Gentes nada que ver

Lo que hace el rock, bien o mal, afirma Horacio Bendlin en este artículo, es, básicamente, contar la experiencia, la realidad, la vida, algo que no puede ser bienvenido en una cultura que evita ver lo que ocurre, en una cultura del miedo. La mirada de un músico paraguayo sobre el rock nacional.

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«Voy caminando en la madrugada por esas calles de la ciudad.

Me encuentro solo, estoy reventado, no tengo un mango para morfar.

Melena al viento, guitarra al hombro, bolsillos llenos de libertad.

Busco un amigo que tenga onda y me haga pata para volar.

No tengo nada pero soy libre. Me siento dueño de la ciudad.

Mi facha rara provoca insultos cuando la gente me ve pasar.

No ven sus vicios ni sus miserias. Solo reparan en los demás.

Yo estoy muy alto ¡Pobres gusanos! ¡Yo no me arrastro, puedo volar!

En vuestro mundo todo se vende: amor, amigos y dignidad.

Judas modernos, del oro esclavos. A mí jamás me podrán comprar.

¡Y se proclaman “hijos de Cristo”! ¡Habrase visto desfachatez!

Por cinco reales matan a un hombre, venden la madre, compran la ley.

¡Oh! Gentes nada que ver. Sigan arrastrándose.

Lenguas largas, cabellos cortos, moral en venta o en alquiler.

¡Oh! Gentes nada que ver. Sigan arrastrándose.

Limpios por fuera, sucios por dentro. Es de rameras su proceder.»

(Gentes nada que ver, canción de Celso Brizuela, «Chester Swann», 1942 - 2012)

PRIMEROS GATEOS

«Gentes nada que ver, sigan arrastrándose», sentenció el mítico Chester Swann, representante de una época confusa en la que llevar el pelo largo o ser «comunista» era prácticamente tener una enfermedad, tal como actualmente consideran ciertos políticos y clérigos a la homosexualidad. Una época en la cual «Caperucita Roja» no era sinónimo de pesadillas infantiles y consuelos maternales, sino posiblemente de un viaje sin regreso ni, mucho menos, final feliz.

Por supuesto que, en medio de todo esto, se asfaltaron muchas rutas, se crearon monumentales represas y todo el mundo tomó tereré y durmió a puerta y ventanas abiertas, y no había tantos mosquitos.

En este entorno, así evocado tradicionalmente en el retrato falso de la seguridad y la prosperidad de antaño, se embriona y gatea por primera vez el llamado Rock Nacional. Representado por orquestas y grupos como La Banda de la Luz Cósmica, Ataúd, Faro Callejero, Los Aftermads, Los VIPs, Los Mau Mau, Les Scarbots, Equipo 87, etc.

MIEDO E IGNORANCIA

Bajo ese retrato falso, había miedo. Y el miedo crea sociedades capaces de aceptar condiciones inaceptables y de creer cosas increíbles. Fácilmente controlables por un poder que supuestamente garantice a la población que será defendida de los temidos enemigos de la paz y el orden. «Que nos oprima, pero que nos proteja», es el lema que se aprende en la cultura del miedo, cuya otra cara es la ignorancia, precio de esa supuesta protección aceptada por miedo. La obediencia se negocia a través de un discurso que la maquilla con valores presuntamente indiscutibles, válidos para todos: paz, orden y progreso, patria, tradición e identidad…

Y aquí me obligo a abrir un paréntesis para hablar de identidad.

IDENTIDAD Y CONSUMO

Me resulta extremadamente llamativa la tendencia a idolatrar el deporte (llámese fútbol, por ahora) y a sus representantes. Tendencia que casi lo equipara –si es que no la supera en esto–, por la devoción que inspira, a nuestra religión oficial, otra vena prácticamente intocable de nuestra cultura, y que lo convierte en una interesante e inteligente aplicación del principio del «opio del pueblo». Las religiones nos ofrecen una maravillosa oportunidad de llenar nuestros vacíos. Que conste que soy amante de uno de los clubes más populares de este país. La cosa no va por ahí, pero no puedo ignorar tan gruesa verdad.

En la cultura de la ignorancia se promociona –casi siempre en forma de consumo (de viajes, ocio, vida nocturna, diversión, farra, música, conciertos, etc.)– la sensación de libertad –controlada– y se vende la idea de identidad propia, de individualidad –momentánea: fuera del trabajo podés ser «vos mismo» (también sobre todo a través del consumo: remeras de tus grupos favoritos, estilos que vayan con tus ideas, etc.).

LA CULTURA DEL MIEDO

Mi concepto de la cultura del miedo procede de la experiencia general que los nacidos en países marcados por regímenes dictatoriales tenemos por el simple hecho de ser hijos o producto de generaciones y generaciones que han aprendido a callar cuando lo que hay que decir puede ser inconveniente o comprometedor, y a mirar a otro lado cuando lo que hay que señalar puede ser peligroso, y que nos han transmitido como enseñanza de supervivencia esta conducta, en muchos casos adquirida durante esos mismos años de caperucitas rojas y de lobos feroces de los cuales, tristemente, tantos mosquitos aún quedan.

Mal que nos pese, la cultura del miedo es también una cultura de la ignorancia, porque ignorar muchas veces significa no meterse en problemas.

El rock nacional nace sesgado, en medio de una cultura de temores y conveniencias, coartado de raíz; no cumple su verdadero objetivo, porque el rock lo que hace, lo haga bien o mal, es, básicamente, contar lo que pasa, transmitir la experiencia, reflejar la realidad, retratar la vida, algo que no puede ser bienvenido en una cultura que, por miedo, ignora, en una cultura que evita ver lo que ocurre, y más todavía decirlo: en una cultura del miedo. ¿Por qué el rock nacional no trasciende? Porque ha nacido en una sociedad que limitó desde el comienzo sus posibilidades, que se obstinó en frenarlo, en censurarlo, en marginarlo. Porque, aunque la fórmula del rock sea hablar de libertad, y hacerlo libremente, tal vez no lo haya conseguido en un contexto en el cual en algún momento pudo haberse cortado la comunicación cultural por conveniencia.

Para los que se atrevan a caminar, la historia sigue. Y los que no, «sigan arrastrándose».

fiebreciudadana@hotmail.com

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