Fidel Fernández: La mirada disidente

«Ninguno de estos paisajes y personajes de manicomio es fruto de la imaginación», escribe la poeta anarquista Montserrat Álvarez sobre la exposición de pinturas del artista Fidel Fernández (San Juan Bautista del Ñeembucú, 1984) «Políticos a todo color», inaugurada el 9 de abril y abierta al público hasta el próximo 4 de mayo en el Centro Cultural Citibank.

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El lunes 9 de abril se inauguró una exposición del pintor Fidel Fernández compuesta por nueve cuadros de gran formato, Políticos a todo color. La propuesta es impresionante, despiadada, de una fealdad sin concesiones. «El Poder ama el arte bello», apunta un certero Carlos Rolandi en el texto escrito para la muestra. «Sus paredes deben ser llenadas con paisajes sin compromisos ni conflictos; estar rodeado de conciencias culpables no es bueno para su salud mental ni para sus queridos cercanos». Perdidas las proporciones anatómicas para dar expresión visible y física, para prestar carne y materia al sórdido impulso interior de los habitantes de un mundo que ya solo puede ser pintado por un arte capaz de ponerlo en entredicho, lo humano se degrada y se extravía. Nadie se salva. Lo grotesco no es fantasía, delirio ni evasión de la realidad, sino la única forma de no negarla ni encubrirla. Dos viejos encorvados de pañuelos colorado y azul se juegan al truco el país con las vidas y los pellejos de un pueblo entero de tontos útiles que los sostienen, sillas, mesas y ceniceros incluidos, en La es-Calé-ra del poder. En Dedote, un hombre –con los pies sobre un perro jadeante con la punta del falo húmeda y roja– babea con los ojos desorbitados ante el reflejo del retrovisor que sostiene bajo la minifalda de una inexpresiva y tarda joven que no parece enterarse ni de dónde está parada mientras una matrona grita y blande cual garrote un gran índice entintado sobre un niño claramente simiesco y otro «dedote» tapa en parte una figura encapuchada, amontonados todos en promiscua masa indistinta bajo el signo sicótico del horror vacui y el imperativo apelmazante del rebaño. Correlato visible de abyecciones más profundas, la deformidad corporal y fisonómica traduce las bajezas que mueven los cuerpos. Pintar la estupidez obediente, la cobardía, las mil formas de la oculta corrupción interna es en estos cuadros volver materia gangrenada lo intangible en una caricatura fiel a lo reflejado mediante su aparente distorsión.

En la espacialidad asfixiante y recargada de estos óleos cobra cuerpo la claustrofobia del naufragio general; pintura violenta, sus colores chillones dan cuenta de la farsa de un orden y lo ridículo de unas instituciones; la deformación de los modelos expresa lo que se siente y se vive de verdad, contra lo que el ojo domesticado por discursos falaces cree ver cada día. En ¿Hacia dónde vamos? el ocioso peso de dos hombres lastra el avance del pobre diablo que los lleva, cual buey, en su carreta con la mirada perdida y la boca abierta; una envejecida mujer sostiene a un bebé de labio leporino que, al igual que otro niño a la derecha, señala hacia adelante con el dedo mientras los pasajeros apuntan en dirección contraria. Van por el campo, pero en el borde inferior del cuadro asoma un filo de vereda más allá –o más acá, para quien se para frente a la tela– del cual se adivina una nada, un abismo, o quizá simplemente el cemento o el asfalto. La tierra que atraviesan está enferma, manchada, estéril. La salpican charcos de sustancias indefinibles. Hay algo sucio en esa tierra. Lo único que guarda cierta belleza espectral es un paisaje en lontananza, ajeno al resto de ese mundo, sombrío y brumoso horizonte de copas altas y cielo tenebroso, pero no envilecido, fantasma quizá o espejismo de otro universo perdido, distante del presente que estos cuadros retratan.

En Ordem e Progresso, el título decora la epónima remera de un personaje que lleva media sandía por casco y se parece curiosamente a Stroessner –parte de cuyo ascendiente en este país se debe a sus muchos hijos, se dice, no reconocidos–. Mira al frente y no hay modo de ignorar que no piensa, que su mente vegeta y no contiene nada. Tampoco la del niño que a su lado se rasca el trasero bajo los pantalones con risa idiota aunque artera, ni la de la matrona de nariz torcida y gesto vicioso a cuya espalda una niña embrutecidamente alegre masca chicle y hace globo y un homúnculo sonríe mientras otro niño de ojos vacíos y boca llena engulle un pancho en el piso.

Ninguno de estos paisajes y personajes de manicomio es fruto de la imaginación. Fuera del lienzo, llenan mansiones, copetines, burdeles, plazas, calles de una sociedad estancada que lo acepta todo. Las amenazas reales son zoomorfizadas y ridiculizadas como espantajos de carnaval en un imaginario político y social muy diferente de los oficiales. Con mirada disidente y periférica, Fidel Fernández hace de sus telas espacios del desacuerdo en los que se juega el orden aceptado y se presta a lo vivido en tiempos de miseria e impunidad su verdadera y repugnante forma, lección merecida y dura de este arte negro del asco y de la risa, pero nunca del miedo y la obediencia, un arte adulto en el mejor sentido de la palabra, amargo e irreverente, la bofetada que estábamos buscando.

Recomendada:

Políticos a todo color. Exposición de pinturas de Fidel Fernández

Lugar: Centro Cultural Citibank (Mariscal López esquina Cruz del Chaco)

Horarios de visita: De lunes a viernes, de 8:30 a 18:00 horas

Entrada libre y gratuita.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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