El viaje de los hermanos Larramendia A la búsqueda de la música sin mal

Estamos en el Bicentenario de la declaración formal de la República del Paraguay. Digo formal porque la República se instauró mucho antes, cuando los asuncenos, los habitantes del Paraguay, navegantes del río epónimo, es decir, los paraguayos nacientes, instauraron a Ayolas; cuando los comuneros depusieron gobernadores y expulsaron a los jesuitas, mucho antes que lo hiciera un emperador; cuando devolvieron a España al gobernador nombrado por el Imperio, engrillado a bordo de un buque llamado Comuneros; cuando dijeron no a Buenos Aires, que el Paraguay estaba bien así, con el mismo nombre que le pusieron los indígenas desde no sabemos cuándo, Paragua’y, provincia rebelde y guaranítica de las Indias, República guaraní.

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De aquí partieron para refundar Buenos Aires, y hasta Santa Cruz, por un lado, hacia el Sur, fundando ciudades y pueblos hasta la Cordillera de los Andes, como nos cuenta en sus Anales del descubrimiento, Población y Conquista del Río de la Plata, el libro fundacional de la región –que en su primera edición los argentinos titularon La Argentina–, el primer narrador, el primer cronista de la historia, el mestizo e incansable aventurero Rui Díaz de Guzmán.

Es la historia de la Provincia Gigante de las Indias, cuyo corazón indiscutible es Paraguaýpe… aquí, el centro de estos ríos que son las más antiguas rutas de esta rioplatense región, paranaense, paraguayense, uruguayense; ríos y rutas con nombre guaraní, desde aquel entonces hasta hoy, e hispana, por ese mestizaje de dos pueblos errantes: los guaraníes y los hispanos; con dos lenguas que tienen como alma común extraordinaria la ñ, esa engañosa mezcla de consonante y vocal que le da un tono especial a la musicalidad fonética y que algunos tarados quisieron borrar del alfabeto, borrar de los teclados.

Paso a explicar esta digresión bicentenaria que no tiene que ver con la fecha ni con el patriotismo, sino con seguir la traza de los caminos de la historia, ante este “viaje perpetuo de los hermanos Larramendia”, bajo la batuta del mítico Rubito.

Nuestros músicos fueron también exploradores, conquistadores, adelantados del Río de la Plata. Lo dijo y lo escribió Atahualpa Yupanqui; lo podrían constatar Eduardo Falú y tantos otros músicos de la otra orilla.

Ese espíritu aventurero y fundacional quedó en el alma y en el habla de este pueblo, y en la música y el canto, la tercera lengua del Paraguay, esa poesía popular en la que reina el jopara, en la escritura que se acuñó caóticamente en “Ocara Poty cue mi”, “Ysyry” y otras publicaciones que registraron el aluvión de poesía popular que se abría paso entre el castellano culto y el guaraní originario.

Mario Rubén Álvarez cuenta, al comenzar a relatar esta historia, que hilvanaron mano a mano con Generoso “Chirole” –el menor de los hermanos Larramendia–; ya se sabe que las historias que se entretejen en las entrevistas, los recuerdos que afloran y se hacen historia son el alma que se crea entre los dos interlocutores: entrevistado y entrevistador, y muy especialmente en este caso, de un Larramendia parte del alma de la música popular paraguaya y de un Mario Rubén parte del alma de la palabra guaraní, provenientes ambos del Paraguay profundo y del guaraní poético del monte, del grito que escuchó José Asunción en plena selva, soñada, imaginada, extrañada desde el exilio.

Ahendu nde sapukái, José Asunción, y escucho tu música… Escucho a los Larramendia o a Larramendia Cáceres, con el fondo de guitarra de Teófilo Noguera, musicales todos, y al dúo Larramendia-Álvarez –músico y poeta– engarzando una melodía, un compuesto que nos cuenta una historia maravillosa de un viaje a través del cancionero popular, hacia el corazón de la música paraguaya y la argentina, sonando el mismo son, como sonaron en un principio cuando querían ser las provincias hermanadas del Plata, sin nuevo dueño ni nuevas cadenas.

Rescato una frase de Rubito que les dice a sus hermanos menores, niños creciendo, cuando se disponen a iniciar el camino en busca de su tierra sin mal, es decir, el viaje de nunca acabar: “Ustedes son niños, son pequeños y a esta nación venimos con hidalguía, tal vez con orgullo, y no vinimos a ninguna misión que no sea de paz y conquista de amigos. Esa es nuestra misión. El país no nos dio el derecho de ser su representante, pero tenemos que ser su representante voluntario”.

Y lo representaron con vocación de fundadores. Y creo que todos, desde José Asunción hasta el último, estarían de acuerdo con esta proclama de Rubito.

Los músicos paraguayos que refundaron el Buenos Aires musical, con la música de tierra adentro de la Argentina, se habían forjado en el Chaco. Este viaje nos cuenta cómo allí Emiliano escribía en versos una crónica épica, cómo a su lado ya le ponían música y la ensayaban camino al frente más avanzado para acompañar y dar aliento a la tropa; ellos eran la tropa con guitarras y arpas.

Al terminar la contienda, siguieron la búsqueda de la tierra sin mal, el camino hacia los grandes escenarios, y las orquestas y los estudios de grabación, encabezados por el mita guasu Félix Pérez Cardozo, “por eso te canto con voz de guarania –le agradece Atahualpa al darle la despedida final– por la vidalita que cantaste tú”, por el gran maestro José Asunción, que canta con palabras de Ortiz Guerrero “Buenos Aires, salud”.

La guerra civil del 47 y el estronismo después los terminaron de expulsar, pero ya no se iban a un territorio extranjero; se iban a la Argentina, al Buenos Aires, “ciudad gringa”, que habían reconquistado aquellos locos paraguayos que habían abierto las puertas a la música de los “cabecitas negras”, los de las provincias, los que desde la colonia habían sido hermanos contra las fronteras y aduanas que imponía Buenos Aires. Entonces, habían izado allí, guitarra en mano, su bandera de confraternidad.

Mario Rubén cuenta que no lograba encontrar el título para este libro que, inevitablemente, debía incluir “los hermanos Larramendia”, hasta que, como le pasa a todo buen poeta, apareció en su auxilio “ese misterio en cuyos brazos dormimos todas las noches, el sueño”…

Y ahí “Chirole” Larramendia se le apareció de nuevo, como aquel día que le dijo “vengo a contarte una historia”, y le dio la clave: “El viaje perpetuo de los hermanos Larramendia”. Ya estaba el título.

La vigilia, enemiga eterna de la poesía, porque convoca a la cotidianidad, le puso la duda: perpetuo es algo que no tiene fin, y el viaje de los Larramendia terminó allí…, pero no, los hermanos fueron protagonista de una historia que siguió, corredores de una larga posta musical que nunca termina, el viaje siguió, como todos aquellos músicos paraguayos de la diáspora, en busca de la tierra sin mal, de la música sin mal, “viajaron sin tregua, a perpetuidad”.

Y me acuerdo de Francisco Marín y Cristobal Cáceres, que de Buenos Aires, como tantos otros, saltaron a Europa, donde con Les Guaranís siguieron cantando y viajando con guitarras y arpas, conquistando la capital de la cultura, París.

Los Larramendia habrán soñado muchas noches en su largo peregrinar los aires que supieron propalar con sus instrumentos, como Agustín Barboza habló en sueños con Hérib Campos Cervera, quien le recordaba que aún no le había puesto música a su Juan Hachero… que se disculpó porque no encontraba la melodía y que el poeta le ayudó a encontrarla en la noche profunda, como cuando José Asunción le dijo: “Leé bien el poema, la música está adentro”; cuando se despertó, ya estaban brotando las notas en la guitarra, una de las canciones épicas más vibrantes de la música paraguaya.

Mario comienza este libro recordando la anécdota de cuando me anunció en el diario Última Hora que necesitaba tres días libres, con permiso o con renuncia, sí o sí, y me contó que Generoso, haciendo honor a su nombre, le iba a contar la historia, esta historia que hoy se vuelve libro y que registra uno de los capítulos más fascinantes de la historia del Paraguay, y que nos recuerda que no solo en las guerras se gestan héroes.

No hacía falta el permiso. Mario Rubén se iba a hacer una entrevista para la historia.

Es el mejor trabajo que puede hacer un cronista.

Este libro es un capítulo más de esa larga crónica sobre la música y los músicos del Paraguay que día a día Mario Rubén va escribiendo. Esta gesta musical ha encontrado en él a su cronista, su Rui Díaz, su Emiliano.

Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py

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