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La definición de la filosofía de un modo unívoco ha llevado a invisibilizar el quehacer filosófico de la mujer, por considerarlo al margen de dicho modelo autosuficiente y excluyente. Lo cierto es que la cuestión epistemológica y metodológica nos descubre que todo proyecto histórico es deudor de una perspectiva en base a la cual discrimina y organiza datos. En este sentido, no existen perspectivas totalmente neutras y objetivas. Todo conocimiento está situado y es interesado. “El problema parece que consiste en haber sobrevalorado un estilo de filosofía, la que nace en Occidente con los griegos y de ahí se circunscribe al ámbito de la filosofía propiamente europea en sus distintas versiones: romana, francesa, anglosajona y la alemana”. (De Vallescar y Palanca, 1998: 256). La cuestión es desenmascarar el sujeto ingenuamente neutro de la tradición filosófica y política de Occidente: en realidad, tal sujeto ha sido masculino, blanco, europeo, burgués y muerto. (Cf. Palacio Marta, 2004:62).
A este respecto llama la atención el silencio o la práctica invisibilidad de la mujer en el espacio filosófico, aunque pareciera que esta realidad es también común a la ciencia. Así las cosas, no precisamos realizar investigaciones muy exhaustivas para darnos cuenta de dicha invisibilidad. Basta con fijarnos en el índice de los manuales de filosofía más autorizados para percatarnos de esta verdad. Y por qué ir tan lejos. Nos podemos preguntar sobre algo más cotidiano: ¿cuántos programas de historia de la filosofía incluyen el pensamiento filosófico de las mujeres? Y en caso de que lo incluyeran, ¿cuáles son las resonancias que se reciben?
Solo a partir de finales del siglo pasado y principios del presente, algunos textos mencionan ya, pero muy restrictivamente, alguna filósofa, pero ni siquiera los más recientes recogen una aportación más “equilibrada” de la mujer en la filosofía. Mucho menos podríamos imaginarla situada al mismo nivel, en diálogo con la aportación de filósofos varones. Por lo cual es inevitable concluir que el ejercicio del pensamiento ha sido exclusivo de un solo sexo, una construcción básicamente androcéntrica. Queda pues, todavía, un buen trecho para que pueda abrirse un espacio común de reflexión, compartido. (De Vallescar y Palanca, 1998: 254).
La teoría de género comparte con los “maestros de la sospecha” la certeza de que ni las teorías científicas ni la epistemología y la metodología que las legitima son neutras o inocentes. La filosofía y la ciencia fueron pensadas y realizadas por varones; la mujer ha quedado invisible, aun cuando algo haya aportado. Pero no lo ha hecho desde su posición de mujer, sino como una asimilación a lo masculino. Los rasgos y capacidades que se consideran propios del hombre (razón, fuerza, voluntad), cuando los posee la mujer, la “masculinizan” en la proyección social y la reducen al ámbito masculino. (Cf. Lértora, Celina, 2004: 44-45).
Y así, una mujer es reconocida por el acercamiento a un hombre importante, esto es, por ser su discípula, madre, esposa, amante, hermana, o porque personifica atributos considerados masculinos, pero nunca por su producción personal y menos aún por lo que ella es en sí misma, como tal. La mujer se entiende por relación al varón, es lo otro del varón. Simone de Beauvoir dirá: “La mujer se determina y diferencia con relación al hombre, y no este con relación a ella: esta es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el sujeto, él es el absoluto: ella es el otro”. (Beauvoir, 1965: 12). Definida siempre por el otro y en función de los otros, jamás ha sido fácil la lucha de las mujeres por la autonomía.
El estereotipo patriarcal produce un orden de significaciones y relaciones de carácter dicotómico, el cual se perpetúa en un sistema social escindido en dos frentes. Son instancias de actuación claramente delimitadas y que a partir de la Ilustración conocemos como esfera pública y esfera privada. En dicha esfera cada uno de los sexos está predestinado, por naturaleza, a uno de los dos espacios. De este modo, la creencia en la inferioridad intelectual de la mujer la sitúa en desigualdad de condiciones para el protagonismo público, científico o filosófico.
En el caso de las contadas mujeres que lograron acceder a los espacios de visibilidad académica, también su producción se vio sometida a fuertes condiciones de amoldamiento a los paradigmas androcéntricos, con el agravante de tener que luchar una enconada batalla en todos los niveles para poder conseguir cierta legitimidad. Esto corrobora la necesidad de que la teoría de género pueda operar como un instrumento de crítica que de-construya el marco ideológico androcéntrico, permitiendo, a la vez, una reconstrucción teórica que incluya la corrección del sesgo.
De ahí que es esencial posicionarse desde una perspectiva que permita la inclusión y promoción del pensamiento filosófico de las mujeres y de los pueblos marginados. Pues, hasta nuestros días, hablar de mujeres en la filosofía dentro de una cultura dominada por la tradición masculina constituye, ante todo, una toma de conciencia, un grito de denuncia y un talante subversivo que testifica la idea de que el pensamiento racional no es unilateralmente masculino. Como decía la literata mexicana Inés de la Cruz: “La inteligencia no tiene sexo”. Las mujeres han pensado, piensan y lo seguirán haciendo cada vez más, por mucho que pese a quienes no comparten esta palmaria verdad.
Ahora bien, dado que la filosofía occidental ha venido marcada por una historia cuyo paradigma es esencialmente europeizante, patriarcal y androcéntrico, sin espacio para otras filosofías marginales, vamos a plantearnos cuál es la situación de las mujeres en Paraguay de cara a la misma. Sin embargo, antes de abordar esta temática es preciso decir algo sobre la realidad de las mismas.
Partimos de la premisa de que las mujeres paraguayas no escapan ni pueden escapar a ese contexto paradigmático poco favorable al que nos referimos. Sumado a ello, tenemos que Paraguay es uno de los países de América Latina con mayor desigualdad y exclusión. La población más rica del país cuenta, en promedio, con casi diez veces más ingresos que el 25 % más pobre. Y las mujeres ganan 25 % menos que los hombres, teniendo similares credenciales educativas. En relación a los porcentajes de gastos para actividades de investigación y desarrollo experimental, presenta uno de los índices más bajos de la región, posicionándose muy por debajo del promedio de América Latina y el Caribe, considerando la escala del 1 % que estipula la Unesco.
En general, se visualiza un escaso esfuerzo de las universidades en la Investigación, lo que las sitúa en un mero modelo transmisor de conocimientos y no generador de los mismos.
Universidades propagadoras de conocimientos donde las carreras humanísticas y filosóficas son las menos frecuentadas. Centros de estudios universitarios en un pueblo donde las mujeres reciben menos salario teniendo igual o mayor formación académica que los varones. Estas son algunas de las variables que patentizan el difícil contexto en el que se hallan las mujeres para generar y dar a conocer su pensamiento, ya sea filosófico, científico o literario.
No es precisamente que las mujeres, en Paraguay, no tengan vocación intelectual o filosófica, sino que han sido educadas para dar felicidad a otros. Ellas no tienen vida propia y se sitúan en la misma condición de sumisión-subordinación que en las demás sociedades patriarcales.
Nuestra sociedad no otorga a la mujer los medios para expresar y desarrollar sus deseos y necesidades ni le da acceso a los niveles de decisión. Son mínimas las que pueden hacerlo. Solo una opción explícita por el enfoque de género, como herramienta teórica y práctica, hará posible modificar esta cultura paraguaya, tradicional y conservadora, que asigna a la mujer el rol dependiente de hija, compañera y madre, con gran preponderancia en el hogar. (Cf. Corvalán, citado en Rivarola, 2009: 19).
La mujer ha sido oprimida como tantos otros, por un dominador autócrata e injusto, por una totalidad sin alteridad. La mujer no es la única oprimida, sino que hay muchos oprimidos, muchos varones oprimidos por estructuras totalizantes, por esto la liberación de la mujer no va a ser solo por la mujer, sino va a ser una liberación integral del hombre, donde también el varón se va a liberar, porque no debe creerse que está en mejor situación. El varón también se ha hecho un “burro de trabajo“; tiene dos empleos y trabaja 16 horas por día; no puede tener la satisfacción de estar en casa y no puede llorar cuando está triste porque “no es de hombre el llorar“; es decir, él también está alienado. (Dussel, 1994: 23).
Esto que afirma Dussel lo podemos aplicar a nuestra sociedad paraguaya, es más, pareciera que está hablando de la nuestra. Sin duda alguna que es la estructura injusta misma la que debe ser liberada de esta opresión que impide la realización plenificante del hombre y la mujer. El desafío es trabajar juntos para conquistar espacios equitativas para ambos. De lo contrario, la enajenación del varón seguirá victimizando, excluyendo y silenciando a la mujer.
Lo asumamos o no, hay pruebas suficientes de que el pensamiento de las mujeres ha estado presente a lo largo de la historia, solo hace falta voluntad para explicitarlo. Y, a su vez, ampliar el concepto de filosofía que subyace a las omisiones y silencios respecto al aporte de las mismas. De ahí que, hurgar en nuestros archivos nacionales se constituye en una cuestión de ética y honestidad intelectual. No podemos continuar con discursos que marginan y excluyen las experiencias y los pensamientos de las mujeres. Pues, siendo realistas, el aporte filosófico de las mismas, en igualdad de condiciones con la producción masculina, todavía precisa seguir avanzando hacia una mayor equidad.
Como quiera que sea, cada vez más comenzamos a ser testigos del esfuerzo que significan algunas publicaciones para sacar a la luz la oposición histórica que experimentaron muchas mujeres para lograr acceder a la educación y ensayar un pensamiento filosófico. Así también, tenemos que reconocer que las figuras que destacaron son personas privilegiadas que no siempre constituyen el grueso de la población femenina.
Recapitular los temas, revivir los nombres, publicar viejas ediciones, revisar los trabajos de diferentes mujeres, resucitar voces en el pensamiento filosófico, revivir ideas, reconstruir y hacer justicia, han de ser algunos de los propósitos de la filosofía en el Paraguay. Es hora de iniciar y retomar el diálogo con las pensadoras de nuestra historia. Las omisiones no pueden ya existir. No se puede vedar la palabra escrita y oral del pensar filosófico femenino.
No podemos seguir enmarcando la filosofía desde los parámetros tradicionales aristotélicos o limitar el pensamiento a las estructuras masculinas que han imperado a lo largo del tiempo. Romper el canon, ir más allá de lo establecido en el género es una responsabilidad intelectual permanente. Hay que transformar los paradigmas, poner en práctica las nuevas ideas, desenmascarar las falsas concepciones y argumentos e invitar al reconocimiento del pensar histórico femenino, más allá del orden establecido. Porque, como certeramente afirma Umberto Eco: “No es que no hayan existido mujeres filósofas. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, aunque ojalá después se hayan apropiado de sus ideas”.
(*) Filósofa. Dra. en Filosofía. Catedrática de la UNA y de la UCA. Hermana de la compañía Santa Teresa de Jesús.
BIBLIOGRAFÍA
1. CORVALÁN, Graciela, 2009, “El contexto sociocultural y la perspectiva de género en el bilingüismo paraguayo”, en Lengua y Nación, e Historia de la Salud Pública, Revista paraguaya de Sociología. Publicación de Ciencias Sociales para América Latina. Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos (CPES), Año 46, Nº 134, Asunción, Ediciones y Arte, S. A.
2. DE BEAUVOIR, Simone, 1981, El segundo sexo, Buenos Aires, Aguilar.
3. DE VALLESCAR Y PALANCA, Diana, Edith Stein. Una vocación intelectual (1897-1942), 1998, en Mujeres que se atrevieron, Bilbao, Desclée de Brouwer.
4. DUSSEL, Enrique, Liberación de la mujer y erótica latinoamericana, 1994, Bogotá, Nueva América.
5. LÉRTORA MENDOZA, Celina, Epistemología y teoría de género, en Conversaciones entre Teología y disciplinas. En la encrucijada del género, 2004, Buenos Aires, Centro de Estudios Salesianos (CESBA).
6. PALACIO, Marta, FILOSOFÍA Y FEMINISMO (S). La cuestión del sujeto y de la subjetividad, en Conversaciones entre Teología y disciplinas. En la encrucijada del género, 2004, Buenos Aires, Centro de Estudios Salesianos (CESBA).
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