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Mujer de teatro, Raquel Rojas –que vive en Asunción– lo amó y admiró desde sus primeras obras, más allá de si comprendía o no el drama profundo que subtiende toda su producción. En la superficie, un escritor descomunalmente lunático y estrambótico pero por más trucos divertidos y burlones hiciera en escena había un hombre llorando. Mi sospecha es que Raquel estaba deslumbrada por esa obra pantagruélica, exagerada, confusa con toda intencionalidad. Pero conjeturo que Raquel recién empezó a comprender a Arrabal cuando su propio hijo se va a al Oriente por una punta de años y a nuestra actriz se le arrumban, cual los esperpentos de Goya, todos los interrogantes acerca de lo que piensa realmente un hijo sobre su madre. Conjeturo que de ese dolor compartido surgió una identificación intensa entre ambos artistas, que llevó al propio autor a brindarle su caluroso y patafísico apoyo a Raquel. Conjeturo que hubo “química entre los dos”. Que Arrabal sintió una delicada e intensa línea experiencial en que los dos coincidían: ella como madre y él como hijo de una madre a quien no comprendió suficientemente en vida. Por eso le envió sus bendiciones patafísicas, pánicas y arrabalísticas a Raquel, en la versión libre que de su obra haría ella. (Aclaramos que la patafísica tiene cultores extravagantes en todas las geografías, desde la segunda mitad del siglo XX). Este autor que vivió acongojado, culpándole a su madre del calvario de su progenitor, celebra el reencuentro con ella a través de su afamada obra “Cartas de amor” (1998), en la que Fernando desagua todo su dolor y entiende que madre e hijo fueron un poco marionetas de la “madrastra historia”. Me atrevo a conjeturar que este amigo de Andy Warhold y otros locos geniales como Tristan Tzara, que se atrevió al surrealismo, al mundo pánico con su desenfreno y pavor, y a la patafísica, estaba buscando a su madre detrás de todos estos hombres y todos estos dementes movimientos estrafalarios artísticos o literarios. El amor de todo hijo por su padre es sencillamente necesario para su subjetivación como varón. Amarlo es estructuralmente un mandamiento para después matarlo (o superarlo, para no escandalizar a ninguna dama antigua que lea esto) y luego sobre su cadáver reencontrarlo con un amor adulto sedimentado en la procreación de sus propios vástagos, los vástagos de él también. En el caso de Arrabal, él sospechaba que parte del martirio del condenado a muerte era responsabilidad de la autora de sus días, por su ideología opuesta. Es por eso que el reencuentro a través del unipersonal “Cartas de amor” tiene valor de tragedia griega.
¿Y quién era la madre de Fernando? ¿Era Medea? ¿Era Fedra? ¿Era Andrómaca? ¿Hécuba, quizá? Lo cierto es que el dramaturgo se reencuentra con su progenitora entre palabras de amor. Y entiendo que por responder al enigma que le planteó la esfinge de su madre en un cruce de caminos, Fernando se internó en los surrealistas, en los patafísicos, haciendo libretos torrenciales y confusos, y donde todo era posible y donde lo extraño era normal. En fin, todo era válido para buscar el hilo de Ariadna que condujera a las razones –y sinrazones– que le llevaran al niño –y luego joven y luego adulto mayor– hacia la casa de la absolusión materna. Pero no fue por estos medios que la halló. La halló por el amor. Pero vayamos despacio: lo extraordinario, lo abismal, lo horroroso, lo escandaloso, lo cruel, lo sádico, lo perverso, lo amoral, todos son medios lícitos para la sed de búsqueda de un atribulado hijo que quiere zambullirse en el territorio materno para desde allí vivir lo que ella vivió. ¡Intentar vivir lo que llevó a su madre a entregar su hombre al enemigo! Estos relatos de la traición de su madre fueron luego debidamente aclarados como discursos mentirosos y eso permitió que el enamorado hijo se acercara al origen de sus días con su texto “Cartas de amor”, con gran júbilo e infinito dolor, y júbilo y emoción, y angustia y culpa, y rabia y amor, y belleza y confusión, y felicidad y arrepentimiento, y lágrimas y canciones, y poesía y reproches, y saltos y bailes, y canturreos y serenatas, y epístolas y flores, y marchas y lamentos, y perdones recíprocos y lágrimas, y más lágrimas otra vez. Eso es “Cartas de amor”: madre e hijo se encuentran por fin en lo más humano del serhablante que son las palabras y ambos mueren de amor de tanto amor. Fernando por fin está en la ruta de llegar a su padre porque el interrogante que le planteaba su madre le interdictaba permanentemente el camino hacia él. Ahora va a hablar de su padre sin tanta angustia, y su búsqueda va a ser más serena y efectiva también.
Facunda de Raquel Rojas
En gran comunión emocional y en la celebración de una misa de unión, ella se vio reflejada en Fernando y su madre. Y como muchas veces ocurre, para verse mejor, uno se mira en un espejo, en el espejo que te ofrece el otro, el semejante. Es porque como dice Rimbeau: “Yo es otro”. Entonces, para entender lo que le pasaba, nuestra actriz se puso a bucear también en otra desterrada hija de Eva, quien fue la increíble Facunda Speratti. Bueno, en realidad, la “incredibilidad” de Facunda se repite en todas y cada una de las mujeres de aquel tiempo que apenas pudieron ser dueñas de su suerte pues la madrastra historial fue impiadosa en demasía. Estas damas estaban a merced del doctor Francia y luego de cierto alivio en la época de don Carlos, arribaron a la Guerra Guasu, donde hicieron “Las Troyanas” de Eurípides, pero sobre todo hicieron “La madre” de Máximo Gorky. No creo que hayan podido elegir nada del destino. Este fue poderosamente apremiante, y llegó un momento en que montes y collados dibujaban las caravanas de quienes dejaban sus casas para seguir al Mariscal sin saber que ellas serían quienes levantarían después el Paraguay de las ruinas.
Facunda del Paraguay
Ella pasó de gran dama a los servicios más humillantes por venganza del Dr. Francia. Tal vez este envidiaba que ella y su esposo se hayan amado genuinamente. Cosa que pareciera nunca pudo disfrutar el monástico eremita anacoreta ególatra misántropo desconfiado patriota honesto frugal cenobita santón faquir de don Gaspar. Por eso habría tirado el cuerpo inerte del joven Fulgencio Yegros en el patio de la casa de la esposa. Fulgencio: ¡muerto bajo el naranjo que silencioso soportó la faena fusilera! El dolor de Facunda Speratti habrá sido la incomprensión de su hijo por las penurias que pasó, inevitables ante una fatalidad que no ofrecía alternativas ni para la madre ni para el hijo (en realidad, ni para ninguna madre ni para ningún hijo, en tiempos de tiranía y luego de guerra). En un momento de su reclusión en Quyquyó, ella se entregó a lo que la madrastra historia quería de ella sin poder alguno para decidir sobre sí. Tal vez lo bello que se permitió fue un romance con un comerciante extranjero que le dejó un hijo, un hijo del amor que luego le reclamó explicaciones con severidad. En la época de don Carlos, Facunda recuperó los bienes que le fueron arrancados. Y empezó a vivir en espera de la carta del hijo. Facunda se refugió en sus sueños, en sus cuadros, en sus pinturas, en sus arcones, en las rejas de madera tras las cuales mirar el horizonte, y esperar y esperar. La Facunda de Raquel es un poco la heroína de Eurípides, pero por momentos habla como la Lis de Fando. (“Fando y Lis” es una obra de teatro de Fernando Arrabal). Quiero decir con ello que hay un aire “arrabaliano”, pues aunque nuestra muy creativa Raquel habla de Facunda y su áspera vida en Quyqyuó, y aunque Facunda, golpeada por la vida, es resignada y se hace piedra, y se hace viento y se hace muda para sobrevivir, también se refugia en un mundo de extraños juguetes. Estos recuerdos de su pasado son del mundo arrabaliano, donde en cataratas las palabras caen a veces sorprendentes, a veces cadenciosas, siempre ansiosas. La Facunda de Raquel, en ese clima barroco (en cuanto fuese posible un clima sobrecargado en medio de tanta carencia), en ese clima barroco Raquel/Facunda sueña que sueña con su marido asesinado, el patriota Fulgencio; con el comerciante que le dio un hijo, con la patria, con el reencuentro con el hijo… y todo en un medio onírico a veces con tintes de la casa Husher de Poe y muchas veces con las pinceladas de “Las leyendas”, de Alejandro Guanes.
Es así que “Facunda desterrada” es una obra teatral admirable en la que hay una feliz unión/comunión de ambos autores (pues Raquel es finalmente coautora, porque reescribe “Cartas de amor” a su manera presentando a Facunda en vez de doña Carmen, madre de Fernando) y en la que Raquel juega con hacer pasar a su audiencia por todos los asombros y las emociones entre tules, muebles, paredes abarrotadas, objetos excéntricos, canciones escritas para Facunda, entre risas y recuerdos, y el joc-joc de la mecedora que mece a la señora memoriosa e imaginativa que agrega tanto de su fantasía que va del capricho al dolor.
Raquel se mueve en escena con tanta convicción y autenticidad y, mientras celebra el reencuentro con su hijo que en la realidad está en el Oriente estudiando chino mandarín, nos permite escuchar bellísimas melodías mitad hechas por un compositor amigo suyo (Félix Colmán) que también interpreta al hijo, y cantadas por una bellísima y sepulcral DAyana Urunaga, quien pareciera Madelaine saliendo por los laberintos de la pavorosa Casa Husher. Todos en un ajustada interpretación (el joven Retamozo) y la música ambiental tan pertinente. Pero es que Raquel estaba en su salsa y por momentos no sabría si era ella misma, o era el personaje venido del pasado, o era una ciudadana que nos traía retazos de la política nacional reciente con resonancias del golpe de Estado.
No tengo sino aplausos para tan original trabajo y reitero que Arrabal abrazó sus diferentes andares por todas las escuelas esquizofrénicas porque no era posible por los caminos normales arribar a su madre. La verdad está en lo real, en lo imposible. Los medios humanos, tan modestos: palabras, conceptos, imágenes sensoriales, táctiles, olorosas, térmicas, son pequeños para abarcar el todo. La verdad no se alcanza ni por la razón ni por los sentidos. Por eso el hombre se internó en lo caótico, lo imposible de la imaginación y la pulsión, para poder semidecir la verdad de su amor filial hasta lograr hacerlo con voces rampantes y melódicas, y sonoras y ríspidas, y cadenciosas. Porque en el arte y en el amor todo se puede. Eso entendió Raquel y desde “Facunda Desterrada” nos cuenta ella también su dolor y el camino para llegar a su propia verdad.
Psicoanalista, ensayista.