El violín de Karlik

Los autores evocan cierta terrible noche de tormenta del 10 de febrero de 1978 en medio de la cual los desdichados pasajeros de la embarcación «Miriam Adela» , violentamente sacudida por las agitadas aguas del río Paraguay, se tropezaron con su fatal destino, tras haber partido la víspera de Asunción con rumbo al puerto de Vallemí. Un melancólico capítulo del pasado reciente, el que ha sido considerado el más grande naufragio de la historia del Paraguay.

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En aquellos años en que trabajaba en Radio Cháritas, me tocó convivir con destacados locutores o «speakers», como se decía entonces, de varias generaciones, y con otros que iban haciéndose grandes locutores y animadores, como Lionel E. Lara, J. Herrera antes de irse al Río de la Plata, A. Montórfano, S. Pacciello, Ernesto Garabano, Blanca Navarro y Flora Giménez, entre otros.

Y con varios directores cuyos nombres están profundamente ligados a la historia de la radiofonía paraguaya, a pesar de ser extranjeros, como el padre Lavorel, fundador y primer director, o los sacerdotes franciscanos Ignacio Sudupe y Josu Arketa. Enfrente estaban, en el sector privado, el señor Sacarello, Juan Bernabé, Gerardo Halley Mora, por citar algunos nombres.

Y en medio de ese conglomerado de gente ocurrieron, por cierto, cosas humanas, que hicieron a veces más agradable y otras veces más triste la existencia de quienes formábamos esta verdadera familia de locutores, radioperadores, productores o vendedores de espacio, cobradores, técnicos, administradores y directores, artistas, anunciantes, vecinos y amigos.

La algarabía y la pena de un miembro del clan nos afectaban a todos, pero afrontábamos con dignidad y entereza cada segundo de vida, con sus luces y sombras, sabiendo que siempre habrá otro día y que la luna y el sol serán los mismos por siempre.

Pero como todo cambia, después de 1979, año en que salí de la empresa, fue otra cosa, según me dijeron aquellos de mis compañeros que siguieron en la ruta.

Aquí paso a relatar un hecho que conmocionó a todo el país, y muy en particular a nosotros, cuando zozobró, en las aguas del río Paraguay, aquel buque que llevaba familiares y cimeforistas a Villa Hayes, ciudad donde hacían sus conscripciones militares centenares de jóvenes estudiantes, entre los que se encontraban nuestro compañero Benjamín Karlik y su «antiguo», el cabo Molas, con quien estuvo esa tarde-noche en los estudios.

Benjamín Karlik hacía locución deportiva en un programa que se emitía a las 19:00 horas. Su tarea consistía en ir a ver un encuentro de básquetbol, dar el resultado, y luego tocar uno o dos músicas en su violín, para amenizar el espacio radial.

Así lo hizo en aquella oportunidad. Luego, fue a su domicilio, en Azara y México, a preparar las maletas para su viaje de la madrugada, en esa oportunidad en el papel de «cicerone», con otros cimeforistas.

En dicho naufragio fallecieron familias completas, parientes, amigos y numerosos cimeforistas. Uno de ellos fue Benjamín Karlik.

El aspirante Benjamín Karlik y el cabo Molas salvaron muchas vidas durante aquella tragedia de Remanso Castillo.

Extenuado, se vio a Karlik por última vez cuando braceaba a contracorriente, luchando para sacar a flote a un hombre cuya mujer ya había sido tragada por las aguas, mientras con el brazo derecho alzaba al aire su emblemático violín, como suplicando auxilio al profeta Moisés para que lo salvara de una muerte inminente.

Pronto, a Benjamín Karlik lo engulló el furioso río.

Ese fue el relato que escuchamos del contrito cabo Molas en aquellas horas de luto y de dolor para muchas familias asuncenas.

Desde entonces, los pescadores y ribereños escuchan, en aquel estratégico recodo del río Paraguay, en noches de «amenazo», una aguda y penetrante melodía.

–Es el violín de Karlik –dicen los pescadores y lugareños.

Su música sobrevivió a la desgracia.

(Adelanto del libro en preparación Memorias de radio)

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