Feliz Navidad a todas las Galaxias

Una de las películas más esperadas de los últimos tiempos se ha estrenado como regalo de fin de año: a nuestros lectores de todas las Galaxias del cósmico, inmenso espacio exterior, y del infinito espacio del interior de la mente, que es la fantasía humana, Feliz Navidad.

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UN MESÍAS FRACASADO

En 1973, George Lucas escribió una historia inspirada en los cómics de Flash Gordon, La fortaleza oculta (Akira Kurosawa, 1958), el ciclo artúrico y El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968). Cuando leyó El héroe de las mil caras (The Hero With a Thousand Faces, 1949), de Joseph Campbell, convirtió esas trece páginas en el guion de la primera entrega de la saga de Star Wars, que se estrenó en 1977.

La Guerra de las Galaxias, la saga de Star Wars, narra la historia de la familia Skywalker y el ciclo heroico de Anakin Skywalker, un mesías que, seducido por el Mal, no logra cumplir su misión salvadora: un mesías fracasado. La trilogía formada por los episodios I (1999), II (2002) y III (2005) desarrolla el comienzo de esa historia, y los episodios IV (1977), V (1980) y VI (1983), el final. Ese primer ciclo (episodios I, II y III, 1999-2005) cuenta la caída de la República Galáctica tras un golpe de Estado impulsado por una alianza de comerciantes avaros y fanáticos religiosos que instaura el Imperio Galáctico; lo consiguen, precisamente, porque Anakin es ganado por el Mal. El segundo ciclo (episodios IV, V y VI, 1977-83) narra el triunfo de los hijos de Anakin, Luke y Leia, y la liberación de la galaxia del yugo imperial a través de un movimiento de emancipación que desata una guerra interplanetaria. Todo sucede en muchos y muy diversos planetas –el desértico Tatooine, situado «en un extremo de la galaxia»; el boscoso Yavin, refugio de rebeldes; el montañoso y acuático Alderaan; la capital, Coruscant; la luna forestal Endor, poblada por homínidos primitivos; Naboo, donde conviven los gungans y los humanos; el hermoso Kashyyk, hogar de los leales wookies, etcétera, etcétera–.

FIGURAS DE LA LIBERTAD

Lo mejor de la trilogía de los años setenta son las figuras de la libertad: el arquetipo del aventurero cuyo atractivo está en su descaro y su egoísmo («Alteza, te gusto porque soy escoria», le dice a Leia), es decir, Han Solo; Tatooine, «donde la mano del Imperio no llega», centro de la acción; la taberna de Mos Easley, «el lugar más vil de la galaxia», como le dice Obi-wan a Luke, pintada con inequívoco afecto, y tan llena de borrachos fabulosos de mil formas y colores como de monstruos está lleno un bestiario medieval, ladrones, tahúres, mercenarios y asesinos peligrosos y alegres, extrañas formas de vida llenas todas de romántica violencia. La trilogía de los años setenta, en suma, es el lado cocacola de la modernidad, la parte divertida del capitalismo, esa utopía de un universo regido por la arcaica justicia natural de la ley del más fuerte, como el «salvaje oeste» –ese universo, en suma, en el que triunfa la Vida–. Y, de modo acorde con esto, en la trilogía de los años setenta tanto los buenos como los malos son personajes seguros de sí mismos, sin la flaqueza ni el tiempo necesarios para dudar. Son, prácticamente, personajes homéricos.

TREINTA AÑOS DESPUÉS

En los años noventa, tres décadas después en nuestras vidas pero mucho tiempo antes en la realidad paralela de la ficción galáctica, la frescura épica cede gran parte del espacio a los bloqueos comerciales y los conflictos económicos y sus proyecciones políticas. En vez de toparnos con colonos, mercenarios y bandidos, nos las tenemos que ver con diplomáticos, burócratas y políticos. La virtud ya no es tanto noble rasgo de jedis o caballeros andantes cuanto racional y sensato buen gobierno de planetas-estado que ponen impuestos, y el vicio aparece menos como misterio diabólico que como excesivo afán de lucro y consiguiente apetito de poder en comerciantes que no quieren pagarlos.

Didácticamente, se nos enseña, y aprendemos, que la República es un gobierno representativo con un planeta-parlamento que funciona como sede de los representantes de los sistemas estelares que se congregan allí para tomar decisiones de manera democrática, y que la máxima autoridad, el Canciller Supremo, es electo por sufragio entre los senadores.

¿Qué sucedió en esos treinta años para que la potencia de la trama inicial se entibiara? ¿En qué momento las tesis se volvieron tan correctas y cuándo lo juicioso infectó la fantasía de esta manera?

El individualismo irreductible, la libertad de acción y la soberana independencia de ideas que en la trilogía de los setenta encarnó el desfachatado personaje de Han Solo ya no son el ideal: en su lugar tenemos la defensa de la tolerancia en la convivencia comunitaria, de la democracia parlamentaria como forma de gobierno y de la moderación en materia religiosa.

Que Anakin Skywalker se convierta en Darth Vader es trágico; que la República se transforme en el Imperio es catastrófico; pero que el vigor del arrojo entusiasta y de las locas aventuras cedan el paso a las preocupaciones ciudadanas y las responsabilidades cívicas es muchísimo peor: es aburrido.

ZIZEK Y EL BUDISMO POP

Slavoj Zizek apuntó en su artículo «Star Wars o la venganza del capital» que a los motivos New Age se deben la confusión ideológica y la pérdida de calidad narrativa en La venganza de los Sith, y que es por causa de ellos que la conversión de Anakin Skywalker en Darth Vader carece de grandeza. En vez de enfocar la hybris de Anakin, dice Zizek, su pasión por hacer el Bien y llegar hasta el fin por Amidala, como aquello que lo precipita en el Lado Oscuro, se lo muestra como un indeciso que gradualmente se desliza hacia el Mal, tentado por el poder e influido por el manipulador Palpatine. A Lucas, según el esloveno, le faltó la fuerza necesaria para desarrollar debidamente el paralelo República-Imperio y Anakin-Darth Vader y mostrar que lo que convirtió a Anakin en monstruo fue su pasión de ver el Mal en todas partes y combatirlo.

Esto lo anota Zizek para hablar del budismo pop de la New Age, la ideología hegemónica del capitalismo en un momento histórico que hace psicológicamente imposible soportar el ritmo del desarrollo tecnológico y los cambios sociales que este trae: todo es tan rápido (cuando uno se ha acostumbrado a algo, es reemplazado) que nadie tiene un mapa cognitivo mínimo, y renunciar al control, dejarse llevar, permite que eso no afecte el núcleo del propio ser, tal como asumir que la causa del dolor no es la realidad objetiva (que no existe) sino el deseo, la codicia y el apego a las cosas materiales, y cultivar la paz interior y el «desapego», hacen del «budismo pop» el perfecto complemento ideológico del capitalismo actual, el truco que permite participar activamente de su dinámica sin perder la cordura.

LAS GRANDES PREGUNTAS

Las grandes preguntas sin fecha de vencimiento recorren toda la saga: ¿por qué la República se convirtió en el Imperio (por qué una democracia se convierte en dictadura)? ¿por qué Anakin se convirtió en Darth Vader (por qué una persona buena se convierte en mala)? ¿acaso el Mal no está afuera (acaso ya está en «los buenos»)?

En todas las épocas, las culturas crean mitos y leyendas, héroes y villanos, ficciones que en parte explican e interpretan, y en parte reflejan, la vida real de las sociedades y los valores hegemónicos en ellas, y como en nuestro mundo el cine es una de las grandes fábricas de mitología, el cambio producido en los treinta años que separan una trilogía de otra puede decirnos más de lo que creemos acerca de nosotros mismos y de nuestra época.

Y sobre esos cambios en la saga de Star Wars, a lo dicho por Zizek añado yo que el problema con el fariseísmo del budismo pop y demás secuelas de la New Age y su santurronería es que la preservación de la paz interior y de la distancia que libera de los lazos que atan al mundo con pasiones violentas, etcétera, es que sin violencia no hay amor, que sin odio no hay justicia, que sin espada –y esto lo dicen y lo muestran a su modo tanto Cristo como los jedi– no hay paz. Nadie triunfa sin furia de un enemigo poderoso. Nadie derrota a un tirano sin la fuerza que da el odio contra el mal y la tiranía. Sin el coraje que inspira una injusticia flagrante, nadie defiende a la víctima desafiando al peligro.

Fetiche de la cultura pop, cosmogonía moderna, proyección de los deseos, los miedos y los valores del mundo actual, la saga de Star Wars es uno de los grandes fenómenos sociohistóricos de nuestra época, y porque, como dice el maestro Yoda, «Siempre en movimiento el futuro está», The Force Awakens –episodio del que aún es pronto para hablar aquí sin imperdonables spoilers–, una de las películas más esperadas de los últimos tiempos, por fin se estrena como regalo de Navidad para todas las galaxias. Que esta Nochebuena inminente la luna llena terrícola ilumine en sueños la ruidosa taberna de Tatooine, que ningún apagón arroje a nadie al lado oscuro y que la Fuerza nos acompañe a todos.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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