Cargando...
Según las crónicas de la época, aquel día húmedo y caluroso, al entrar el sol, sigilosamente llegó desde el sur una tormenta con abundantes precipitaciones, fuertes descargas eléctricas y violentas ráfagas de viento, y se especula que, al encontrarse, a unos doscientos metros de la costa paraguaya, sobre el río Paraná, con otra corriente de viento, formaron un huracán cuya fuerza superó los doscientos cincuenta kilómetros por hora, con lluvias torrenciales e intensa actividad eléctrica.
El tornado –se diría que el término corresponde– entró por el muelle, vía de transporte de cargas y pasajeros y de comunicación con Argentina, que quedó destruido, al igual que muchas casas, monumentos, edificios, etc.
Las miserias humanas llevaron a algunas mentes avariciosas a aprovecharse de la desgracia para saquear edificios derrumbados y llevarse objetos de valor, mientras surgía el ansia de heroicidad en otros honrados espíritus, la mayoría anónimos, otros con nombre y apellido, como el jefe de la usina Juan Pedotti, quien murió electrocutado al bajar la llave para evitar que otros tuvieran contacto con los cables caídos, salvando así muchas vidas.
Dos alemanes, Josef Kreusser –sacerdote de la congregación de los misioneros Steyler del Verbo Divino– y Georg Memmel cruzaron a remo el caudaloso río Paraná para ir a pedir auxilio en la vecina ciudad argentina de Posadas. Allí, en la Casa de Gobierno provincial se desarrollaba una alegre fiesta estudiantil de la que participaban muchos encarnacenos; nadie sabía nada de la tragedia. Al conocerse la noticia, la reunión fue suspendida de inmediato. El gobernador de entonces, don Héctor Barreyro, llamó a la solidaridad.
Jóvenes posadeños, junto a equipos de médicos, enfermeras y monjas, pasaron varios días con sus noches removiendo los escombros en busca de muertos y heridos. Las familias encarnacenas que quedaron sin hogar fueron alojadas en Posadas, se formaron bancos de sangre y las embarcaciones que se encontraban en el puerto posadeño se movilizaron para brindar ayuda y convertirse en hospitales flotantes e improvisados albergues.
En Asunción, la grave noticia recién se conoció al día siguiente, a las 5:45 de la mañana, a través de un breve telegrama transmitido desde Posadas que decía: «Ayer 6 y 45 (pm) un fuerte ciclón arrasó la mayor parte de Encarnación, ciudad baja. Hay numerosas víctimas». Tras el anuncio, la ciudadanía y las autoridades paraguayas empezaron a sacudirse. En siete horas, el tren con médicos, medicamentos, ropas, comestibles y otros elementos de socorros llegó a la ciudad de Encarnación.
Pero lo más apreciable, además de los espontáneos gestos de solidaridad de los hermanos posadeños, fue la inmediata reacción de los artistas nacionales. Músicos, actores, hombres y mujeres se alistaron para el socorro, y algunos cineastas viajaron para filmar y documentar lo sucedido, un trabajo que sirvió después para recorrer las ciudades del país y del exterior, exhibiendo los filmes para recaudar fondos para el socorro y paliar en algo las pérdidas de los damnificados.
El poeta y obrero Manuel Ortiz Guerrero se sumó a la causa con un librito de poemas, que tituló Gratitud a Posadas. Lo editó en su imprenta, Zurucu’a, y envió mil ejemplares, en calidad de donación, a sus amigos Juan Vinader, de Encarnación, y Víctor J. Castilo, de Posadas. De este folleto rescatamos uno de los poemas, el que le da título.
Gratitud a Posadas
Por los que a la tarde fueron al trabajo de siempre, y hallaron de noche, al volver: cadáver su esposa, su casita abajo...
Y quedaron locos al amanecer.
Repitan las aves, publiquen los vientos y ajusten los vates a los sones del laúd, este verso loco, sin comedimientos, mojado en el llanto de la gratitud.
Por la novia joven que esperaba amante como siempre al novio antes de cenar, en cambio, en el rapto de un lívido instante le vino la muerte la boca a chupar.
Jardines de lirios y rosas rosadas broten de las ruinas, a tu juventud, con cuyos sudores, regaste, Posadas el huerto inefable de esta gratitud.
Por el que paciente, años tras los años, ladrillo a ladrillo su hogar levantó sin soñar los daños de los desengaños...
Y si todo tuvo, ¡todo lo perdió! Porque tu bocado de pan nos partiste, y lloraste encima de nuestro ataúd, y nos abrazaste, esa noche triste...(*) De emoción temblamos en tu gratitud.
Por la madre ciega de sangre y asombros, que como un fantasma vivo del pavor haraposa vaga sobre los escombros, buscando... buscando su hijito menor.
Dama posadeña: gracias por tus dones, y alabada sea su excelsa virtud.
Llorosos y heridos, cien mil corazones te dan bendiciones de su gratitud.
Por todos los vivos, por todos los muertos que víctimas fueron del raudo ciclón; por sobre los tristes escombros desiertos de lo que fue un día nuestra Encarnación; por el angelito, bebé de seis meses que un muro aplastara –lirio bajo alud–, una vez más, gracias, y gracias mil veces.
¡Tierra y cielo escuchen nuestra gratitud! Hermano argentino: si a la antigua playa de Encarnación llegas un anochecer y al saltar a tierra tuya y paraguaya, vieres un espectro blanco de mujer que un ramo de lirios arroja a tu paso y eleva los brazos en dulce actitud, háblale: es mi alma. Te tiende un abrazo: el abrazo enorme de su gratitud.
catalobogado@gmail.com