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Amadeo expone sus trabajos desde no hace mucho tiempo. Recientemente había mostrado una colección de fotografías en blanco y negro que tomaban como tema de su mirada las puertas y balcones de casas antiguas. A través de algo tan sencillo y elemental, captaba un mundo de soledad y abandono, a veces de misterio insinuado en el hueco oscuro dejado por una puerta o un balcón entreabierto. En este caso, el trabajo de Amadeo da un giro sustancial. Abandona lo urbano por lo rural, y cambia la arquitectura deshabitada por seres humanos, que en este caso afrontan un doble problema: son seres marginales y además fueron desplazados de los territorios que habitaron desde tiempo ancestrales.
El objeto del trabajo gira en torno a la historia del pueblo Enxet, comunidad indígena que perdió todas sus tierras debido a la especulación de las tierras del Chaco que comenzó en 1885, fecha en que comienza el proceso de venta de grandes parcelas a especuladores extranjeros. Para 1946, catorce propietarios habían comprado más de siete millones y medio de hectáreas en latifundios de más de cien mil hectáreas cada uno. La tierra -dice un escrito de Tierraviva- no sólo fue vendida sin permiso de sus dueños originarios, los indígenas, sino con ellos dentro... En el caso concreto del pueblo Enxet, todo su territorio había sido ocupado, en 1950, por nuevos propietarios.
En otra parte del escrito de Tierraviva se lee: Antes de eso, los indígenas Enxet eran independientes y soberanos. Vivían en comunidades y practicaban una economía de subsistencia diversificada, basada en la caza, la recolección, la pesca, el pastoreo y la agricultura en pequeña escala.
A pesar de esta situación dramática, expuesta de manera tan simple y directa por la ONG, las fotografías de Amadeo Velázquez de ninguna manera traslucen la tragedia de un pueblo expulsado de sus tierras (como suele suceder con las fotografías de Sebastião Salgado). Por el contrario, sus imágenes traducen la dignidad de un pueblo que, a pesar de haber sido golpeado por la adversidad, desde hace más de un siglo, no se ha dejado doblegar en su espíritu.
En las fotografías no hay sensacionalismo, ni golpes bajos, ni efectismo barato ni amarillismo. Son imágenes llenas de humanidad y de respeto hacia la persona fotografiada, una actitud difícil de encontrar ya que el hombre blanco, en presencia del indígena, pocas veces llega a asumir, con autenticidad, el rol que le corresponde. Amadeo Velázquez lo ha logrado, cámara fotográfica de por medio.
Y, por último, un acierto que hay que subrayar: la actitud de Tierraviva al realizar este calendario recurriendo a un fotógrafo de excelente nivel y el respeto que demuestra hacia la obra ajena, algo que se está comenzando a ver, muy raras veces, es cierto, pero lo estamos comenzando a ver.
Clorindo Mallorquín