Federico Riera, un creador que merece ser rescatado del olvido

Mañana se cumplirá otro aniversario de la partida, lejos de su tierra natal, del músico y periodista Federico Riera (Asunción, 9 de agosto de 1890-Buenos Aires, 31 de julio de 1976), gran difusor de la música paraguaya en el Río de la Plata, y autor de una de las canciones que, frecuentemente sin saber que es suya, todos escuchamos en Paraguay cada mes de diciembre.

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Del jardín del olvido 

«Ya las caravanas de los promeseros ascienden las lomas de Ca’acupé…» 

La canción es la misma desde hace más de medio siglo. Cada diciembre se vuelve ubicua. Se escucha en las mansiones, en las casas humildes, en los templos católicos y en las fiestas paganas. Se propaga por los altoparlantes de los calesiteros, los carriteros y los chiperos, las emisoras radiales y la televisión. Sin embargo, no se menciona al autor del «Himno espiritual del Paraguay», y, por lo tanto, poco o nada se sabe de él.

Prolífico y refinado, Federico Riera fue uno de los grandes creadores de Paraguay. Sus obras llenas de calor popular calaron hondamente en el sentimiento de muchos y difundió con tesón la cultura paraguaya en todo el Río de la Plata. Pese a ello, quizás por esas diferencias de opiniones políticas que han marginado a tantos, terminó injustamente «promovido» al jardín del olvido oficial.

En Villarrica 

Aunque debido a su fanatismo por todo lo que es el Guairá, y a que varios asuncenos de su generación afirmaron que era de Villarrica, siempre se tuvo a don Justo Pastor Federico Riera Serrano por guaireño, el inspirado periodista, músico, poeta y autor teatral nació en Asunción el 9 de agosto de 1890. Muy niño, fue a radicarse en Villarrica del Espíritu Santo, capital del departamento del Guairá. Y se convirtió en un asunceno de corazón guaireño.

Llegó a Villarrica a la edad de dos años con sus padres –don Atanasio de la Cruz Riera y doña Carmen Serrano Ferrari (correntina), docente, como su esposo–, que se trasladaron a la capital guaireña para hacerse cargo de la dirección del Colegio Nacional. En esa institución, entonces dirigida por el profesor Pascual Yakapch, comenzó sus estudios primarios, que completaría con el profesor Doroteo Melgarejo. Hacia 1906, se trasladó a la capital de la República, donde quedó internado en el Colegio San Luis, dirigido entonces por el padre Miguel Casabianca.

Al creador de «Virgencita de Caacupé» y otras extraordinarias canciones, como «Casita lejana» y «Acosta Ñú», le gustaba que se lo tuviera por villarriqueño, y mereció como nadie el gentilicio «guaireño», pues comenzó a desarrollar sus pulmones y su cerebro con el oxígeno del Yvytyrusu, en su ambiente formó su intelecto y su carácter y amó tanto aquel florido rincón del Paraguay que nunca dejó de mencionarlo sin emoción, porque también fue en él donde conoció el amor, se casó, formó su hogar, vio nacer a sus dos hijas y enterró a sus padres.

Difusor del arte nacional 

Tras la Revolución de 1912, Riera viajó a la ciudad de Rosario, en Argentina, donde fundó una revista cultural. Volvió en 1922 y, tras una breve estancia en el país, viajó a Buenos Aires. Allí se dedicó a comentar y exaltar, ante los micrófonos de Radio Splendid, Radio Belgrano, Radio Prieto, Radio Stentor, Radio Porteña y Radio Mitre, los valores de la música paraguaya.

Federico Riera tiene el mérito de haber sido uno de los primeros –o acaso el primero– en organizar y estructurar conjuntos musicales de paraguayos en el exterior y en añadir comentarios (glosas) a las canciones paraguayas ante los micrófonos de las radios y en los teatros.

A fines de 1926, volvió a Villarrica, donde se quedó seis meses. Aprovechó su estancia en la capital guaireña para presentar en la sala del Teatro Municipal una revista (exposición de cuadros modernos y de ambiente nacional). Las publicaciones de la época emitieron consagratorios elogios sobre la labor realizada por don Federico Riera con aquella «velada artística-musical». El Deber, periódico de la capital guaireña, en su edición del mes de mayo de 1927 expresaba lo siguiente: 

«Federico Riera nos brindó la semana pasada un espectáculo novedoso, de jerarquía artística de real mérito, donde los intérpretes se desenvuelven con altura y responsabilidad... hay cuadros exóticos pero que tienen íntima relación con el conjunto de la obra. Todas las letras y las músicas de la obra son del joven Riera. El Título de estos cuadros presentados es el que sigue: “La Eterna Historia”, una fantasía de carnaval; “Impresiones de un Turista”, crítica del ambiente. Aquí el autor se nos descubre como un buen observador presentando tipos y costumbres que en ella se retratan con toda propiedad. Muy emotiva fue la canción “Caravana a Caacupé” (Titulo original de Virgencita de Caacupé); luego siguieron “El Kaguaré”, comedia de un acto. “Che Pyharé Ñembyasy”, tonadilla guaraní; “Jasy Jateré”, tradición; “Conferencia Cubista”, crítica; “La Caricatura de la Frase” y “La Poupee de París”, cuadro del ambiente parisiense”».

A mediados de 1927, se trasladó nuevamente a la capital porteña llevando consigo a tres músicos guaireños desconocidos hasta entonces: Félix Pérez Cardozo, Ampelio Villalba y Diosnel Chase; realizó con ellos una amplia actividad artística y, paralelamente, gracias a los contactos que tenía en las radios porteñas, promovió las actividades del dúo Giménez-Pucheta, de brillante actuación en Radio Nacional y Belgrano. Recordemos que la música paraguaya, en aquel entonces, era prácticamente desconocida más allá de nuestras fronteras.

Tiempos de guerra 

En 1932, el estallido de la Guerra del Chaco sorprendió a don Federico Riera en Buenos Aires. El joven artista, inmediatamente, se movilizó, organizando grandes festivales a fin de recaudar fondos para la Cruz Roja Paraguaya. A ese efecto, preparó una novedosa revista musical, «Tierra Guaraní», muy similar a la presentada en Villarrica, que hemos comentado más arriba: estampas de Paraguay, su música, su poesía, sus bailes típicos, sus costumbres.

Durante la guerra del Chaco, sus glosas fueron muy difundidas entre los combatientes, y fue también en esa época cuando comenzó a dedicarse a la composición de canciones como «La Canción de Ballivian», «Un canto para tu alma», «Casita lejana», «La carreta» y «Cuando arrulla el tataupa», entre otras.

Concluida la guerra, regresó a Villarrica, donde fundó el periódico El Pueblo el 4 de junio de 1937 (ver El Surco, 22 de febrero de 1939, p. 5), formó varios elencos teatrales y enseñó música, oratoria y declamación, siendo la mayoría de sus alumnos estudiantes de los centros de enseñanza secundaria de Villarrica. El 27 de enero y el 30 de marzo de 1938, acompañado de sus alumnos, ofreció a la sociedad guaireña en el Teatro Municipal un festival folclórico (El Surco).

Desde su periódico, El Pueblo, Federico Riera militó fervientemente en el Movimiento del 17 de octubre; contribuyó incluso con una composición musical dedicada al coronel Rafael Franco, conocida como «La Marcha del Febrerismo». Fracasada la revolución, volvió a Buenos Aires, donde, al calor del recuerdo de la patria sangrante y lejana, nació su guarania más lograda, «Asunción», cuya letra y música expresan todas las añoranzas del terruño.

catalobogado@gmail.com

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