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Al leer el material literario, escrito con fluidez y conocimiento de la mitología de nuestros antepasados indígenas, me entretuve grandemente.
Sobre todo me llamaron la atención aquellos hermosos y tristes relatos que solían contarse en torno a unos leños encendidos, al caer la tarde, en los hogares campesinos. Así, se me quedó prendida en la memoria la leyenda del suinda, una variedad de lechuza. Suinda era una madre que tenía siete hijos a los que mantenía cosiendo ropas. Aquella trabajadora mujer, poco a poco, fue cambiando de costumbre. Se desinteresó totalmente de sus hijos pequeños y empezó a coser ropas para ella. Tomó el hábito de ir a todas las fiestas.
Una madrugada, al regresar de un baile, encontró a sus siete hijos muertos de hambre y de frío. Un gran sentimiento de culpabilidad hizo que se transformara en un ave que cuando vuela, durante la noche, emite unos chistidos que son escuchados como semejantes al rasgar de las telas. Son siete los chistidos. Uno por cada pequeño muerto.
La leyenda del karáu da cuenta de un mozo apuesto y trabajador. Vivía en un rancho que se hallaba ubicado a la orilla del estero. Atendía a su madre cariñosamente. Ocurrió que un día, estando su progenitora enferma, fue a caballo en busca de la medicina necesaria. Por el camino se distrajo. Y tanto se distrajo que se dirigió a un baile y bailó con una bella dama que hizo que olvidara totalmente a la mujer que le trajera al mundo. Deslumbrado por el atractivo de su pareja, bailó durante toda la noche. Al asomar los primeros rayos del sol, un amigo le dijo estas palabras: “Deja de bailar Karáu, tu madre ha muerto”. En vez de sobresaltarse o llorar, dirigió a los presentes estas desafiantes palabras: “Omanóva omanóma, ta ipúkatu la polka, hay tiempo para llorar”, y siguió bailando.
Al enfrentar luego, ya en el rancho, la triste realidad de su madre muerta, salió de su estado de abstracción y preso del pesar, la enterró y se vistió de luto. Karáu, lleno de llanto, fue tomando lentamente la forma de un ave negra de plumaje sedoso. A partir de entonces, a las orillas de los esterales, se escuchan los quejumbrosos lamentos del Karáu.
Y hay más leyendas, que tienen un fin aleccionador y están relacionados con Ñanderu Tupá. Ha de saberse que los guaraníes creían en Dios.
Este libro rescata también las leyendas del Urutau, del chachá, del yryvy, del korochire, del guyra campana, del hornero.
La versión de Moisés S. Bertoni nos da estos detalles: “Urutau era una mujer que pretendió ir hasta donde está Ñanderu Kuarahy. Trató de acompañarlo pero no pudo porque Ñanderu había ya llegado hasta el cielo.
“Urutau lloró amargamente y quedó transformada en el ave del mismo nombre, condenada a lamentarse en su triste vida. Hacia el mes de octubre, cuando el sol se acerca, lo mira fijamente durante el día y cuando se pone se echa a llorar”.
Las páginas dedicadas a los mitos son excelentes, pues se acercan a las versiones que nos llegan a través de los estudiosos de la mitología.
Escribe al autor: “Los guaraníes habían creado un maravilloso mundo mítico.
“A poco de conocerlo despertó nuestra curiosidad y admiración. Verdaderos profetas de la selva, sin dejar sus improntas en monumentos imperecederos, sin llegar a la escritura, nos legaron a través de su bello idioma, un rico y singular mundo mitológico”.
El autor agradece cualquier comentario: grayam@yahoo.com.ar