Enrique Verástegui, puma con alas

De la vida y la obra de uno de los autores más importantes de la literatura contemporánea en lengua castellana, fallecido el pasado viernes 27 de julio en Lima a los 68 años de edad, nos habla el poeta Cristino Bogado en el siguiente artículo.

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En la famosa y borgiana taxonomía de la poesía de Ernesto San Epifanio (Los detectives salvajes), esa delirante reducción de la poesía a una dicotomía heraclitiana-hegeliana, de lucha sin fin, entre poesía de maricones y de maricas, Enrique Verástegui brilla por su ausencia.

La sátira del malogrado (y otrora muy cotizado) Bolaño no logró homenajearlo… gracias a Dios. Sin embargo, dedicó sus afanes a la elaboración de dos antologías que recogían poemas del poeta peruano de Hora Zero (Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía, editada, prologada y anotada por Tulio Mora y publicada por la editorial venezolana Los Teques en el año 2000, y Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego, selección de Roberto Bolaño, publicada por la editorial mexicana Extemporáneos en 1979 –y en la cual, por cierto, este autor chilensis cae en el mal gusto de incluirse como uno de los poetas elegidos por él mismo en tanto editor, mezcla de esquizofrenia y ambición que hoy, que sufrimos una era de mal gusto extremo, parece casi endémica–).

Definiciones

¿Qué es el poema? Verástegui da al menos dos definiciones. Una: «El poema que no ha sido escrito rabiosamente permanece ilegible». Y la otra está en unos versos de Angelus Novus I:

«muchacha

que al alejarse

quedó como una

luz para siempre».

¿Qué es el dinero? No es el bien que todos fantasean: en realidad es su opuesto, el gran mal, pues al concentrar todas las apetencias y ansiedades libidinosas y cuasi libidinosas sobre sí cual objeto de amor total termina causando el mayor daño en todos. Ente regulador ficticio de un vasto flujo de realidades diversas, el dinero, sin embargo, tiene algo del Poema, criatura también de mera ficción, entidad cabalística, caballero fantasmal, cuasi kantiano castillo de palabras que regula fonemas y sentidos «transfundiendo signo por cosa», cuerpo-estado cuya «ganancia no es otra que morir», bosque donde «lo que florece en nosotros es lo que no se escabulle en la nada».

El poeta afro-chino-vasco-incaico

«En las letras peruanas, frente a los armoniosos autores apolíneos (hasta los temas dionisiacos, llenos de pasión y enigma, los abordan con un estilo enmarcado en pautas y medidas proclives a la mesura y la contención), llámense Inca Garcilaso, Ciro Alegría, José María Eguren, Julio Ramón Ribeyro o Mario Vargas Llosa, nos sacuden los dionisiacos: Guamán Poma, El Lunarejo, César Vallejo, Gamaliel Churata, Martín Adán, José María Arguedas...», escribió el crítico literario Ricardo González Vigil en el prólogo a Ángelus Novus (1985).

«Si se ha tomado mis palabras

como molotovs que un estudiante envuelto en su

chalina violeta

lanza contra la inercia

(…)

Si para todo el mundo soy un agitador haciéndose

pasar por escritor?»

Parafraseando aquello de «No se puede volver a escribir dos poemas distintos el mismo día», hoy diría «No se puede volver a morir dos Verásteguis en el mismo Poema de la vida».

«Yo estaba frente al mar como un verso de Demócrito en los labios

y comprendí que todo este furor de olas revolviéndose en mis

versos como una espada

que ha deshecho la niebla

son paisajes que una ideología ha develado»

Enrique Verástegui, el poeta que le puso alas al puma

El Doctor Desfuturante, Extirpio Temporalis, Excisio Aporvenius, el feliz habitante del presente del Poema –«El presente es más poderoso que el futuro, ya que este nunca ocurre»: Verástegui influyó en el guión de Memento–, el Ángel Illapa de la poesía ha muerto.

Los poetas mueren siempre en la indefensión, aunque Verástegui no ha tenido que pasar por la humillación de su co-horazeriano Juan Ramírez Ruiz, que, enterrado en una fosa común, tardó seis meses en ser identificado después de morir atropellado por un bus (2007). Verástegui murió poéticamente, eyaculando la ciencia infusa de todo poeta: murió –según los titulares de la prensa filistea del sábado 28 de julio– de «parto cardiaco».

Y en seguida nos enfrentaremos a los versos:

«lindura de Miraflores: no hagas nada por

[vivir del recuerdo,

no me recuerdes»

(Good / By Lady Splendor)

Hora Zero

«17. Ten el coraje de irte a la mierda y ten el valor de regresar»

(Primeros apuntes sobre la estética de Hora Zero, Juan Ramírez Ruiz, 1971)

«Era la década del 70 cuando un grupo de jóvenes artistas se reunía en el Bar Queirolo para escribir poesía que plasmara la complejidad y sentir social, cultural y étnico del Perú. Con textos sobre la caótica vida en Lima, Woodstock, la Fania All-Stars, la chicha de Chacalón y el cine, Hora Zero reunió a destacados poetas como Jorge Pimentel, Eloy Jáuregui, Carmen Ollé y el joven estudiante de Economía Enrique Verástegui (Cañete, 24 de abril de 1950), quien por entonces “solo quería aprender a escribir”» (Carlos Viguria).

La primera etapa del movimiento Hora Zero llegó hasta 1973 y contó, entre sus más conocidos integrantes, además de Ramírez Ruiz y Pimentel, con Enrique Verástegui, Feliciano Mejía, Mario Luna, Jorge Nájar y José Cerna, entre otros. En 1977, Pimentel retomó la aventura horazerista en compañía de Verástegui, Jáuregui y Mejía, y se sumaron Carmen Ollé y Tulio Mora, quien implícitamente asumió, a partir de su incorporación, el rol de vocero principal del grupo. Durante 1981, participaron en HZ Róger Santiváñez y Dalmacia Ruiz Rosas. La primera etapa se caracterizó, además, por la difusión nacional del proyecto horazeriano, lo que contribuyó a su percepción como movimiento (HZ Chiclayo, HZ Pucallpa, HZ Chimbote). En ambas etapas es posible registrar nuevos ingresos así como renuncias, de tal modo que, por ejemplo, para el final de la primera fase, ya no integraban Hora Zero Verástegui, Cerna ni Mejía. Con relación a las discrepancias y rupturas, la más notoria es, sin duda, la de Juan Ramírez Ruiz, quien ha señalado en más de una oportunidad que la segunda etapa del grupo (a la que rehusó integrarse si mantenía el nombre original) no corresponde al espíritu fundacional de HZ y que representa, más bien, «la tergiversación y la consolidación de la involución» (Alcances y límites del proyecto vanguardista de Hora Zero, Luis Fernando Chueca).

Algunos de los manifiestos de Hora Zero –movimiento sobre el cual Pimentel ha señalado que hacerse poeta antes de su aparición «era como entrar al Club Nacional. Hasta que aparece Hora Zero, manda al diablo a todo el mundo, les hace un manifiesto y todo eso termina […] Antes de Hora Zero había 20 poetas, nada más. Después de nosotros salieron 800.000» (Luis F. Chueca, op. cit.)– son: Palabras urgentes (Lima, 1970), en el que leemos que «El poeta defeca y tiene que comer para escribir»; Poesía Integral (1971); Contragolpe al viento (Lima, 1977); Déjenlo todo, nuevamente; Rasgar el tambor, la placenta (Carta al Movimiento Hora Zero de Perú, Barcelona 1977); y Mensaje desde allá (París, 1978), en el que leemos que «El poeta es un “horrible trabajador”. Trabaja en una lluvia de lágrimas, de sangre, humillaciones, de golpes» (Hora Zero. Los broches mayores del sonido, Tulio Mora).

Cuando en las páginas del primer número de la revista Hora Zero, en 1970, se leyó el manifiesto «Palabras urgentes», causaron revuelo frases como «La poesía en el Perú después de Vallejo sólo ha sido un hábil remedo, trasplante de otras literaturas». Este movimiento, que declaró en 1970 que «la poesía peruana estaba hecha básicamente de traducciones, y que hacía falta el nacimiento de una poesía verdaderamente […] peruana» (Mazzotti y Zapata), recibió con entusiasmo el primer poemario de Enrique Verástegui, En los extramuros del mundo. Posteriormente, Monte de goce fue prohibido por la censura bajo la acusación de pornográfico, cuenta la antología bolañesca de 1979 sobre la trayectoria del poeta que llevaba «un sol en mis bolsillos» (En los extramuros del mundo, 1971).

Bibliografía de Enrique Verástegui

En los extramuros del mundo. Lima: 1ª edición, Carlos Milla Bartres Editores, 1971. 2ª edición, Lluvia Editores, 1994. 3ª edición, Fondo Editorial Cultura Peruana, 2004.

Praxis, asalto y destrucción del Infierno. Lima: Ediciones Campo de Concentración, 1980.

Leonardo. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1988.

Angelus Novus (Tomo I). Lima: Ediciones Antares, 1989. Tomo II. Lima: Ediciones Antares y Lluvia Editores, 1990.

Monte de goce. Lima: Jaime Campodónico editor, 1991.

Taki Onqoy. Lima: Lluvia Editores, 1993.

Ética IV. Albus. Lima: Editorial Gabriela, 1995.

Ensayo sobre ingeniería. Lima: Gonzalo Pastor editor, 1999.

El Teorema de Yu. Lima: Arte / Reda, 2004.

Teoría de los cambios. Lima / Arequipa: Sol Negro / Cascahuesos, 2009.

El motor del deseo. Dialéctica y trabajo poético. Lima: Ediciones Mojinate, 1987.

El modelo del teorema. Curso de Matemáticas para Ciberpunks. Lima: Editorial Hispano Americana, 1997.

Apología pro totalidad. Ensayo sobre Stephen Hawking. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 2001.

Terceto de Lima. Lima, Carlos Milla Bartres Editores, 1992.

kurubeta@gmail.com

*Cristino Bogado es poeta, narrador y ensayista. Como editor, ha publicado los libros Revista Guarania 100 años (2020) y Lenguas de la Poesía Paraguayensis (2022). Como periodista, escribe en El Trueno con el seudónimo de Paranaländer y conduce el programa Paranaländer Desencadenado en el canal LilaPlayTV (Twich) los viernes de 16:00 a 17:00 horas. Ha publicado, entre otros libros, Puente Kaí (2015, poesía), Pindo Kuñakarai (2018, novela), Iporãkaka (2019, relatos), Poema Rendy (2021, poesía), Sueño Aché (2022, artículos) y Mandyju (2023, poesía y relatos).

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