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Hoy, domingo 24 de febrero, Día de la Mujer Paraguaya, nos parece oportuno recordar a la escritora Ercilia López de Blomberg, nacida en 1865 en Asunción. Hija del ministro de Guerra y Marina, Venancio López, y Manuela Otazú Machaín, Ercilia era nieta de don Carlos Antonio López y sobrina del Mariscal López. Por orden de este, a los tres años de edad abandonó la capital paraguaya, con su madre y sus hermanos Venancio y Carlos, para formar parte de aquel grupo de peregrinantes que se dio en llamar las Residentas, mujeres que marchaban a prudente distancia del ejército en el calvario patrio.
La familia terminó su peregrinación en Buenos Aires, donde Ercilia estudió en el colegio particular de Brenan y Clough, en el que aprendió inglés. Sarmiento, que había propiciado la venida de las maestras norteamericanas, fue a examinar a las alumnas del instituto, cuenta Raúl Amaral, e, impresionado con la joven paraguaya Ercilia, lanzó una de sus frecuentes sentencias extremas: «Es curioso que del corazón de Sudamérica haya salido una niña de este color y este cerebro». Por su parte, don Eduardo Madero, miembro de la alta sociedad porteña a cuyos hijos frecuentaba Ercilia, le dijo alguna vez, en tono de lástima: «Si la rueda de la fortuna hubiera girado a la inversa, serias casi una princesa». Se refería, naturalmente, a la prominencia de la familia López en Paraguay.
Cuando su madre, doña Manuela, vino a intentar liquidar sus bienes en Paraguay, Ercilia, que tenía trece años de edad, la acompañó. Tenía dotes literarias tempraneras, pues anota Raúl Amaral que publicó el poema patriótico de doce estrofas «Al Paraguay» en la edición del 3 de junio de 1879 del diario asunceño El Comercio.
Al año siguiente, 1880, doña Manuela falleció y Ercilia pasó a vivir con el general Benigno Ferreira y su esposa, doña Carmen Mora. Ercilia Contrajo matrimonio el 29 de noviembre de 1886 con el ingeniero Pedro Blomberg, de ascendencia sueca, en la Iglesia de la Merced de Buenos Aires. Tuvieron seis hijas y un hijo, Héctor Pedro Blomberg, poeta en cuya obra la temática paraguaya es ubicua (como en la de su madre, a la que con justicia Cecilio Báez considera escritora paraguaya en su Resumen de la Historia del Paraguay, de 1910).
Ercilia enviudó joven, se dedicó a la atención del hogar y, ya crecidos los hijos, en 1915 comenzó a colaborar como escritora y traductora en diversos diarios, principalmente en La Prensa, de la familia Mitre. De formación sólida, publicó en 1921, en la revista El Monitor de la Educación Común, su obra El idioma de los guaraníes, un ensayo gramatical sobre el guaraní, lengua en la que conversaba fluidamente con el guaraniólogo Eduardo Saguier.
Después de la muerte de su hija Elena, en 1920, escribió «Ely», su segundo poema. Casi centenaria, Ercilia murió el 10 de abril de 1963; su fallecimiento tuvo escasa repercusión en Paraguay. Su obra cumbre, Don Inca, lleva fecha de publicación de 1965, pero había sido presentada en 1942 en el Concurso de Novelas Americanas de Buenos Aires, señala Carlos R. Centurión en su Historia de la Cultura Paraguaya, de 1961, en la que anota que la novela de Ercilia López seguía inédita. De publicación póstuma, con prólogo de su nieta, María Celia Velasco Blanco, relata episodios de un siglo atrás, por lo cual constituye una de las publicaciones más valiosas en el centenario del inicio de la epopeya.
Ercilia nació con la guerra y describe episodios del Paraguay de aquel entonces recogidos como testimonios, por lo que, a la distancia, su obra es también una valiosa fuente histórica. En «La ciudad», la pintura de Asunción es magistral: «Sobre la ciudad dormida en la sombra y el silencio se extendía el cielo oscuro, constelado de estrellas rutilantes. Se percibía un vibrante rumor de insectos y el aire estaba saturado de un perfume penetrante que parecía el hálito de la vieja ciudad de Asunción. Del arrabal Norte de la ciudad partía la calle Ybira’y, larga y ancha, cubierta de fina arena rosada que un tráfico secular había pulverizado y bordeada de árboles enormes». «Mujeres sublimes» pone en valor el trabajo de la paraguaya anónima, verdadera reconstructora del país, describiendo un trabajo que pasaba desapercibido: «Las he visto venir en largas hileras, desde los cuatro puntos cardinales, en las madrugadas de invierno y de verano, descalzas, con su cesta en la cabeza y su hijito sobre la cadera, recorriendo a pie millas y millas de camino para llegar al mercado de Asunción o al puerto para vender sentadas en el suelo y a la intemperie el producto de su trabajo agrícola o de su industria doméstica». La historia oral aparece en «El curandero» con anécdotas del médico del Dr. Francia, Vicente Estigarribia, que jamás daba la mano al saludar y que sin querer capacitó a un inteligente joven: «de gran sagacidad y penetración, observador, prudente y de una lealtad absoluta. Muerto el Dr. Estigarribia, el aprendiz heredó el nombre, la fama y la profesión de su célebre maestro». Pero también el miedo imbuido por la dictadura francista, que sobrevivió al Supremo en «su discreción exagerada, resabio de las modalidades obligadas del tiempo en que se modelaba su carácter; tiempos sombríos de misterio, desconfianza, espionaje y delación…»
Sus habitantes podrán salir de Paraguay, pero Paraguay nunca se aleja mucho de ellos. Ercilia López dejó su tierra natal siendo una niña pequeña y pasó la mayor parte de su larga existencia en tierras argentinas, pero se presentó siempre como paraguaya, reflejó en sus escritos la realidad de Paraguay, que, aun derrotado y en ruinas, seguía siendo para ella un motivo de orgullo, y, lejos de avergonzarse del idioma nativo, lo estudió a fondo y lo hablaba con fluidez, demostrando su amor a la tierra que la había visto nacer.
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