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Ingeniosamente, Azarru trae al escenario a los dragones, seres mitológicos.
En el primer capítulo, llamado Génesis, invoca a Uróboros, quien crea al dragón, creyendo que él tendrá dominio sobre la creación.
Mas su creación, los dragones, en conjunto ya, cometieron el pecado de la soberbia y del orgullo, olvidaron su esencia divina, y Uróboros, desilusionado, dio vida a los hombres. Notó que también ellos cayeron en los mismos pecados. Peor todavía, porque vio que se creían mucho más importantes que el resto de la creación. Entonces, desorientado ya, abandonó cuanto hizo a la deriva para que el Juicio Final se hiciera cargo de los actos de sus criaturas.
En el capítulo llamado El Concilio, los dragones llevan a cabo una suerte de asamblea, de intercambios de ideas y también de temores, pues los seres humanos han demostrado que son, por su creciente y desmedido afán de fabricar armamentos bélicos, capaces de acabar con ellos.
He ahí (entonces) el dilema.
Los humanos habían aprendido a convivir con los dragones por un tiempo. Posteriormente, la convivencia se acabaría y terminarían dominando el mundo, además de traer la desgracia para ellos.
En un párrafo del libro, el autor hace referencia a la ley de la vida y manifiesta que el más fuerte acaba con el más débil.
“¿Acaso los humanos no comen vacas, ovejas y perros, y de todos modos conviven con ellos?”, se lee. Cuánta verdad.
También los dragones “reflexionan”, y llegan a la conclusión de que se matan entre ellos por tesoros y territorios.
Misterio...
A través del texto se accede a estas verdades contundentes: “Yo ya me he preguntado qué estamos haciendo por el planeta y por la humanidad. Y sin embargo no he encontrado nada digno de mencionarse. Nosotros actualmente somos los hombres más poderosos del mundo. Y sin embargo está siendo constantemente devastado por guerras, muerte, desigualdades, sufrimiento, enfermedades, injusticias...”.
Qué manera directa tiene este excelente escritor de poner el dedo en la llaga, de dejar al descubierto el lado ruin y hasta perverso del ser humano.
Nos llama a una reflexión sincera y a una autocrítica su escritura. Igualmente nos hace pensar qué estamos haciendo que sea digno de respeto por el mundo y cómo lo vamos destruyendo a pesar de haber sido concebidos con un propósito divino.
En el capítulo que recibe el nombre de Apófisis, el lector se enterará de que en el concilio de 1615 se había llegado a la decisión de que los dragones debían acatar la orden de ocultarse entre los humanos, convirtiendo su raza en un mito, mientras encontraban la forma de dirigirlos desde las sombras, como líderes de sus comunidades, y así destruirlos desde adentro.
He aquí la gran lucha. El lector comprenderá que el ser humano va ganando terreno por las facultades que le han sido dadas en el momento de su creación.
¿Son los hombres crueles? Tal parece que sí.
Cuando corría el fin del año 1947, Europa estaba devastada debido a los desastres provocados por la Segunda Guerra Mundial. Hubo, desde luego, tiempo y lugar para la filosofía. Y los filósofos hacían girar largas reflexiones dentro de sus mentes en torno al sentido de la vida humana, del hombre mismo, hasta llegar a la conclusión casi dramática de que el mundo sería un sitio mejor sin la presencia humana.
Por su parte, los dragones empezaban a considerar la idea de usar el poder de destrucción del ser humano para acabar con él. La lucha estaba gestándose ya.
La notable imaginación de Jeu Azarru y su capacidad de descubrir cuántas intenciones mezquinas guarda el individuo en su corazón muestran claramente lo denigrante y oscuro que muchos hombres y mujeres llevan consigo.
Un poco más cerca del tiempo que nos toca vivir escribe: “Corría el año 1957, una época de grandes avances para la humanidad, en cuanto a la tecnología, la salud, las telecomunicaciones, la industrialización y la masificación. El mundo ya había superado dos guerras mundiales, en las que los dragones poco tuvieron que ver”. Algunos reptiles estaban a la expectativa. También querían hacer uso de la potencia bélica del hombre para dar a dicha potencia un fin que aniquilara a su creador.
De esa manera presenta Azarru un escenario sombrío, de características casi dantescas, propias de un enfrentamiento global que aniquilaría a hombres y a dragones.
LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA
¿No es acaso la lucha por la supervivencia, en un mundo incomprensible, que apunta hacia distintas direcciones, donde tiranos y débiles se enfrentan sin misericordia, lo que nos va mostrando, con su elocuente lenguaje, el autor?
Aparece un personaje, Pablo Ortiz, en la escena. Ortiz piensa que no se encuentra demasiado lejos el día en que habrá de sobrevenir una crisis mundial. Le viene a la mente la idea de salvar a la humanidad y futuramente volver a poblar el planeta.
¿Apocalipsis?
No lo sé.
Se lee en la obra: “El mundo está en peligro. Los seres humanos serán, sin lugar a dudas, tarde o temprano, causantes de su destrucción. Tal vez sea mañana, tal vez en mil años, pero cada vez son más poderosos, afectan de peor manera a la naturaleza, tienen armas de destrucción masiva más potentes, y nada parece detener la espiral de consumo, excesos y odio que los domina como raza”.
Estas realistas líneas poseen la capacidad de hacernos pensar seriamente hacia dónde se dirige el hombre en su ambición desmedida por acumular más y más poder, provocando la destrucción de la especie humana.
Los dragones han sido aniquilados. Desaparecieron definitivamente. Hoy son solamente un recuerdo en los cuentos y temas de escritura en las leyendas.
El hombre, que se supone que es un ser pensante y que tiene la facultad de discernir, de elegir entre el bien y el mal, es el dueño absoluto del mundo. Sin embargo, se sabe que a lo largo de la historia ha provocado hecatombes, guerras, desolación y destrucciones. ¿Es acaso más bestia que el dragón?, parece preguntarnos el autor.
El lector debería examinarse a sí mismo, observar detenidamente su entorno y tratar de arribar a una conclusión, aun cuando ella sea muy inquietante.
Yo, particularmente, he cavilado bastante sobre el futuro que nos aguarda al leer Señores de Fuego.
Pienso que Azarru ha escrito una obra que nos lleva a preguntarnos sobre el sentido de la existencia.
POESÍA PARAGUAYA
Espacio invadido
Universal desafío...
es regalarte del alma
un espacio
de viento infinito
para que
exhales conmigo
el recuerdo
de este momento
calculadamente imprevisto.
Expandido deliro...
es suspenderme
en el vacío
de una distancia
que a tu lado
ya no percibo,
es multiplicar y repartir
por todos lados
mis cinco sentidos
Shirley Villalba
delfina@abc.com.py