Gary Webb y la Alianza Oscura

En su artículo de hoy en estas páginas sobre una recientemente estrenada película paraguaya, el crítico de cine Gustavo Reinoso habla de Gary Webb. Atrapamos al vuelo esa ocasión de contar una historia que encadena hechos en apariencia disímiles con lógica de hierro bajo la superficie.

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Poco después del asesinato a traición de Augusto Sandino, cuyas tropas habían logrado expulsar del país al ejército de ocupación estadounidense, Nicaragua quedó en manos de los Somoza.

¿Qué tiene esto que ver con los «chespi» arrojados a las veredas sin futuro ni horizonte de ciudades como Asunción?

Todo.

Uno: El crack

El crack llenaba las calles de los guetos de Estados Unidos en los 80 y entre el ruido de esas y otras esquinas del planeta sonaban por esos años algunas canciones del disco Sandinista!, de The Clash. Y no era coincidencia que el crack llenara los guetos y que se lanzara ese disco. En esta historia, nada es coincidencia.

La cocaína seguía siendo una droga de las clases medias y altas, pero su versión degradada y barata reinaba en los barrios pobres y su imperio se expandía velozmente. Rápida vía de ganancia y poderoso adictivo, el crack trajo consigo una imponente ola de violencia ciega mientras los dealers se peleaban por el control de las veredas y las esquinas y los desesperados delinquían, empeñaban su alma, se devoraban entre sí.

Dos: Los Somoza

Después de que el primero en el poder de esa suerte de dinastía que fueron los Somoza asesinara a traición a Augusto Sandino, cuyas tropas habían expulsado al ejército de ocupación estadounidense, Nicaragua quedó durante cuatro décadas en manos de esa familia y sus aliados. Hasta que en 1979, con la entrada en Managua de las columnas del Frente Sandinista de Liberación Nacional, cayó el último de los Somoza. Los grupos armados de oposición al nuevo régimen sandinista que surgieron después serían conocidos como –apócope de «contrarrevolucionarios»– la «Contra».

Tres: El IranGate

El 5 de octubre de 1986 el ejército sandinista derribó un avión estadounidense. Llevaba armas y cocaína. Capturado, uno de sus tripulantes, Eugene Hasenfus, declaró en una rueda de prensa que él y sus compañeros trabajaban para la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA).

Aunque recién entonces estalló el escándalo del IranGate, Israel –cuyo primer ministro era Shimon Peres– había comenzado a vender a Irán armas de Estados Unidos, según los documentos, en 1984.

Por este escándalo se supo de la operación Irán-Contra, en la que Israel y los cárteles de droga participaban ayudando a la CIA a vender, armas en Irán el primero, cocaína en Estados Unidos los segundos, para financiar a la Contra en Nicaragua. «My father worked for the CIA selling cocaine to finance the fight against Communism in Central America», escribe el hijo de Pablo Escobar, jefe del Cártel de Medellín, en un libro publicado el año pasado (1). A Escobar y el Cártel de Medellín, cables desclasificados puestos a disposición del New York Times hace unos meses los conectan con la llegada al gobierno de Colombia de Álvaro Uribe (2), recordado por el escándalo de los falsos positivos –asesinatos de miles de civiles a menos del ejército–, que involucró al entonces ministro de Defensa Juan Manuel Santos. El pasado mes de mayo, un nuevo estudio (3) calculó esas muertes en diez mil, el triple de lo que se creía hasta ahora.

Uno + Dos + Tres: «Dark Alliance»

Hoy se sabe, aunque no siempre se dice, que la ayuda estadounidense a la Contra tenía dos fuentes principales, e ilegales, de financiación: el tráfico de armas a Irán y el tráfico de drogas. Pero cuando en 1996 Gary Webb publicó su serie «Dark Alliance» en el San Jose Mercury News y expuso cómo la CIA favoreció la venta de toneladas de cocaína y crack en los barrios pobres de Los Ángeles durante la década de 1980 a fin de financiar a la Contra y apoyar sus propósitos de derribar al Gobierno sandinista, sacudió al país. Webb se basó en documentos desclasificados de la CIA y en testimonios de traficantes que operaban a su sombra y de antiguos oficiales de la Agencia Antidrogas (DEA), en cientos de horas de entrevistas grabadas y en transcripciones de procesos judiciales en cortes de su país. Las operaciones de narcotráfico que la administración de Reagan autorizó con el objetivo de apoyar a la Contra nicaragüense salieron así, gracias a Webb, obscenamente a la luz para desnudar los sucios cimientos del orden y revelar la fea cara del monstruo como en un mal viaje lisérgico.

La ruina

Publicar esto le valió a Webb enemigos muy poderosos, además del gobierno. ¿Por qué lo hizo? «Las únicas víctimas aquí», dijo en una entrevista en 1997, «son los que viven en los guetos». Tal vez sea una buena razón. Webb se convirtió en blanco de una campaña destinada a destruir su reputación y a demostrar que sus investigaciones no eran sino delirios conspirativos. El Washington Post, Los Angeles Times y el New York Times se distinguieron en ese delicado trabajo sucio. Gary Webb, triste es decirlo, no encontró muchos aliados, y los pocos que osaron defenderlo también fueron atacados y calumniados. Perdió su puesto en el San Jose Mercury News en 1997 y aunque solo unos años antes, en 1990, había ganado un Pulitzer por su reportaje sobre el terremoto de Loma Prieta, no pudo volver a encontrar trabajo en ningún diario. Por la serie que en un solo movimiento lo volvió célebre y paria, «Dark Alliance», aunque es lo más importante que publicó en toda su vida en un periódico, no ganó nunca, obviamente, un premio de periodismo –y eso confirma que la serie de verdad es importante–.

¿Y qué fue de nuestros personajes?

Dos años antes de que el primero de los Somoza subiera al poder, Augusto Sandino, su padre, Gregorio, sus lugartenientes Francisco Estrada y Juan Umanzor y el historiador Sofonías Salvatierra fueron detenidos por un batallón al mando del coronel Delgadillo cuando salían de una cena. Gregorio y Sofonías quedaron presos en la cárcel de El Hormiguero mientras Sandino y sus lugartenientes eran llevados a un terreno baldío en las afueras de la ciudad. Ya los esperaba allí, abierta, una fosa común. Los fusilaron ante su fosa a las once de la noche.

Pese al escándalo del IranGate, Shimon Peres recibió el premio Nobel de la Paz en 1994.

Pese al escándalo de los falsos positivos, Juan Manuel Santos recibió el premio Nobel de la Paz en el 2016.

«Un mal actor no puede ser un buen presidente», dijo Henry Fonda, pero por mal actor que fuera Reagan su administración marcó el cine con férreos héroes en justa guerra contra enemigos sin rostro, ética de absolutos contraria a toda sombra de dudas y matices que, a diferencia del fallido galán de celuloide «Ronnie» Reagan, sí triunfó en la pantalla –y fuera de ella, sobre todo, pues saber cruzar las fronteras entre el cine y la realidad es parte de los juegos del poder–.

Los adictos pobres, muertos o arrojados a cárceles o centros de rehabilitación o vegetando sórdidamente en las calles, siguen condenados al infierno del crack, del paco, del chespi. También en Asunción, donde sus oscuros destinos se cruzan por fin con el del último tirano nicaragüense de aquella estirpe, la de los Somoza, que subió al poder en su país en 1936, hijo y heredero del trono del hombre que asesinó a Sandino, asilado por Stroessner y cuyos paseos por la avenida España en su Mercedes Benz los guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo, con unos fusiles y un lanzacohetes, interrumpieron para siempre un día de septiembre de 1980. Ellos, los chespi, siguen siendo el último y mísero eslabón de una larga cadena cuyos dorados extremos superiores se pierden en las alturas, fuera del alcance de nuestros ojos miopes y deslumbrados.

¿Y qué fue de Gary Webb?

Webb reunió sus investigaciones malditas en un libro, Dark Alliance: The CIA, the Contras, and the Crack Cocaine Explosion, que tuvo un sordo, peligroso impacto. A fines del 2004, le dijo a un testigo con el que mantenía contacto, Ricky Ross, que había visto a unos hombres huir por las cañerías externas de su casa, que no creía que fueran ladrones, pues no habían robado nada, y que, lejos de olvidar la investigación que lo convirtió en un paria, estaba profundizándola.

Gary Webb fue encontrado en su casa con la cara destrozada y dos balas en la cabeza el viernes 10 de diciembre del 2004, a los 49 años de edad. Un suicidio, dictaminaron las autoridades judiciales.

Algunos periódicos, como el Miami Herald y Los Angeles Times, que no se privaron de mencionar en sus obituarios que sus investigaciones habían sido refutadas, continuaron desacreditando de ese modo, después de muerto, a Gary Webb.

La historia de Gary Webb indica hoy, desde las sombras, múltiples claves siniestras de nuestro mundo actual; su tragedia está ligada oscuramente a las desconocidas, anónimas tragedias de muchos otros. Que viva Gary Webb. Salud por Gary Webb. No olvides ni un solo día que en este mundo existen, pese a todo, algunas personas como Gary Webb. Jamás te sientes a una misma mesa con los enemigos de Gary Webb.

Notas

(1) «El hijo de Pablo Escobar arremete contra la corrupción política en su nuevo libro», La Vanguardia, 2 de febrero, 2017.

(2) «Declassified Cables Discuss Ex-Leader’s Ties to Colombian Drug Cartel», The New York Times, 26 de mayo, 2018.

(3) «Colombian army killed thousands more civilians than reported, study claims», The Guardian, 8 de mayo, 2018.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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