El túnel del tiempo, medio siglo después

“Inaugurado” literariamente por Murray Leinster en 1964, el exitoso conducto virtual de comunicación con el pasado y el futuro sirve a un tráfico creciente de crononautas, y reafirma su vigencia poco antes de cumplirse el cincuentenario de su creación.

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¿Invento útil el túnel del tiempo?

El grado de utilidad de un invento determina su vigencia o el olvido, y la generalización de su uso en el tiempo y el espacio merece la aplicación del marbete de éxito al producto del ingenio, llámese rueda, imprenta, lámpara incandescente y una larga lista que incluye al túnel del tiempo literario; este último, intangible, como todo lo imaginario. Si fuésemos a dudar de la utilidad del maravilloso acceso a otras épocas, preguntémosles a los cientos de escritores y guionistas de cine, afamados o no, que lo han venido usando para recorrer el tiempo de arriba abajo y al revés, con el beneplácito de los lectores y los seguidores del séptimo arte.

De esta beneficiosa vía ficticia de comunicación tuvimos noticia apenas unos años después de que su creador la presentara al público a través del papel impreso. A nosotros nos tocó ver la primera versión como serie televisiva por medio de la entonces incipiente televisión nacional.

El paso por el túnel, la tele y el asombro

Para los que atravesaban la etapa juvenil, la de los 60 era la década de los Beatles, los hippies, la contracultura; para los que éramos niños cuando entonces en Paraguay, esa época era sinónimo de magia televisiva, pues la pantalla chica, literalmente, nos había encandilado con sus primeros destellos en el país, cuando corría el año 1965.

Quienes no contaban con un aparato en casa conseguían permiso para visitar a los afortunados que ya poseían el fantástico nuevo habitante de sus hogares. ¿Habría quien no quisiera ver la tele? Todos, chicos y grandes, suspirábamos por ella.

Pocos años después —cinco o seis, quizás— del inicio de la tevé en nuestro país, nos contábamos entre los fanáticos que seguían una serie titulada El túnel del tiempo. En ella, dos tipos “muy churros” (lo comentábamos en el colegio) enfrentaban los peligros en algún rincón del planeta, justo en vísperas de un episodio histórico problemático, es decir, del pasado, pero también del futuro. ¿Cómo habían llegado hasta allí? A través del túnel del tiempo y por una falla de la máquina del tiempo ubicada en el Estado de Arizona, donde un grupo de científicos norteamericanos procuraban, desde un sofisticado y secreto centro de operaciones subterráneo, que los viajeros del tiempo volvieran al presente. Un capítulo concluía justo en el momento de mayor peligro; entonces lograban –siempre desesperadamente, digitando teclas y bajando o subiendo llaves en una especie de consola– salvarlos, pero solo para trasladarlos al epicentro de otra dificultad tan grave o más seria que la que acababan de dejar. Así, por ejemplo, salían del Titanic en el instante de su hundimiento para recalar en Pearl Harbor a horas del ataque japonés y de aquí aparecer dentro de un cohete en viaje a la Luna en el mismo instante de una emergencia declarada en la nave por dificultades técnicas. Que sepamos, nunca volvieron. Al menos, nuestras expectativas, semana a semana, por su regreso triunfal fueron vanas.

¿Cuándo dejamos de ver El túnel de tiempo? Seguramente cuando, desilusionados, comprendimos que empezaban a repetir los episodios, práctica común por aquellos años en la tevé nacional.

Otras urgencias de nuestra primera juventud no nos permitieron detenernos en cuestiones que, décadas después, nos ocuparían, tales como a quién pertenecía el guion de El túnel del tiempo y cuál había sido su fuente. Ya adultos, decididamente inmersos en el mundo de la lectura, supusimos que el origen de la serie se encontraría en una narración de gran aliento, o sea, en una novela.

La base del túnel televisivo

Aquella hipótesis se confirmó plenamente cuando averiguamos sobre Murray Leinster, que en 1964 había publicado El túnel del tiempo, una de las múltiples narraciones que producía en el rubro de la ciencia ficción.

Es interesante rememorar que la literatura de ciencia ficción desarrolla y difunde “una visión de la sociedad futura, que desaparecerá si no es capaz de adaptarse a las profundas transformaciones de los rápidos avances tecnológicos” (J.J. Millás, 1982).

Según lo expresa J. Ignacio Ferreras –citado por Juan José Millás en Introducción a la ciencia ficción–, los siguientes son “los tres apartados que incluirán dentro de sí todas las posibilidades temáticas de este género: ciencias y técnica; extraterrestres y mundos paralelos; la conquista del tiempo”. El túnel del tiempo se inscribe dentro de este último apartado.

El túnel ayer y hoy

Comparativamente, la idea de los viajes a través del tiempo como tema literario no es muy nueva ni demasiado antigua. Oficialmente, las máquinas del tiempo son concebidas en el siglo XIX –1888 y 1895– en las novelas El anacronópete, de Enrique Gaspar y Rimbau, y La máquina del tiempo, de H. G. Wells.

En estos relatos, las máquinas que remontan el tiempo no requieren de túnel alguno para lograr su cometido.

Imaginación e investigación científica se alimentan fecundamente en el asunto de los viajes en el tiempo, pues continúan vigentes las discusiones respecto de las situaciones contradictorias que se darían cuando un viajero al pasado, por ejemplo, pudiera enfrentarse a sí mismo o, yéndose a un tiempo más lejano, matar a un antepasado suyo, con lo cual haría imposible su existencia (la del viajero) en el presente y otros hechos absurdos en esa línea. A estas hipotéticas circunstancias opone el prestigioso físico y cosmólogo inglés Stephen Hawking su célebre conjetura de protección de la cronología, y da como “prueba” lo que para muchos es una ironía: que la mejor demostración de esta imposibilidad es que “en la actualidad no estamos siendo invadidos por turistas venidos del futuro”.

Hacia los 50 y 60 del siglo pasado, el científico y divulgador Carl Sagan –que por ese tiempo escribía su novela Contact– y el Dr. Kip Thorne, catedrático del Instituto Tecnológico de California, concluyen sus estudios respecto de la posibilidad de la existencia de túneles, gusanos o tubos mediante los cuales se podría llegar directa y más rápidamente a regiones distantes en mucho menos tiempo que el usado al viajar por el espacio, siempre partiendo de las ecuaciones formuladas por Einstein.

Sobre la base de estas hipótesis, Murray Leinster construyó el relato del que nos ocupamos, el cual serviría de germen a la serie de tevé del mismo nombre en 1967.

Un “pasadizo” muy inspirador y su futuro

Probada su eficiencia, el invento de Leinster alcanzó popularidad mediante la serie televisiva mencionada; de ahí en adelante, este peculiar paso ha sido mil y una veces utilizado en las artes citadas, por lo menos de nombre, ya que la mayoría de los relatos no lo describen, en tanto que en la pantalla –aunque del túnel se valen múltiple y repetidamente– tampoco existen escenas que lo detallen.

La mayor impresión recibida de aquel inaugural medio fue la de que los protagonistas –Pepe Ibarra y Harrison–, para trasladarse de París de 1964 a París de 1804, lo hacen caminando, sin más precauciones que las relacionadas con la vestimenta que les ayudaría a pasar inadvertidos, y no experimentan sino “unas náuseas tan intensas que casi les dieron calambres y una violentísima e imprevista turbación”.

Las innumerables cintas cinematográficas y las narraciones que desfilaron por nuestra vida de cinéfilos y lectores nos han llevado a realizar variadas comparaciones con relación al célebre acceso de ficción.

Looper –estrenada en 2012, dirigida por Rian Johnson, y protagonizada por Joseph Gordon-Levitt, Bruce Willis y Emily Blunt– es la más reciente de la lista. Contrariamente a los demás filmes que hemos visto, en este, el túnel reproduce por lo menos vagamente a aquel primigenio paso descrito por Leinster.

No podemos dejar de señalar que los creadores literarios compatriotas son también usuarios de la famosa vía; por lo menos conocemos dos narraciones de reciente data: la de María Eugenia Garay, titulada exactamente igual que la obra de Leinster, El túnel del tiempo, publicada por Criterio Ediciones en el 2005, cuyos personajes viajan en una máquina del tiempo, a través del túnel del tiempo, por diferentes episodios históricos; y la de Nelson Aguilera, Karumbita la patriota, del 2010 con el sello Alfaguara; los personajes de esta última se ubican en una máquina del tiempo inmóvil que funciona como un túnel y luego “aparecen” en el año previamente establecido.

Todo esto nos da muestras de la permanente vigencia del pasadizo virtual y nos induce a pensar que en el futuro será tan requerido como en el presente.

El primer túnel del tiempo: algunos detalles

Los personajes principales de la entretenida novela de Leinster son los típicos “buenos”; los mueve exclusivamente su afán de conocimiento y su voluntad de “quebrar” una serie de hechos que en el futuro conducirían a una guerra atómica que los lleva a aventurarse en el cruce del “hueco”.

Ubicado en la localidad aledaña a París, St. Jean-sur-Seine –donde había una fundición que forjaba cañones para Napoleón, hasta que fracasó y fue abandonada–, el túnel estaba estructurado a base de hierro, porque “dejaron un cañón en el molde en que había sido fundido”. “Había una especie de hoyo más allá de la puerta. Tenía la altura de un hombre y casi tan amplio como el propio quicio. Unos cuantos escalones sobresalían del polvo. En el marco mismo había un conmutador con cables que conducían a algún lugar. Estaba conectado. A un lado de la cueva emergía una masa de hierro enmohecido. Se la podía identificar como un cañón de seis libras, el morro hacia arriba, sin el extremo cortado que era el paso siguiente, en la fundición, después del moldeado. Había quedado abandonado…”. (p. 49).

Las dimensiones del conducto, según las expresiones de su constructor, el Prof. Henry Carroll, catedrático “de la Universidad de Brevard”, son de “160 y pico de años y algunas semanas, días y horas de extremo a extremo”.

Cómo construir un túnel del tiempo

“No hay modo de construir un túnel del tiempo… a menos que conozcas un metal que no haya sido conturbado desde que se solidificó, luego de estar fundido”, dice el Prof. Henry Carroll (cap. XI, p. 179), que construye no uno, sino dos túneles del tiempo –el segundo hecho a base de plomo y de apuro por la destrucción del primero– antes de que la historia concluyera con felicidad.

Exitoso casi olvidado

El nombre de Murray Leinster está inscrito entre los de los grandes cultores de la ciencia ficción que lograron el ingreso de este género –considerado mucho tiempo como marginal– al gran mundo literario a fuerza de originalidad y talento, como Isaac Asimov, Ray Bradbury, Samuel Delany, Philip K. Dick… Las creaciones del autor de El túnel del tiempo son notablemente singulares y han quedado asentadas en la tradición literaria universal, aunque, como les ha sucedido a algunos creadores, pocas veces sus exitosos inventos evocan su nombre.

En el SF Site (The home page for Science Fiction and Fantasy, www.sfsite.com/home.html), se afirma que, indudablemente, la obra El túnel del tiempo, de Murray Leinster, sirvió de base a la serie de tevé guionada por Irving Allen y que, además, aquel noveló los episodios televisivos y los publicó con el título de Tunnel throug time.

En tanto que en www.compartelibros.com se lee lo siguiente:

A Murray Leinster hay que hacerle cierta justicia puesto que aunque su obra no es muy interesante, en ella se encuentran algunas curiosidades: en Atentado a los EE.UU. (firmada como Will Jenkins y publicada en 1946) nos presenta un ataque terrorista contra los Estados Unidos, un aviso del 11-S, por decirlo así. Su relato Un lógico llamado Joe, publicado también en 1946 y con la misma firma de Will F. Jenkins, pero reeditado siempre como Murray Leinster, está considerado el primer relato de ciencia ficción en el que encontramos algo muy parecido a lo que hoy es internet (y que por lo visto no se le ocurrió a nadie, ni antes ni después de él: justamente, por eso, Leinster se ha convertido en un clásico; modesto, pero clásico). Una de sus novelas ha dado lugar a un premio dedicado a obras sobre ucronías. Son curiosidades de un autor prolífico, esforzado, sencillo, que escribió con el ánimo de entretener a lectores que buscaban simplemente esparcimiento, y lo consiguió. Su relato Equipo de exploración ganó un Premio Hugo en 1956.

Había nacido en Norfolk (Virginia), en 1896 y falleció en 1975.

En su extensa carrera literaria, Leinster recibió relevantes galardones, aparte del Premio Hugo, el Liberty (1937), un retro-Hugo (1996) a la mejor novela corta por First Contact y fue pionero en la creación de tópicos del rubro ciencia ficción, entre ellos de la expresión “first contact” y el tema de los universos paralelos.

Numerosos artículos destacan el carácter pionero del autor en cuestión en diferentes ítems. En esa línea, en El posalibros blog –el blog de Toniluro, Mataró, Barcelona– se lee: “Leinster aportó un buen número de ideas originales que abrieron nuevas puertas en el género de la ciencia ficción”, a la vez que enfatiza que “a pesar de su amplia trayectoria y su buen hacer, Murray Leinster es hoy día un autor totalmente olvidado por editores y lectores”. En tanto que la archipopular Wikipedia lo cita como adelantado en la visualización de la futura internet; en la entrada correspondiente a la “Historia de la World Wide Web”.

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