay de posguerra al margen de las vicisitudes institucionales y de los problemas del clero. De hecho, si este relato de la Iglesia paraguaya entre los años 1870 y 1880 nos habla de un obispo, de un seminario, de buenas relaciones Iglesia-Estado, de nuevas órdenes religiosas, aparece claro, a su vez, que el pueblo, en especial en el interior, donde las estructuras eclesiásticas se sentían menos; aprendieron a vivir la dimensión religiosa de sus vidas en ausencia de la Iglesia institucional, desarrollando prácticas que podían sobrevivir independientemente de ella.

El modelo de trabajo que se propuso el autor para este proyecto hizo necesaria una variedad de fuentes provenientes tanto del Archivo de la Curia de Villarrica y del Archivo Arquidiocesano de Asunción como del Archivo del Vaticano, lo que nos permite suponer que, en un futuro inmediato, se verán ampliados notablemente, en Paraguay, mediante el uso de estos repositorios y de otros similares, campos de análisis aún pendientes de abordajes como la jerarquía y formación de las elites clericales, las congregaciones religiosas femeninas, las relaciones entre práctica religiosa y comportamiento electoral o la evangelización a través de la educación

Indudablemente, la originalidad de estos ámbitos precisa una sensibilidad especial y un talante apropiado por parte del historiador. De ambos, da muestras Ignacio Telesca, quien parece decirnos, a través de este sencillo y sugerente trabajo, que la historia religiosa se basa no sólo en todo lo que tiene que ver con la dimensión religiosa del hombre, sino también en todo aquello que el hombre hace movido por una particular visión religiosa de la vida.

Por Liliana M. Brezzo; Consejo Nacional de Investigaciones Científicas de la República Argentina - Miembro de la Academia Paraguaya de la Historia.
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