Esperando a Óscar en Asunción

Hoy compiten por el Óscar tres películas actualmente en cartelera en los cines de Asunción. Gustavo Reinoso, que ha visto las tres, las comenta aquí, y hace su apuesta.

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Con la satisfacción que acaba de brindarle el paso laureado de Las Herederas, de Marcelo Martinessi, por el festival de Berlín, la cinefilia criolla participa de la expectación global por los Óscar. Hoy, domingo 4 de marzo, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas premia a los destacados en diferentes rubros cinematográficos el pasado año. A la zaga de los grandes festivales europeos (Berlín, Venecia y Cannes) en retribución al mérito artístico, la noche grande de Hollywood mantiene su supremacía en repercusión mediática y popularidad entre el público, incluso entre el público no particularmente interesado en el cine. Además, cada año, en la tradicional ceremonia, en medio de los oropeles y los intereses comerciales, el cine se las arregla para irrumpir y emocionar.

Tenemos en cartelera en los cines de Asunción tres candidatos al premio mayor, el Óscar a la mejor película: La forma del agua (The Shape of Water), de Guillermo del Toro, La hora más oscura (Darkest hour), de Joe Wright, y Tres anuncios para un crimen (Three billboards outside Ebbing, Missouri), de Martin McDonagh. Luego de haber visto los tres, pasamos a reseñarlos.

El anfibio bailarín, la muda que canta y la cura de la calvicie

Fábula amorosa infantil con grietas en su narrativa, cuento de hadas fallido con pretendida moraleja contra el dominio de los poderosos y malograda oda al amor que allana cualquier diferencia, apenas sostenida por una correcta fotografía, La forma del agua nos sitúa en 1962 o 1963, en una guerra fría de caricatura (existe, por cierto, una película soviética de 1962, El hombre anfibio, de Vladimir Chebotayrov y Gennadi Kazansky, de tema similar, destinada al público infantil). Elisa, huérfana y muda, trabaja como personal de limpieza en unas instalaciones secretas del gobierno de Estados Unidos. Interrumpe la monotonía de su existencia la llegada de un «hombre pez» capturado en aguas de un no especificado paraje sudamericano. El subsiguiente enamoramiento entre la misteriosa criatura y la cenicienta silenciosa es tan arbitrario y poco convincente como lo es que los ultrasecretos de una superpotencia estén a merced de mujeres armadas con trapeadores y escobas, por no mencionar el extraño criterio que guía las acciones del bondadoso monstruo, quien, pese a sus poderes mágicos –entre otros, sobrevivir balazos a quemarropa, crear branquias de la nada, curar toda dolencia, incluso la calvicie masculina, y una fuerza colosal–, consiente en ser sádicamente torturado.

El villano del cuento es el coronel Strickland, director de seguridad de las instalaciones y arquetipo del reaccionario y paranoico estadounidense de derecha interpretado por Michael Shannon. Ni su gran trabajo actoral, ni el de Sally Hawkins en el papel de Elisa, ni el de Doug Jones como el galán anfibio impiden el hundimiento de La forma del agua en el pantano del ridículo y la parodia involuntaria. El cine que apele a la fantasía del espectador tiene que hacerlo con elegancia e inteligencia, como lo hizo el propio Del Toro en el Laberinto del Fauno (2006), donde lo fantástico emerge de un sutil juego con el terror y la tragedia. Nada de eso se ve en La forma del agua: solo cursilería a borbotones, en medio de la cual no podía faltar el homenaje al pasado del cine y la televisión: viejos musicales y hasta Bob Denver, antes de ser el náufrago Gilligan, combaten en la tele la soledad de los personajes, recurso nostálgico que alcanza su funesto paroxismo en la escena en la que Elisa canta y luego baila con la criatura al son de una big band de jazz tipo años cuarenta, en un esperpento muy alejado de las secuencias finales de la exquisita The Artist (2011) del francés Michel Hazanavicius, por ejemplo, si de homenajes hablamos. No es improbable que La forma del agua se lleve el Óscar a la mejor película, y no sería, ni mucho menos, el primer desatino de la Academia.

Sangre, sudor y lágrimas

Cuando el Reich alemán inició en 1933 una política de reivindicación y expansión territorial, ocupando Renania y anexándose Austria, los Sudetes checoeslovacos y luego Checoeslovaquia entera, contó con la ayuda de la política de apaciguamiento de las potencias europeas rivales, Francia y el Reino Unido. En septiembre de 1938, el primer ministro inglés, el conservador Neville Chamberlain, firmó con Hitler el Pacto de Munich, que entregaba al Reich los Sudetes checoeslovacos a cambio de la solemne promesa de que este no haría más reclamos territoriales. «Traigo la paz para nuestro tiempo», proclamó un eufórico Chamberlain al llegar a Londres. Poco después, Hitler se anexó lo que quedaba de Checoeslovaquia para después desatar, con la demanda del corredor polaco sobre el Báltico y la ciudad de Danzig, una nueva crisis internacional que se saldó con la invasión alemana de Polonia y la entrada de Francia y el Reino Unido en conflicto con Alemania, iniciándose el 3 de septiembre de 1939 la Segunda Guerra Mundial. La concesiva política exterior inglesa tuvo un implacable crítico en el propio partido conservador: incansable historiador y escritor, orador y polemista notable, político hábil y contradictorio y gran amante del arte y del whisky, Winston Churchill no perdió ocasión de denostarla desde su asiento en la Cámara de los Comunes. Ministro de Marina (primer lord del almirantazgo) en el gabinete de Chamberlain entre septiembre de 1939 y mayo de 1940, ideó la invasión del puerto noruego de Narvick, operación cuyo rotundo fracaso llevó a la oposición laborista a pedir la dimisión del premier y la formación de un nuevo gobierno. En el partido conservador solo dos figuras tenían el ascendiente para formarlo, Edward Lindley, conde de Halifax, y el propio Churchill, que tenía a su favor su condición de parlamentario electo por voto popular, ya que desde el inicio del siglo XX solo miembros de la Cámara de los Comunes fueron llamados a ejercer la jefatura del gobierno (hecho no enfatizado en el filme). Así, Churchill, beneficiado por el fracaso de su propia estrategia, asumió el gobierno. El filme de Joe Wrigth recrea con acierto los días cruciales de mayo de 1940 en los que, mientras Hitler se apoderaba de Holanda y Bélgica, sus ejércitos se abrían paso en Francia y los soldados franceses y británicos estaban encerrados en el puerto de Dunkerque, se decidió la suerte política no solo de Inglaterra, sino de Europa y del mundo. La disyuntiva era luchar o pactar con el Fuhrer. Una estupenda caracterización, justamente elogiada, hace esta nochr de Gary Oldman el más firme candidato al Óscar al mejor actor. Si bien quizás para algunos sean criticables las imágenes bélicas realizadas digitalmente en Darkest hour, es un acierto que esta valiosa pieza de cine épico e histórico, aunque no figure entre las favoritas para el premio mayor, esté entre las nominadas.

Una violenta y oscura sonrisa

Que el director de Three billboards outside Ebbing, Missouri, el inglés Martin McDonagh, viene del teatro se nota en la fotografía y en la puesta en escena. El ficticio pueblo sureño de Ebbing, rodeado de boscosos cerros azules, escenario suave pero indiferente al drama humano, es parte del sarcasmo de un guión cuyo humor negro, sumado a unas actuaciones descollantes, logra que Tres anuncios sobreviva a algún giro argumental abrupto que no mella esta historia de crimen, impunidad y fatalidad que se abaten sobre los personajes. Milred Hayes, atormentada por la inacción de la policía y la justicia tras la violación y asesinato de su hija Angela, decide alquilar tres carteles publicitarios que se encuentran a la vera de la carretera, en las afueras de Ebbing. Grandes letras rejas sobre fondo rojo dicen, así, ahora, conforme se llega al pueblo, en carteles sucesivos: «Violada mientras moría», «¿Y todavía no hay arrestos?» y «¿Cómo es posible, jefe Willoughby?».

El estupendo reparto es otro punto fuerte del filme: siempre efectivo, Woody Harrelson da vida a Bill Willoughby, el jefe de policía del pueblo, Peter Dinklage aporta humor y suficiencia actoral en sus apariciones como James, el enano del pueblo, y Sam Rockwell se merece unas líneas aparte como el oficial de policía Dixon, ignorante, violento y racista, pero no desprovisto de sentido de lealtad. Sin embargo, lo más memorable del filme es el brillante trabajo de Frances McDormand, cuyo talento como actriz de carácter resplandece en un papel, según el propio director ha señalado en varias ocasiones, escrito para ella. Apasionada, directa, con palabras de tal justeza que molestan y sin reparos en recurrir a la violencia si es preciso, Milred Hayes es la rebeldía que se enfrenta a un destino cruel, trágico y sin sentido, una figura marcada por su empatía con el espectador, su virtud clásica y su intensa humanidad.

Todos los pronósticos dan por seguro que el Óscar a la mejor actriz esta noche será para McDormand; no existe la misma certeza en cuanto a que el premio a la mejor película sea para Tres anuncios a las afueras de Ebbing, Missouri. Es mi favorita. Ojalá lo gane.

gustavoreinoso1973@gmail.com

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