En el 125 aniversario de la Biblioteca Nacional

Al arribar los conquistadores españoles, de 1537 en adelante, venían en naos, rudos guerreros, a más de metidos a poetas, o lectores de obras de caballería.

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Las primeras bibliotecas fueron de religión, preferentemente, y de las órdenes dominicas, mercedarias, franciscanas y jesuitas, recién llegadas al país. Esta última, la jesuita, dotada de un Colegio de Primeras Letras –ubicado en 14 de Mayo y El Paraguayo Independiente–, va a mantener una biblioteca y que, pese a sus numerosas expulsiones de Asunción en 1649, 1725 y 1733, llega a poseer al tiempo de su expulsión (1767) la cantidad de más de 2000 volúmenes, cifra expresivamente alta, cuando Asunción llegaría a los 5000 habitantes.

Cuadros sí existían, todos ellos religiosos, ya que la alta religiosidad de la provincia impedía traer retratistas que no fueran para estampas, ideas o imágenes religiosas. También incidía en ello la pobreza del Paraguay, atado al lejano Virreinato del Perú, hasta 1776, en que pasa a depender del puerto porteño. Allí sí creció algo la arquitectura, la mueblería casera; mejoraron los templos, e ingresó algo de libros del puerto bonaerense, algunos prohibidos por el índex de la Iglesia católica.

La universidad más cercana, la de Córdoba (Argentina), jesuita hasta 1767, va a liberalizar luego sus estudios, y de allí van a venir, entre otros pocos estudiantes, el Dr. Francia, con una biblioteca romanística, jurídica, teológica, pero también acorde con el siglo de las luces que encendían ese siglo XVIII a Europa. Al morir el Dr. Francia, en 1840, e inventariarse su biblioteca, se comprobaría que era la mayor del país: constaba de 300 volúmenes. Asunción ya tenía 15.000 habitantes.

Entre el 14 de Mayo de 1811 a 1816, cinco años en que Francia finalmente cierra las fronteras y los puertos, ingresan no obstante muchos libros que permitirán un mejor nivel de formación a clérigos y civiles, como el mismo Carlos Antonio López, providencialmente habilitado para dirigir el país desde 1842 hasta 1862, fecha en que estalla la Guerra Grande; el país tiene bibliotecas interesantes, existe una librería, la del Cnel. de Artillería Lirio, llegado románticamente a estas costas. Habrá paisajistas, como el francés Castelvar, algunos daguerrotipistas, que sí harán las primeras pinturas murales, de personas, como el mismo Saturio Ríos y Aurelio García. No había biblioteca ni archivo públicos, ni museo de igual laya. Todo lo conformaba el Estado. La prensa, que no fuera la fugaz Aurora, será una prensa totalmente controlada y los dibujos que aparecen son viñetas; luego ya ilustraron en los periódicos conformados para distraer en cuarteles en la grave contienda de la Guerra Grande. Existen daguerrotipos y fotos de la contienda dicha, y será Cándido López el pintor manco argentino que ilustrará del lado aliado las vicisitudes de la misma.

Al término de la guerra, se libera la imprenta, aparecen periódicos, librerías, el archivo trata de ordenarse por vía de José Falcón, para presentar nuestros argumentos ante el presidente norteamericano Hayes. Aparecen también pintores, muchos de ellos fugaces y pasajeros, que dejaron su impronta en algunas obras vindicables, como la de Guillermo Da Ré, en el Palacio de Gobierno y otros lugares. La Biblioteca Pública, que se inaugura en 1869, no dura sino poco tiempo.

LA BIBLIOTECA, MUSEO Y ARCHIVO NACIONAL

Como vimos, finalizaba el siglo, y Asunción, con sus 50.000 habitantes, deseaba mejorar. Pintores extranjeros había. La librería A la ciudad de Berlín, de Fischer, pasada luego a Fischer y Quell, y luego a Quell y Carrón, traerá material de primer nivel. Lo mismo, la librería de Uribe y de Olascoaga, de corta duración, que venderá no solo libros valiosos, sino que imprimirá libros nacionales o sobre temas nacionales, aún más valiosos.

Pero faltaba alguien para redimensionar las fuerzas que se unían en pos de mejora cultural.

APARECE JUAN SILVANO GODOY

Juan Silvano Godoy nace en Asunción en 1850. De joven es enviado a Buenos Aires a estudiar y, descomulgando con el régimen imperante y aun por su edad, no retorna sino en 1869, casi al término de la guerra, y participa de la discusión de la Constitución Nacional sancionada en 1870; luego, como periodista y político, activa en los debates de un país que de pronto quería hablar todo lo callado. Antes del asesinato del presidente Juan Bautista Gill (1874-1877), del que fue autor intelectual, se traslada primero a Corrientes y, al fracasar el movimiento sedicioso, se traslada a Buenos Aires, en donde vive desde 1877 a 1894, y participa del crecimiento activo de Buenos Aires, que pasó en ese tiempo de 250.000 a 750.000 habitantes. Buenos Aires se volvió la ciudad de habla hispana más grande del mundo y la de mejor ingreso per cápita. Godoy se dedicó durante ese tiempo a la compraventa de propiedades, loteamientos, en una ciudad que crecía vertiginosamente. Y ganó una fortuna. Viajó a Europa varias veces, y su dedicación anexa era invertir ese dinero en textos y cuadros. Godoy, de formación aún romántica y posromántica, adquirió libros y pinturas de la vertiente ibérica, preferentemente, o del estilo y gustos de este señor tan valioso.

Aquietados los ánimos en el Paraguay, al subir como presidente Juan Bautista Egusquiza (1894-1898), vendrá a radicarse al país, trayendo su biblioteca americana –40.000 volúmenes— y su pinacoteca, conformada por unas 200 pinturas de la más variada gama. Cabe señalar que los gustos bibliofílicos y la capacidad cultural de Godoy los volcaba a ser más selectivo en libros que en cuadros, ya que ignoró la pictórica francesa –de 1850 a 1900– que tanto impactaba al mundo.

Su presencia en Asunción, su modo de vestir, su forma de escribir, su cultura, desde luego, lo tornan un suceso. Pero esa hermosa dotación de libros y arte permanece en su casa particular, cuidándola él y su hijo Rolando Godoy, abriéndola solo a personas que lo solicitaran y a visitantes extranjeros.

En 1903, el presidente Cnel. Juan E. Escurra, no precisamente el mandatario más culto que hemos tenido, quien celebró ese año un convenio en cuya virtud el Museo de Bellas Artes y la Biblioteca Americana reciben una asignación del Estado para abrirse al público, siempre en casa del ilustre Juan Silvano Godoy, que tiene en ella una enorme colección de documentos y folletería en numerosos cajones. El Archivo Nacional corre por otro lado, ya más abierto a historiadores, a partir de 1879, y desde que Bolivia muestra su interés por el Chaco. El primer libro sobre la materia será el del Dr. Alejandro Audibert, titulado Los límites de la antigua Provincia del Paraguay, para lo cual el Estado lo contrató; y como no se efectuó la paga, hubo pleito de por medio. Será la figura fulgurante del Dr. Blas Garay, quien –en acuciosos casi tres años– investiga en los Archivos de Indias, en la península ibérica, nuestros derechos sobre ese territorio.

El otro mérito del presidente Escurra será enviar a dos estudiantes de pintura, Da Ponte y Alborno, a practicar lo suyo a Italia. Llama la atención de nuevo que Francia haya sido ignorada, que estaba más actualizada que la aún académica Italia de ese momento.

SE FORMALIZA LA BIBLIOTECA Y EL MUSEO DE BELLAS ARTES

En 1909, en plena anarquía jarista, siendo presidente provisorio el Dr. Emiliano González Navero, se decide acordar con el Dr. Juan Silvano Godoy que este traslade todas sus pertenencias al local habilitado por el Estado, en el que Godoy, conservando la propiedad sobre esos valores, deberá recibir al público, con su hijo Rolando y su yerno don Viriato Díaz Pérez, español, culto y llegado tres años antes al Paraguay.

La inauguración en su nuevo local del Museo de Bellas Artes y Biblioteca Americana fue un gran acto social y cultural. Ocurrió el 9 de marzo de 1909, a poco más de ese hecho que le daba cariz público a ese valioso e increíble patrimonio. En ese tiempo, el gran mecenas que fue Juan Silvano Godoy vivía al día, austeramente, de su magro sueldo, pues todo lo que ganó lo invirtió generosamente y de acuerdo a su estética a favor del país. No hay una calle, un monumento, una emisión filatélica, que recuerde esa patriadada, comparable con la grandiosidad de la Guerra Grande, de la que él no participó.

El Museo y Biblioteca Godoy no se enriquecía más, ni en libros ni en cuadros. Al morir Godoy, en 1926, se le rindieron magros homenajes. Creo que Juan Silvano Godoy merece un libro especial que recuerde sus facetas de hombre público, político, espadachín, diplomático, pero sobre todo, su generoso aporte cultural.

En 1939, durante el gobierno del entonces Gral. José Félix Estigarribia, los herederos vendieron al Estado ese valioso patrimonio. Se convino un precio, del que hizo solo el primer pago, no más. Hasta con los herederos de este ilustre paraguayo fuimos injustos.

En este punto, deseo mencionar las actas de folios 49, 61 y 73 de 1939 del Ateneo Paraguayo. En efecto, era miembro de Justicia, Culto e Instrucción el Dr. Juan Francisco Recalde, quien al mismo tiempo se desempeñaba como presidente de esta benemérita institución. El Ateneo Paraguayo del que hablo era desde su refundación, entre 1933 /34, amparo y reparo de los mejores actos culturales nacionales. La importancia de lo dicho se expone en las sesiones de la misma. La primera, de fecha 9 de agosto de 1939, expresa en su parte pertinente, cito: “MUSEO DE BELLAS ARTES: Se pasa a un cuarto intermedio, para dar lugar a las comisiones de bellas artes y de actos culturales a expedirse sobre el precio estipulado entre el actor y los herederos de D. Juan Silvano Godoy, para la adquisición de la Biblioteca Americana y Museo de Bellas Artes.- Reanudada la sesión, la presidencia designa al miembro señor Domingo Franchi para dar su informe a la C.D. sobre la resolución que acababan de adoptar las comisiones dictaminantes. Dicha resolución fue favorable y se halla expresada en la nota que las comisiones elaboran al Ministerio de Justicia, C. e I. Pública con fecha 10 del corriente, como acto de adhesión al favorable dictamen de referencia, hicieron uso de la palabra los señores José Antonio Moreno González, y Carlos R. Centurión, quienes abundaron en conceptos justamente elogiosos para el fundador de la Biblioteca y Museo de Bellas artes, así como para los herederos que supieron valorar y conservar con verdadero desinterés patriótico esa institución que es un decoro de la cultura nacional. El miembro dictaminante Sr. Domingo Franchi hace una insinuación en el sentido de que los actuales directores de la Biblioteca y Museo de Bellas Artes continúen al frente de esa institución, aun después de pasar a ser ella patrimonio del Estado. Acto seguido, la presidencia invita al Dr. Viriato Díaz Pérez, director de la Biblioteca y Museo de Bellas Artes, que se hallaba presente, para que manifestara su opinión sobre las gestiones del Ministro Dr. Juan Francisco Recalde para la adquisición de la biblioteca y museo que él dirige. El Dr. Díaz Pérez dijo, que como parte interesada no podía hablar con la amplitud con que hubiese querido hacerlo, pero que agradecía al Ateneo Paraguayo, porque haya dado el aliento de su juventud a las gestiones del Señor Ministro, sin cuya colaboración acaso se hubiese aplazado, como ocurriera otras veces, la adquisición efectiva por el Estado, de la Biblioteca y Museo de Bellas Artes. Al terminar de hablar el Dr. Díaz Pérez, llegó el Sr. Presidente Dr. Recalde. La presidencia le invita a presidir la sesión, pero se niega a hacerlo para agregar algunas palabras sobre el punto de que se trataba. Consideró que la sesión que se estaba realizando era una sesión histórica, porque se ligaba a la importante adquisición que acaba de hacer el Estado”. (Fin de cita).

Inicio cita de la siguiente acta: “MUSEO GODOY. Se dirige una nota al Señor Ministro de Justicia, C. e I. Pública rogándole se sirva tomar interés ante las Cámaras Legislativas para que en el presupuesto vigente figure la cuota destinada a la adquisición de la Biblioteca y Museo Godoy, correspondiente al ejercicio 1939-1940. No habiendo otros asuntos se levanta la sesión”. (Fin de cita).

Agradezco al Ateneo Paraguayo, del que fui vicepresidente y directivo entre 1972 y 1990, que me haya permitido buscar en sus actas e ilustrar esta ponencia con transcripciones documentales ya expresadas.

BORDEANDO EL MUSEO Y BIBLIOTECA

En la década del 50, y siendo presidente de la República don Federico Chaves Careaga (1949–1954), se promulgaron valiosas leyes. La primera ley de Derechos Autorales; se creó la Asociación de Autores Paraguayos (APA), con el apoyo del Ateneo Paraguayo, interviniendo en todo ello José Esculies, por el Ateneo Paraguayo, Epifanio Méndes Fleytas, por el Gobierno, y el Dr. Alfonso Capurro, como jurista capacitado en Derechos Autorales y Culturales. De igual manera, se creó la Dirección de Bibliotecas, Museos y Archivos de la Nación. Su primera directora fue doña Concepción Leyes de Chaves, maestra, escritora y mujer con mucha personalidad. Su segundo director, y por muchos años, fue don Juan E. O’Leary, quien ya estaba entrado en años. El vicedirector era el polígrafo don Raúl Amaral, quien ocupó ese cargo de 1953 a 1958, fecha en que pasó a ser agregado cultural de la Embajada Argentina.

Al morir O’Leary, en 1969, ocupó el cargo del mismo el Dr. Hipólito Sánchez Quell, quien venía de ejercer la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia. El Dr. Sánchez Quell, de hablar galano, poeta, diplomático, profesor, escritor, le dio nuevos bríos a la institución. Permutó el local tradicional de Presidente Franco y O’Leary, por el que hoy nos cobija. Lo amplió, obtuvo la colección de caricaturas de Acevedo, y se acercó a jóvenes artistas de entonces, con el propósito de conseguir donaciones de obras de arte. Se dieron frecuentes conferencias. En la parte posterior del local, se abrió un patio al estilo andaluz, para reuniones de artistas y escritores. Luego de él, cabe destacar en la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, a la Lic. Alejandra Peña Gill y, singularmente, al Arq. Carlos Colombino.

Pero si bien el Museo de Bellas Artes y el Archivo Nacional se hallaban en el mismo lugar, no ocurrió lo mismo con la Biblioteca Nacional, que se instala desde 1958 en el local construido por el Gobierno argentino, y aún no titulado a favor del Estado paraguayo, como una desmembración de lo que era el Solar Sarmiento. La calle se llamaba anteriormente así, Sarmiento, hasta que pasó a denominarse De las Residentas.

La Biblioteca Nacional se hallaba gravemente dañada en sus diarios y libros; hoy día, es restaurada a sus fueros necesarios por la Lic. Zayda Caballero, emprendedora y dinámica.

PERO SOPLAN NUEVOS TIEMPOS

Hoy el Museo, Archivo y Biblioteca Nacional tiene —desde hace poco tiempo– nueva legislación que le enmarca mejor en el damero de las instituciones públicas. Por otro lado, en estas instituciones hoy no solo participa precisamente gente de cultura, sino expertos en museología, restauración y conservación del patrimonio. Todo ello es un desafío para hacer con propiedad una buena gestión en materia cultural, a estos ricos repositorios de nuestro acervo.

Lo ideal sería que para los visitantes e investigadores estos lugares estuviesen, como antes, abiertos los fines de semana.

Nuestro país nunca fue, por diversas razones, faro o centro de cultura; entre ellas, la mediterraneidad lo convierte en un país aislado, conservador y poco propicio a lo cultural.

Hacer, pues, cultura a través del reverdecer de esta centenaria institución, en frutos públicos, en acceso obligado para los foráneos y en el interés que ha puesto el Estado y el público en general, en defender lo nuestro.

El Centenario del Museo, Archivo y Biblioteca Godoy pasó sin grandes festejos. Este año recordamos el 125 aniversario de la Biblioteca Nacional.

Encendamos la llama del encuentro cultural, como en 1887, a esta centenaria y venerable institución, y que los ojos de Juan Silvano Godoy contemplen que su desprendimiento no fue en vano, que crece, se multiplica y rinde abundante fruto.

(*) Abogado. Investigador

e_juridico_asuncion@hotmail.com

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