Érik Orsenna y el agua, la novela del futuro

Nacido en 1947 en París, desde su primera novela Érik Arnoult adoptó el seudónimo de Érik Orsenna –tomado de Rivage des Syrtes, de Julien Gracq–, ganó el Goncourt en 1988, fue nombrado miembro de la Academia Francesa en 1998 y el lunes, súbito y fugaz como uno de los mil rayos de tormenta que surcaban la noche, cruzó Asunción, de modo que volamos cual relámpago a su encuentro para contar a los lectores esta visita.

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ENTRAMOS

Me agrada la palabra «cóctel» si la siguen otras («vodka tónic», «daiquiri», etcétera), pero sola es tétrica para mí, que no tengo las cualidades para caer bien en uno: desenvoltura, simpatía, sociabilidad, algo de Armani, Versace o cualquier otro de esos zánganos y ganas de cenar de pie como en panchero del centro. Además de, y sobre todo, cierta «notoriedad social», digamos, o el deseo de aparentarla, que suele terminar por ser lo mismo. El cielo electrizado y lluvioso de la noche del lunes parecía a punto de estallar en una tormenta, y por ende, aunque llegué quince minutos antes de lo debido a la residencia del embajador, entré. Éramos muy pocos aún y salí a fumar al porche. Mediado mi cigarrillo, empezaron a llegar más invitados, que, al verme en pie ante el umbral, iniciaban al acercarse un deferente saludo que yo, por su bien y el mío, abortaba con la mirada más extraviada y ataráxica que podía adoptar. De pronto me percaté –con extraña indiferencia– de que nadie iba en vaquero, salvo yo (un vaquero roto –yendo a San Ber, en el candente asfalto de la Ruta 1– en la rodilla izquierda). Vi a F., nos saludamos, F. entró; decidí hacer lo propio solo para pescar a monsieur O. cuando monsieur O. estuviera listo; no porque aquel lugar me disgustara, ni mucho menos, sino porque no estaba yo de humor muy sociable. F. volvió, fumamos y vimos a G., aparición rara, con traje como de gángster de cine noir. G. sonrió: «¿Entramos?». Me negué (solo iba a entrar para hablar con O., como dije). Adiviné que G. venía a colarse (a G. le encanta hacer esas cosas) y que quería entrar con nosotros porque sí estábamos en la lista. Sospechara lo mismo, o no, F., las manos en los bolsillos, nos miró, amable, se encogió de hombros y decidió apoyar a G.: «¿Entramos?».

Entramos.

HABLAMOS

Entramos en ese punto de gloria del buffet en que la animación de la gente crea cierto típico rumor de fondo; aunque había buen vino, vi al fondo a C., que estaba tomando champán, y, por críptica seña de simpatía, decidí tomar lo mismo. Algo después, una señorita me avisó que monsieur Orsenna estaba disponible para la prensa en una salita contigua. La seguí.

Erik Orsenna (París, 1947) es economista, ha sido asesor de Mitterrand, es presidente de la organización Initiatives pour l’avenir des Grands Fleuves (Iniciativas para el porvenir de los grandes ríos), vino a Paraguay para visitar el martes Itaipú y Yacyretá e hizo una escala el lunes en Asunción... en el cóctel y solo mientras duró el cóctel, única ocasión que tuvo, pues, de hablar con la prensa. Pero Erik Orsenna también es escritor, y premio Goncourt (por L’Exposition Coloniale, novela de 1988). Profesor de Economía hasta 1981, asesor de Mitterrand después, miembro de la Academia desde 1998, paladín de los ríos ahora, Erik Orsenna tiene un bigote risueño y una obsesión, el agua, de la que habla con brío. ¿Sabe usted que el corazón humano es agua en un ochenta por ciento? Habla del sino del Ganges, del Brahmaputra, del Yang Tsé. En diez años, interpela con la mirada uno a uno a los presentes, ¿tendremos agua suficiente para beber? ¿Sabían ustedes que para producir un quilo de papas hacen falta cien litros de agua? Veo un relato en que el agua que lo constituye (dado que de agua estamos hechos, según monsieur Orsenna indica) posee a un escritor y habla por su boca; protagonista de la novela, el agua inventa una forma, nueva para ella, de recorrer el mundo: charlar, impartir lecciones de economía y aclarar, en todos los lugares que visita, el papel obvio y esencial del agua en la vida. ¿Tendremos suficiente en el futuro? La próxima guerra, ¿será por el agua? A muchos nos basta abrir una canilla para beber, pero en el acceso al agua no todos somos iguales. Monsieur Orsenna gusta de citar cifras, y más, diría yo, si son cifras alarmantes. Pero también exponer casos concretas. Todo lleva a lo mismo: las ideas y los complejos problemas ligados al agua. Desde las enfermedades que transmite –el cólera, que hace estragos en Calcuta– hasta su papel de origen de toda vida, papel que es idéntico para la ciencia y para las más diversas religiones.

Fuente de vida, y fuente de inequidades: muchos habitantes del planeta no tienen acceso a ella. Y el agua es un arma cruel en manos de la política. Monsieur Orsenna es un buen narrador oral, un divulgador inspirado y entusiasta. Da la impresión de estarle tomando realmente el pulso al cuerpo acuoso, palpitante, del planeta. Hace que el tema del futuro del agua sea emocionante, invita a todos a compartir su pasión y su preocupación y, si es preciso, los empuja a ello. Lleva consigo ese virus contagioso deliberadamente en todos sus viajes, para inocularlo.

El acceso al agua potable es esencial, pero el agua no es ya tanto un don de la naturaleza como un producto y un servicio, que tiene costos; por ende, el agua es una responsabilidad política. La contaminación y la urbanización agotan los suelos, y la crisis mundial del agua se está gestando ya.

Para nosotros, el agua no es un problema. No tenemos que sacarla del pozo ni acarrearla desde el río. No estamos listos para, por ejemplo, tener que priorizar la agricultura a fin de sobrevivir y no poder lavarnos los dientes para destinar más agua a tratar de calmar la gran sed de la tierra. No estamos listos para una vida en la que el ansia de posesión del agua pueda desatar conflictos bélicos, violencia, peligro y muerte.

Así, henos aquí, con un escritor poseído por la pasión freática. Más del ochenta por ciento de la población de África tiene problemas para acceder al agua. Le debemos la vida al agua, y por causa del agua la podemos perder. Empiezo a imaginar una distopía teológica: el mesías regresa y, en las bodas de Caná, invierte el milagro –transforma en agua el vino–. Por fortuna, en el cóctel hay mucho vino y el agua no parece ser un problema aún, ni una necesidad. Pero, pese a que él tampoco pretende amargarse la noche, ni lo veo interesado en beber agua por hoy, Erik Orsenna ya sabe que sí es un problema.

Y SALIMOS

El tiempo fue tan poco que me apena no poder ofrecer más que diez minutos de diálogo con trazos de mero esbozo, de dibujo inconcluso de algo, por la prisa, tan solo insinuado. G., F. y yo nos encontramos más tarde, pero como fuimos simple telón de fondo en esta crónica, el relato de nuestras posteriores caminatas de la noche del lunes le será ahorrado al lector. Cruzo el salón y adivino bajo el bigote la sonrisa de monsieur Orsenna, que me mira a los ojos y alza, en mudo brindis, la copa sobre los metros de gente que nos separan; alzo hacia él la mía en respuesta antes de vaciarla de un trago y partir. El espíritu vivaz y el habla eufónica, el humor, la gentileza, las reflexiones originales hicieron que coincidir así con el errante novelista que cruzó intempestivamente Paraguay hace unos días, el lunes, Erik Orsenna, un académico para el que la cultura no es un lastre, cuya inventiva se mueve libre y a sus anchas mientras él domina la escena, divertido, cobrara un misterioso y oscuramente feliz sentido retrospectivo.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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