El Río de la Plata, la Confederación Argentina y Paraguay

Un libro totalmente agotado por años fue el publicado sobre nuestra región por el capitán Thomas Jefferson Page, comandante del “Water Witch”, el pequeño vapor que casi llevó a la guerra al Paraguay y los EE. UU. en 1859. Su traducción en español, que será presentada esta semana, promete ser la sensación bibliográfica de los últimos tiempos.

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La traducción al castellano del voluminoso libro del capitán de corbeta Thomas Jefferson Page, titulado El Río de la Plata, la Confederación Argentina y el Paraguay (Londres: 1859) la realizaron en Paraguay, Ricardo Caballero Aquino y Guido Rodríguez Alcalá, bajo la dirección de Lorenzo Livieres Banks. El libro será presentado el próximo 2 de mayo, a las 19.30 horas, en el Centro Cultural Paraguayo Americano. El libro apunta a una sola, simple y contundente conclusión posible: enorme tristeza y casi desazón por los últimos siglos y medio de oportunidades perdidas para el desarrollo de un potencial rico, pero esquivo, tiempo que debe ser sumado a trescientos años de dominación española retrógrada, antieconómica, que transfirió todo el Medioevo a nuestra región, situación que dos siglos de independencia política hasta ahora ha sido incapaz de remediar.

El capitán Page emprendió su tarea científica de relevar los trazados cartográficos, medir coordenadas geográficas y evaluar el potencial de la región para el comercio y la inmigración a bordo del célebre vapor a rueda de paletas Water Witch, munido de un mandato específico de su Gobierno, además de instrumentos de precisión, equipos de daguerrotipo, tripulación técnica capacitada y un par de obuses Howitzer de pequeño calibre, que fueron mucho más útiles como brújula, al extraviarse el comandante en la espesura chaqueña una tarde donde pudo descubrir que incluso a plena luz del día todos los árboles son iguales y, por lo tanto, pésimas referencias de orientación. Los obuses, no obstante, cumplían otra misión, convertían al pequeño vapor en nave de guerra norteamericana para poder regirse por un código internacional especial.

LOS ERRORES DEL SISTEMA REGIONAL

Con la precisión de un cirujano, Page desnuda y relata desde un principio las falencias y errores persistentes del sistema regional. Y comienza precisamente cuestionando a la Reina del Plata, Buenos Aires, revelando el hecho de que su preeminencia comercial le debe más a lo militar que a lo estrictamente económico. En efecto, el Gobierno que controle la isla de Martín García se adueña del canal de navegación oceánica del Paraná y el Uruguay y puede imponer su voluntad, su capricho a los estados y provincias interiores.

En otras palabras, el solo uso del puerto de Buenos Aires tuvo siempre la peculiaridad de incrementar costos, desde la imposibilidad de la descarga directa de mercaderías por carencia de aguas profundas –desembarcadas en penosos viajes anfibios en carretillas donde frecuentemente las cargas terminaban sumergidas por efecto indistinto del viento o el oleaje o una mezcla de ambos. Pero el Gobierno de Buenos Aires controlaba la isla de Martín García, con lo que bastaba para infligir hegemonía al resto. La irónica historia de Buenos Aires es la de un centro comercial con prácticas perfectamente reñidas con el libre comercio. El sistema monárquico mercantilista de monopolios en asociación con mercaderes paniaguados tuvo larga duración.

Nada en el voluminoso texto de Page es tan patético como la interminable cadena de conservadurismo obsesivo, errores económicos y prácticas pertinaces fiscales destructivas que caracterizaron el sistema gubernativo de Carlos Antonio López, a quien personalmente entrevistó y trató en varias ocasiones. La tarea de aniquilar el comercio –hasta hoy fuente principal de la riqueza de las naciones- ya la había iniciado el doctor Francia con su obcecado dislate de creer que, al prohibir la provisión de yerba paraguaya a brasileños y correntinos, los estaba condenando a un castigo bíblico. Dicho despropósito lo único que logró en una generación fue sustituir en el gusto de la gente la superior, pero inalcanzable, yerba paraguaya por la a todas luces inferior –hasta el presente- yerba cultivada o el café.

NEGATIVA A UTILIZAR LOS RÍOS

Otro de los egregios desatinos de López fue el de concentrar el transporte internacional del comercio paraguayo en Asunción hasta donde debían venir por tierra, a costo extra en dinero y tiempo, los productos del campo. La negativa a utilizar los ríos interiores para abaratar precios y ganar tiempo, justificada únicamente quizás en la mayor facilidad de recaudar impuestos con el establecimiento de una sola aduana, castigaba al comercio, a los comerciantes y, sobre todo, a los productores rurales. Page no era ajeno a ello y sus observaciones son condenas a la política de López:

Villarrica está equidistante del río Tebicuary, al este, y su tributario el Tebicuary miní, en el oeste. Su ubicación es pintoresca, estando rodeada de planicies fértiles, mientras que al este y al oeste hay una sierra de montañas bajas cubiertas de bosques nobles. Tiene alrededor de dos mil habitantes, y es el depósito principal para toda la producción de las regiones vecinas. Esta es adquirida por los comerciantes y embarcada a Asunción en carretas de bueyes a una tasa de 12 ½ centavos la arroba. Cada carreta lleva cien arrobas, y toma veinte días para completar el viaje de ida y vuelta a la capital, sin que se permita detenerse ni allá ni en el camino. Debido a estas cosas vergonzosas, y a las exacciones y monopolios del Gobierno, los recursos de esta región no se han desarrollado.

Para Page, Villarrica es pobre porque el gobierno de López la condena a serlo. Esas onerosas carretas podían fácilmente ser sustituidas por el transporte fluvial.

Treinta millas río arriba de Pilar se descarga el Tebicuary en el Paraguay en la orilla izquierda. Nace en las serranías del centro de Paraguay, y corriendo hacia occidente atraviesa algunos de los distritos más populosos y fértiles del país. Podría, a un costo casi nominal, volverse navegable todo el año para vapores de dos pies de calado. Los principales productos del interior, maíz y tabaco, ahora transportado en carretas de una tonelada y media de carga cada una, podrían ser enviados a la capital en vapores con capacidad de cincuenta carretas en la mitad del tiempo y a un tercio del costo.

Page recurre a la metáfora de la carreta a bueyes para describir su velocidad y su efectividad pragmática como medio favorito de López para ganarse la vida, que en nada varió de la manera en que los bienes eran transportados de feria en feria durante la Edad Media europea. López nunca fue un “modernizador”.

EL BRAZO LARGO DEL GOBIERNO

López sabía exactamente dónde se encontraba la riqueza que él deseaba acumular y hasta ahí extendía el brazo largo de su gobierno. Nadie, ni siquiera el paraguayo bajo López, trabaja para perder, a menos que se le obligue a ello por métodos coercitivos. Por ende, en libertad, la gente elige ser pobre antes que ser explotada.

Era la aplicación práctica de la oferta y la demanda y su incidencia en el precio. Si ello no fuera suficiente, los paraguayos de la época recibieron otro efecto “shock” en materia de algodón. Page nos lo relata con el pragmatismo de siempre:

En la época de Francia, el algodón era cultivado extensivamente para consumo doméstico. Yo vi solo unas pocas plantas, de dos o tres años; porque desde que se abrieron los ríos en 1852, el artículo fabricado en el exterior encontró camino hasta estas regiones interiores, y la gente ya no va a pagar setenta y cinco centavos la yarda por la tela local cuando que pueden adquirir la tela importada por diez. Así es el comercio, incluso en el Paraguay.

El Presidente López

El presidente Carlos Antonio López aparece en la narración de Page como una persona astuta, políticamente más hábil que argentinos y brasileños, pero inescrupuloso, capaz de recurrir a trampas, tramoyas y trucos con tal de dejar intacta en los habitantes la percepción de su poder omnímodo, allende las fronteras nacionales. Manipulaba a su pueblo a discreción. De hecho, ofendido por el accionar de unos allegados al cónsul norteamericano Hopkins, inició una campaña ostensiblemente antiextranjera, pero en realidad específicamente antinorteamericana que culminó en la tragedia del incidente del Water Witch del 3 de febrero de 1855 cuando la paranoia de una inexistente potencial agresión norteamericana culminó en los cañonazos desde el fuerte de Itapirú, cuando el buque agredido se encontraba en el canal principal de un río internacional.

Los norteamericanos, por supuesto, apresuraron el desenlace fatal al rechazar al comandante ocasional, el novato teniente Jeffers, la comunicación de la guardia paraguaya, “por no estar escrita en inglés”.

El propio Page se encargó de que una represalia militar contra el Paraguay tuviera lugar en 1859 cuando una gran expedición punitiva norteamericana estuvo a punto de ocasionar daños a la flota paraguaya y quizás a la capital. De ella se salvó el país solamente gracias a la mediación del capitán general Urquiza y a la sensatez de López que sabía claramente hasta dónde podía tensar la cuerda con las potencias extranjeras. En varios pasajes, Page elogia sin tapujos al entrerriano Urquiza, que había abierto los ríos a la navegación internacional y adoptado una Constitución liberal en 1853. Urquiza, de paso, es el gran estadista a quien el Paraguay debe un homenaje por ser el responsable directo de la conclusión de medio siglo de trato de “Provincia Rebelde” de la Confederación Argentina bajo las distintas denominaciones que el Virreinato del Río de la Plata asumió desde la retirada de los españoles.

La opinión de Page sobre López fue ante todo pragmática: “Yo estaba al tanto de las falencias de su sistema político, pero incluso ese era mejor de lo que yo había anticipado antes de ingresar al país. Mi papel en el país no era el de regenerador”. Sin embargo, deplora con frecuencia la autocracia reinante y sus comentarios sobre el acontecer político son muy agudos.

UN VALIOSO APORTE PARA LA COMPRENSIÓN

El libro presente tiene un valioso aporte para la comprensión de la evolución histórica de la Cuenca del Plata. Aparte del descubrimiento del nuevo canal en el Plata, Page también exploró los ríos interiores para relevar su capacidad de sostener transporte fluvial, fuese en el Bermejo o en el Salado que iba a finalmente abrir el noroeste argentino. Algunas de sus anotaciones suenan anacrónicas, pero en la época hubieran tenido gran contribución para el progreso económico. Su perplejidad ante un machismo sencillamente ridículo en cuanto al uso de yeguas en las ex colonias hispanas:

“Las yeguas no valían más que cincuenta centavos la cabeza, habiendo un absurdo prejuicio contra su utilización, aun como bestias de carga; y un hombre montado en una crearía una gran sensación e incitaría tanto ridículo como un señorito sobre un burro en una de nuestras avenidas de la moda”.

Por supuesto que en materia caballar, la yegua tiene el mismo valor de trabajo o como montura que el macho. El prejuicio de aquel entonces parecería simpático si no fuera contrario a todo principio económico.

Una anécdota inconclusa agrega atractivo al relato. Se trata de la invitación al sabio Aimé Bonpland, ex prisionero de Francia por una década. Este había aceptado ser parte de la exploración del Paraná, pero el incidente de Itapirú restó continuidad a esa parte de los trabajos.

Como suele ocurrir con los buenos libros de historia, el autor cree estar relatando cosas a un pasado remoto, pero en realidad el mensaje universal, real y certero pareciera estar más bien dirigido a la contemporaneidad del lector ocasional de todos los tiempos. En materia económica, los países que han progresado lo hicieron en libertad; el exceso de injerencia gubernamental, aunque se la disfrace de socialismo de siglos futuros, no es sino la aplicación anacrónica de la dictadura de ayer que en todos los casos terminó en la pobreza de hoy. El Page del siglo 19, de este modo, creyendo dirigirse a sus contemporáneos, revela cosas sorprendentes de la Argentina, el Paraguay y el Uruguay del siglo 21, tan prodigiosas, de hecho, que ya merecían rescatarse de un libro agotado por más de un siglo, en un idioma no siempre accesible a los interesados.

Ricardo Caballero Aquino
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