Giger, un aerógrafo cargado con sexo y muerte

Estudió arquitectura y diseño industrial. Luego descubrió su arma predilecta, el aerógrafo, e inventó la biomecánica para dar carne a lo inorgánico y texturas metálicas a la carne. Su universo helado y tecnológico fue a la vez un mundo arcaico de terrores ancestrales. El horror y el erotismo se mezclaron en el depósito de su aerógrafo para forjar los monstruos que habitan el porvenir.

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LAS PESADILLAS DE TODOS

Dejó su marca en el rock, el cine, la literatura y todos los universos alternativos que quepa imaginar hoy. Plasmó miedos colectivos de nuestra era desde sus primeros trabajos (como los Atom-Kinder, bebés alterados por radiación nuclear) hasta los videojuegos Dark Seed y Dark Seed II, de los noventa. Llenó de esculturas, lienzos, relojes (los prácticos Giger’s watch, de varios usos domésticos –para flagelarse, para flagelar, para llegar al orgasmo, etcétera–), motos, mesas, bares un mundo paralelo que cualquiera puede visitar de noche. La ciencia ficción, el cine, el ciberpunk, el tatuaje no serían lo que todos sabemos sin su obra.

Hizo tapas de discos de Emerson, Lake & Palmer, del grupo francés de rock progresivo Magma, de Debbie Harry (Koo Koo, de 1981) y de muchos más. En 1985 el Parents Music Resource Center enjuició por obscenidad al grupo punk Dead Kennedys por ilustrar un disco con Landscape XX, de Giger, y se calificó de satánica una portada de la banda suiza Celtic Frost por hacer lo mismo con la obra de Giger I Satan. Tom Warrior, antes líder de Celtic Frost, reincidió y puso otra imagen suya en la tapa del álbum de su nuevo grupo, Triptykon. A pedido del vocalista de Korn, Jonathan Davis, Giger le fabricó en el 2000 un soporte «biomecánico y muy erótico» para su micrófono. En el 2005 Ibanez lanzó las HR Giger Signature Series, guitarras con serigrafías suyas. Modeló las secretas fobias de la sociedad contemporánea, los espectros colectivos que recorren las pesadillas de todos.

LA MUERTE Y LA BIOMECÁNICA

Elogiado y denostado, su nombre, sinónimo de medio siglo de arte fantástico, queda en el centro de la cultura contemporánea, de los videojuegos, del mundo del terror y la ciencia ficción, del cyberpunk, del tatuaje, del cómic, del diseño gráfico, de las angustias ante el cyborg y sus implicaciones filosóficas. Ubicuo por la proliferación de su estética en el cine, los discos, el póster y la ilustración y porque los años volvieron cada vez más popular su versión ilustrada del grimorio maldito nombrado por vez primera en 1922 por H. P. Lovecraft en The Hound, el infame Giger’s Necronomicon, unos rechazan su obra por repulsiva y otros la admiran por lo mismo, pero ni unos ni otros pueden negar el enorme impacto de una producción extensa y varia que recibe, pese a ello, su coherencia de dos factores: la muerte y la biomecánica.

La muerte, sobre todo desde 1975, año del suicidio de su mujer, el gran amor de su vida. La biomecánica, neologismo que designa la síntesis artística de formas biológicas y mecánicas, la integración del hombre y la máquina en comunicación inquietante, magia negra por la cual lo artificial crece, como la naturaleza, de forma descontrolada, invade la vida tal como se la ha conocido hasta hoy y muta al hombre en monstruo atroz y bello, promesa y amenaza del futuro, impredecible, irreconocible fruto de la manipulación ciega y de la destrucción plástica cuyo erotismo de pesadilla, de orgías dolientes de horrible belleza en un infierno industrial de sexualidad feroz y retorcida, espía el ojo fetichista de Giger. (Todo esto, cabe añadir, en un momento histórico en el que la mutación ya no es posible. Porque es inevitable.)

LOVECRAFT Y EL OCTAVO PASAJERO

Ruptura estética con todo lo anterior, en 1979 Alien, el octavo pasajero cambió visualmente la ciencia ficción. Ese insecto biomecánico basado en seres de su grimorio de 1977 (666 ejemplares encuadernados en piel negra), el Giger’s Necronomicón, de viscosa piel llena de cables y gesto letal, esa materia viviente de lo inconcebible, de lo absolutamente otro, era verdaderamente un organismo real. Y a un tiempo repulsivo y elegante. Lo hizo sin ojos porque: «Temes más lo que no entiendes». De cabeza fálica y boca vaginal, el bicho le valió el Oscar de 1980 a los mejores efectos especiales (el único para Alien).

Luego trabajó en el diseño biomecánico de la depredadora sexual Sil de Species (1995). En el 2012 vimos (ahora sabemos que fue la última vez) volver su salvaje iconografía futurista, de nuevo con Ridley Scott, en Prometheus: murales, objetos, estatuas que dan su atmósfera al filme. El intento de Alejandro Jodorowsky en los setenta de filmar Dune, la novela de Frank Herbert, involucraba en teoría a Orson Welles, a Dalí, al ilustrador inglés Chris Foss, a Pink Floyd y a Giger, bajo la dirección artística de Moebius, equipo intergaláctico que nunca se llegó a reunir para realizar «la película de culto que jamás se filmó».

FREAKS DE TODO EL MUNDO, UNÍOS

H. R. Giger murió el lunes por las heridas sufridas al caer por una escalera. Queda su obra, la de un hombre marcado por la pena (la actriz Li Tobler, ya lo dije, su mujer, se suicidó en 1975) que encontró otra belleza y otro erotismo posibles en los perturbados, siniestros consuelos de un infierno de tentáculos y figuras demoniacas donde lo humano es historia y solo cabe una existencia gobernada por el deseo y el delirio. Un mundo de seres mitad metal y mitad carne y de paisajes de hormigón y de ectoplasma, un pub donde beber con las miserias y los temores contemporáneos y los primitivos, eternos fantasmas del inconsciente.

Por todo eso, ¡nerviosos, hipersensibles, fetichistas, amantes del play station y las historias de terror, de los cómics y los tatuajes, de los discos de rock y la fantasía sin freno de la ciencia ficción, freaks del mundo entero! Dejemos un minuto nuestros sueños morbosos, paremos de proclastinar un instante en las oficinas, bajemos el brazo levantado para encender el equipo. Que paren las usinas de las fábricas y las rotativas de los diarios y revistas, que enmudezcan las centrales de las paradas de taxi y que suelten sus bandejas los mozos en todos los bares y cafeterías. El repudiado, discreto, melancólico, impresentable padre de los monstruos, ha caído. Esta vez no en el pecado, en la tentación ni en el vicio, sino en ese abismo del que ya nadie se levanta. (No en su conocida forma mortal, por lo menos.) Adiós, Hans Rüdi Giger. Nos volveremos a encontrar en tu país: el futuro.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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