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La muestra de obras de Edith Jiménez que Verónica Torres Colección de Arte expone en el Paseo de las Artes del Shopping Mariscal, está intencionalmente organizada para sugerir una visita al taller de la artista: un retrato de Edith, su paleta, sus pinceles y hasta una matriz se encargan de sobreponer a la evidencia de que se está en un espacio público muy concurrido, la sensación de estar ingresando, como un invitado, en la intimidad de su lugar de trabajo.
Este artilugio de ambientar la exposición como si fuera un taller consigue dar unidad a una muestra integrada por obras muy variadas en técnicas y estilos, casi todos los que definieron los diversos aspectos de su obra plástica, y que además abarcan un amplio espacio de tiempo, que va desde los años cincuenta hasta finales de los ochenta. En cierto sentido, se trata tanto o más de un homenaje afectuoso y personal como de una exposición antológica del trabajo de Edith.
Allí están representados los grabados de grandes círculos, finamente texturizados, que parecen tener vida y movimiento propios; allí están presentes las pinturas con una magistral paleta de colores atenuados, vaporosos, que se superponen, enfatizándose unos a otros y sin jamás generar una estridencia; allí conviven las abstracciones con la figuración; allí ocupan su espacio los laboriosos grabados sobre madera en bruto, rodajas de troncos que, engañosamente, parecerían ser del todo naturales, si no fuera porque la magia del arte de las gubias de Edith hace que sintamos como si nos estuvieran mirando con los ojos tristes y acusadores de inocentes víctimas del ser humano.
Una mención aparte, por ser quizás una etapa menos conocida que el resto de la obra de Edith Jiménez, merece una serie de grabados en blanco y negro y pequeño formato que realizó durante su estancia en Brasil, que son minúsculas joyas de delicadísima factura, que juegan con la desdibujada frontera, tan a menudo visitada por la artista, entre lo figurativo y la abstracción.
Parece ocioso elogiar las cualidades, tanto técnicas como creativas, y la calidad artística de los trabajos de Edith Jiménez, que es una de las más indiscutibles e indiscutidas figuras del arte contemporáneo paraguayo y que, además, en mi opinión personal, poseyó en alto grado una de las cualidades más difíciles de encontrar en el mundo del arte: una autocrítica intransigente, que hizo que prácticamente todo cuanto llegó a mostrar al público de su trabajo tuviera un altísimo nivel de excelencia.
Parece ocioso elogiar a Edith, pero quizás sea necesario, debido a la creciente tendencia de nuestro mundo a cultivar más el olvido que la memoria, a valorar más lo nuevo que lo excelso, a preferir lo llamativo a lo impecable.
Esta exposición, este homenaje afectivo, que es también una mirada panorámica a una larga y productiva trayectoria a través de una antología de trabajos de diversas épocas y técnicas, retrata sin duda la obra de una artífice técnicamente impecable y refinada: una maestra del color y de las texturas. Pero Edith fue mucho más que eso, fue una gran artista de inagotable y variada imaginación creadora. No tienen que creerme: dense una vuelta por su taller, que, en estos días, está instalado en el pasillo de un Shopping, al alcance de todas las miradas.
angell.luis@gmail.com