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Enio Quevedo
EPISTEME Y ARQUEOLOGIA
De igual forma acerca de la reflexión sobre los distintos órdenes dice: En el otro extremo del pensamiento, las teorías científicas o las interpretaciones de los filósofos explican por qué existe un orden en general, a qué ley general obedece, qué principio puede dar cuenta de él, por qué razón se establece este orden y no aquel otro.
Pero Foucault busca el Orden de los órdenes: ...el ser bruto del Orden. De este modo dice: Así, existe en toda cultura, entre el uso de lo que pudiéramos llamar los códigos ordenadores y las reflexiones sobre orden, una experiencia desnuda del orden y sin modos de ser. Esta región oscura es la más fundamental; Foucault intenta iluminarla. Así, analizando el lenguaje tal como era hablado, los seres naturales tal como eran percibidos y reunidos, los intercambios tal como eran practicados, es posible dice -Foucault- encontrar el Orden general con respecto al cual los órdenes particulares de una cultura se organizan. La investigación de Foucault se dirige a encontrar aquello a partir de lo cual han sido posibles conocimientos y teorías: .....según cuál espacio de orden se ha constituido el saber; sobre el fondo de qué a priori histórico y en qué elemento de positividad han podido aparecer las ideas, constituirse las ciencias, reflexionarse las experiencias en las filosofías, formarse las racionalidades para anularse y desvanecerse quizá pronto. Esta forma fundamental de inteligibilidad, sobre la cual se establecen en cada época los sistemas científicos, y que explica los isomorfismos existentes entre los diversos saberes, es denominada por Foucault epistéme.
El estudio de una epistéme no consiste en analizar los conocimientos de acuerdo a su valor racional sino en los fundamentos mismos de su positividad. Las epistémes no son perceptibles debido a la opacidad introducida por las diversas síntesis y clasificaciones de la historia convencional. Esta opacidad otorga una unidad y continuidad ficticias a fenómenos esencialmente discontinuos, y está fundamentada entre otros puntos, por la idea de Progreso. El saber que libera a los discursos de las síntesis ficticias es la Arqueología. Un estudio arqueológico restituye sus rupturas, inestabilidades y fallas a un suelo que aparece silencioso e ingenuamente inmóvil. La investigación arqueológica de Foucault señala tres grandes epistémes en la cultura occidental: Renacimiento (siglo XVI hasta mediados del XVII), Época Clásica (hasta el inicio del siglo XIX) y Modernidad. El orden desde el cual se piensa un campo determinado y esto es fundamental- no tiene el mismo modo de ser en el Renacimiento, la Época Clásica y la Modernidad. Foucault discute la noción de continuidad de la ratio europea desde el Renacimiento hasta la actualidad. Es decir, la historia natural de Tourneffort, Linneo y Buffon guarda mayor relación con la gramática general de Bauzée y el análisis de la moneda y riqueza de Turgot o Véron de Fortbonnais que con la biología, la anatomía comparada de Cuvier o el evolucionismo de Darwin. La continuidad que aparece en un análisis no arqueológico es tan solo un efecto de superficie. Es decir, los diversos saberes se organizan de acuerdo a pautas de isomorfismo intraepistémico y discontinuidad interepistémica.
SIMILITUD Y SIGNATURA EN EL RENACIMIENTO
Para Foucault la epistéme del Renacimiento está sustentada en su positividad por la Similitud. La Similitud en sus diversas variantes constituye el fundamento epistemológico de todos los saberes. Existen cuatro modos esenciales de la Similitud. Así, la Convenientia está vinculada al espacio y expresa la mayor o menor disposición de cosas que de alguna manera pueden estar próximas entre sí. El alma es conveniente al cuerpo ya que, debido al carácter denso, pesado y terrestre que le otorga el pecado, Dios hizo que estuviese en lo más profundo de la materia. Además esta vecindad hace que el cuerpo reciba los movimientos del alma, entonces las pasiones encendidas alteran y corrompen al organismo.
La Aemulatio es una Convenientia no vinculada al espacio, al lugar, no requiere contacto, La Aemulatio permite establecer similitudes en todo el universo sin necesidad de encadenamiento ni proximidad. Las estrellas son la matriz de todas las hierbas, cada estrella del cielo es sólo la prefiguración espiritual de una hierba. El rostro es el émulo del cielo, los dos ojos con su claridad reflejan el resplandor del sol y la luna en el firmamento; la boca es Venus ya que por ella pasan los besos y las palabras de los amantes.
La Analogía superpone la superación del espacio de la Aemulatio y las posibilidades de unión de la Convenientia. Su poder es enorme ya que puede establecer similitudes entre cosas lejanas y relaciones sutiles. Es la Analogía la que permite establecer la similitud entre la apoplejía y la tempestad: el aire se vuelve pesado y se agita, los pensamientos se vuelven pesados e inquietos; las nubes se hacinan, el vientre se hincha, los rayos fulminan en tanto que los ojos brillan con terrible fulgor.
Por último, la Sympathia es la que acerca, asimila y mezcla las cosas tratando de que pierdan su individualidad. Es el principio de la movilidad. Atrae los objetos pesados hacia la pesadez de la tierra y lo ligero hacia el éter sin peso. Si no existiese la Antipathia que separa las cosas, el mundo se reduciría a una masa homogénea. Pero si Dios creó las maravillosas semejanzas para el hombre ¿Cómo podría dar éste cuenta de todas ellas? Existe Sympathia entre el acónito y los ojos, también entre la nuez y la cabeza. Pero el hombre podría atravesar esta abundancia sin sospechar de su existencia, sin percibir que ha sido preparada para su bienestar. Dice Paracelso que no es la voluntad de Dios que permanezca oculto lo que É l ha creado para el hombre. Aun si hubiese ocultado ciertas cosas, siempre dispuso signos exteriores y visibles, marcas especiales para que el hombre acceda a las semejanzas. Estas marcas son las Signaturas. Cada Similitud tiene su Signatura; el mundo está cubierto de Signaturas: marcas, blasones, símbolos, jeroglíficos. Pero ¿Cuál es la forma de reconocer una Signatura?
Supongamos que Dios haya dispuesto la simpatía entre el acónito y los ojos. Esta afinidad permanecería imperceptible para el hombre si Él no hubiese colocado sobre la planta una marca que comunica su valor para el tratamiento de los ojos: sus granos son pequeños globos oscuros engarzados en películas blancas, como párpados sobre ojos. Aquí la Signatura toma la forma de una Analogía. Es decir, nuevamente la Similitud es la que permite reconocer una Signatura. Pero no una Similitud igual a la designada sino vecina: la Sympathia está signada por la Analogía, ésta por la Aemulatio, a su vez ésta última por la Convenientia que se apoya nuevamente en la Sympathia. De este modo se articulan los elementos fundamentales de la epistéme del Renacimiento.
LA NATURALEZA DEL TEXTO
Para el Renacimiento, Dios ha sembrado la superficie de la tierra de marcas visibles de modo que el hombre pueda conocer sus secretos interiores, figuras que hay que descifrar. En este primer sentido, el conocimiento es Divinatio. Los hombres descubren lo oculto en las montañas mediante signos y correspondencias exteriores. Todo lo que el mundo esconde a la mirada del hombre le es revelado por los signos correspondientes. La adivinación no es una forma accesoria, parásita del conocimiento, sino que forma parte de éste.
De la misma forma, no existe diferencia entre las Signaturas que Dios colocó en el mundo y las palabras legibles en la Escritura, o con aquellas que los sabios de la Antigüedad, con el auxilio de la divinidad han depositado en los libros que han sido salvados por la tradición. Los antiguos ya se ocuparon de interpretar los signos, el hombre sólo debe recoger dichas interpretaciones, aprendiendo sus idiomas, leyendo sus textos y comprendiendo lo que han dicho. Así, el conocimiento también es Erudito. Recorre el espacio que va desde el grafismo inmóvil a la palabra clara. Así como las Signaturas, los libros de los antiguos se ajustan a las cosas mismas, a las verdades eternas. No requieren de título de autoridad.
DESCARTES Y DON QUIJOTE
Para Foucault, existe una gran discontinuidad entre las epistémes renacentistas y clásicas. Esta falla se produce por el paso de una positividad fundamentada en la Similitud a otra establecida sobre la ordenabilidad del mundo a través del sistema de identidades y diferencias. La Similitud ya no es forma del saber sino más bien ocasión del error. En la primera de las Reglas para la Dirección del Espíritu, Descartes dice: Es costumbre de los hombres el que, cuantas veces reconocen alguna semejanza entre dos cosas, atribuyan a ambas, aun en aquello en que son diversas, lo que descubrieron ser verdad de una de ellas. En la Regla tercera leemos: ...ni llegaremos a ser filósofos, aunque hayamos leído todos los razonamientos de Platón y Aristóteles, si no podemos emitir un juicio firme sobre las cuestiones propuestas: pues de este modo parecería que hemos aprendido no ciencias, sino historias. Don Quijote es el sonámbulo que recorre esta ruptura de las epistémes. No carece de Razón sino que posee Otra razón: trata de recorrer la epistémes Clásica buscando las Similitudes que ya no existen.
Dice Foucault: El libro es menos su existencia que su deber. Ha de consultarlo sin cesar a fin de saber qué hacer y qué decir y qué signos darse a sí mismo y a los otros para demostrar que tiene la misma naturaleza que el texto del que ha surgido. Pero si el Quijote pretende ser semejante a los signos enunciados por los libros, tiene que probarlos. Don Quijote debe demostrar que los textos dicen la verdad, que son la prosa del mundo. Recorre el orbe para demostrar la verdad de los libros. Así, todo su extenso camino consiste en una minuciosa búsqueda de similitudes: Las más mínimas analogías son solicitadas como signos adormecidos que deben ser despertados para que empiecen a hablar de nuevo. Pero las semejanzas se ven siempre frustradas, transformando las pruebas que tan ansiosamente se buscan en burlas, agotando la palabra de los libros. No obstante la Similitud se resiste a morir y los textos no renuncian a ser depositarios de todas las verdades. Así, ensayan con astucia una maniobra más para demostrar su validez: en la medida que la no semejanza del mundo con el texto aparece, se manifiestan los encantamientos de los magos. Así Don Quijote puede enunciar que las diferencias son ilusorias y que en realidad constituyen similitudes encantadas. Los libros dicen la verdad.
DERRUMBE Y FINAL
El divagar sin fin del Quijote por las vastas llanuras manchegas no es otra cosa que el derrumbe de una epistéme cuyos códigos han caducado, la imposibilidad de reducir una epistéme a otra. La intensidad del ejemplo de Foucault, la sensación desoladora con la que percibimos al Quijote señala la rotura del compromiso entre las palabras y las cosas. Mientras éstas permanecen irónicamente en sus identidades, aquellas vagan indefinidamente o dormitan entre las páginas de los libros, arrogadas por el polvo.
En Arqueología del Saber (1969) la otra gran obra del denominado período arqueológico, Foucault prioriza la noción de Discurso sobre la epistéme y discute con mayor amplitud los conceptos modernos de continuidad, teleología, génesis, totalidad y sujeto.
La causalidad ingresará a su obra en lo que se denomina período genealógico, con el estudio de la naturaleza del poder y la influencia de éste en los procesos de subjetivación.
EPISTEME Y ARQUEOLOGIA
Pero Foucault busca el Orden de los órdenes: ...el ser bruto del Orden. De este modo dice: Así, existe en toda cultura, entre el uso de lo que pudiéramos llamar los códigos ordenadores y las reflexiones sobre orden, una experiencia desnuda del orden y sin modos de ser. Esta región oscura es la más fundamental; Foucault intenta iluminarla. Así, analizando el lenguaje tal como era hablado, los seres naturales tal como eran percibidos y reunidos, los intercambios tal como eran practicados, es posible dice -Foucault- encontrar el Orden general con respecto al cual los órdenes particulares de una cultura se organizan. La investigación de Foucault se dirige a encontrar aquello a partir de lo cual han sido posibles conocimientos y teorías: .....según cuál espacio de orden se ha constituido el saber; sobre el fondo de qué a priori histórico y en qué elemento de positividad han podido aparecer las ideas, constituirse las ciencias, reflexionarse las experiencias en las filosofías, formarse las racionalidades para anularse y desvanecerse quizá pronto. Esta forma fundamental de inteligibilidad, sobre la cual se establecen en cada época los sistemas científicos, y que explica los isomorfismos existentes entre los diversos saberes, es denominada por Foucault epistéme.
SIMILITUD Y SIGNATURA EN EL RENACIMIENTO
Para Foucault la epistéme del Renacimiento está sustentada en su positividad por la Similitud. La Similitud en sus diversas variantes constituye el fundamento epistemológico de todos los saberes. Existen cuatro modos esenciales de la Similitud. Así, la Convenientia está vinculada al espacio y expresa la mayor o menor disposición de cosas que de alguna manera pueden estar próximas entre sí. El alma es conveniente al cuerpo ya que, debido al carácter denso, pesado y terrestre que le otorga el pecado, Dios hizo que estuviese en lo más profundo de la materia. Además esta vecindad hace que el cuerpo reciba los movimientos del alma, entonces las pasiones encendidas alteran y corrompen al organismo.
La Aemulatio es una Convenientia no vinculada al espacio, al lugar, no requiere contacto, La Aemulatio permite establecer similitudes en todo el universo sin necesidad de encadenamiento ni proximidad. Las estrellas son la matriz de todas las hierbas, cada estrella del cielo es sólo la prefiguración espiritual de una hierba. El rostro es el émulo del cielo, los dos ojos con su claridad reflejan el resplandor del sol y la luna en el firmamento; la boca es Venus ya que por ella pasan los besos y las palabras de los amantes.
Por último, la Sympathia es la que acerca, asimila y mezcla las cosas tratando de que pierdan su individualidad. Es el principio de la movilidad. Atrae los objetos pesados hacia la pesadez de la tierra y lo ligero hacia el éter sin peso. Si no existiese la Antipathia que separa las cosas, el mundo se reduciría a una masa homogénea. Pero si Dios creó las maravillosas semejanzas para el hombre ¿Cómo podría dar éste cuenta de todas ellas? Existe Sympathia entre el acónito y los ojos, también entre la nuez y la cabeza. Pero el hombre podría atravesar esta abundancia sin sospechar de su existencia, sin percibir que ha sido preparada para su bienestar. Dice Paracelso que no es la voluntad de Dios que permanezca oculto lo que É l ha creado para el hombre. Aun si hubiese ocultado ciertas cosas, siempre dispuso signos exteriores y visibles, marcas especiales para que el hombre acceda a las semejanzas. Estas marcas son las Signaturas. Cada Similitud tiene su Signatura; el mundo está cubierto de Signaturas: marcas, blasones, símbolos, jeroglíficos. Pero ¿Cuál es la forma de reconocer una Signatura?
LA NATURALEZA DEL TEXTO
Para el Renacimiento, Dios ha sembrado la superficie de la tierra de marcas visibles de modo que el hombre pueda conocer sus secretos interiores, figuras que hay que descifrar. En este primer sentido, el conocimiento es Divinatio. Los hombres descubren lo oculto en las montañas mediante signos y correspondencias exteriores. Todo lo que el mundo esconde a la mirada del hombre le es revelado por los signos correspondientes. La adivinación no es una forma accesoria, parásita del conocimiento, sino que forma parte de éste.
De la misma forma, no existe diferencia entre las Signaturas que Dios colocó en el mundo y las palabras legibles en la Escritura, o con aquellas que los sabios de la Antigüedad, con el auxilio de la divinidad han depositado en los libros que han sido salvados por la tradición. Los antiguos ya se ocuparon de interpretar los signos, el hombre sólo debe recoger dichas interpretaciones, aprendiendo sus idiomas, leyendo sus textos y comprendiendo lo que han dicho. Así, el conocimiento también es Erudito. Recorre el espacio que va desde el grafismo inmóvil a la palabra clara. Así como las Signaturas, los libros de los antiguos se ajustan a las cosas mismas, a las verdades eternas. No requieren de título de autoridad.
DESCARTES Y DON QUIJOTE
Dice Foucault: El libro es menos su existencia que su deber. Ha de consultarlo sin cesar a fin de saber qué hacer y qué decir y qué signos darse a sí mismo y a los otros para demostrar que tiene la misma naturaleza que el texto del que ha surgido. Pero si el Quijote pretende ser semejante a los signos enunciados por los libros, tiene que probarlos. Don Quijote debe demostrar que los textos dicen la verdad, que son la prosa del mundo. Recorre el orbe para demostrar la verdad de los libros. Así, todo su extenso camino consiste en una minuciosa búsqueda de similitudes: Las más mínimas analogías son solicitadas como signos adormecidos que deben ser despertados para que empiecen a hablar de nuevo. Pero las semejanzas se ven siempre frustradas, transformando las pruebas que tan ansiosamente se buscan en burlas, agotando la palabra de los libros. No obstante la Similitud se resiste a morir y los textos no renuncian a ser depositarios de todas las verdades. Así, ensayan con astucia una maniobra más para demostrar su validez: en la medida que la no semejanza del mundo con el texto aparece, se manifiestan los encantamientos de los magos. Así Don Quijote puede enunciar que las diferencias son ilusorias y que en realidad constituyen similitudes encantadas. Los libros dicen la verdad.
DERRUMBE Y FINAL
El divagar sin fin del Quijote por las vastas llanuras manchegas no es otra cosa que el derrumbe de una epistéme cuyos códigos han caducado, la imposibilidad de reducir una epistéme a otra. La intensidad del ejemplo de Foucault, la sensación desoladora con la que percibimos al Quijote señala la rotura del compromiso entre las palabras y las cosas. Mientras éstas permanecen irónicamente en sus identidades, aquellas vagan indefinidamente o dormitan entre las páginas de los libros, arrogadas por el polvo.
En Arqueología del Saber (1969) la otra gran obra del denominado período arqueológico, Foucault prioriza la noción de Discurso sobre la epistéme y discute con mayor amplitud los conceptos modernos de continuidad, teleología, génesis, totalidad y sujeto.
La causalidad ingresará a su obra en lo que se denomina período genealógico, con el estudio de la naturaleza del poder y la influencia de éste en los procesos de subjetivación.