‘El pueblo’, de Carlos Saguier: legado e impronta

Con su distanciamiento de los estereotipos nacionalistas propios de la estética oficial del estronismo y con las nuevas propuestas formales de su narrativa visual, la película de Carlos Saguier inauguró en nuestro país una vanguardia estilística cuyos rasgos característicos persisten en la producción de los cineastas paraguayos contemporáneos más importantes, señala este artículo sobre el filme ‘El pueblo’, de 1969.

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El pueblo (1969), del realizador Carlos Saguier, es un hito en la historia del cine nacional. Sus aspectos formales y su narrativa visual inauguraron una vanguardia estilística cuyos rasgos distintivos persisten en los cineastas paraguayos contemporáneos más importantes. Su concepción ideológica, alejada de estereotipos míticos, nacionalistas y triunfalistas, representó una ruptura decisiva con las convenciones con que lo popular o lo campesino se representan en el discurso oficial, aún en nuestros días. La película, acotada a reflejar la vida campesina de taciturna laboriosidad, con la ancestral fe religiosa menguando las dificultades de un existir austero, es un hondo ejercicio de fidelidad. Su reciente proyección en la Fundación Texo el pasado mes de agosto nos brinda la oportunidad de dedicarle unas breves líneas.

El pensamiento del filosofo húngaro marxista Georg Lukács (1885-1971) ofrece herramientas intelectuales para interpretar el filme de Saguier. El pensamiento lukacsiano busca construir una estética marxista, partiendo del materialismo y concibiendo la obra de arte como mímesis originada indefectiblemente, en última instancia, en la realidad material. Este reflejo estético de la realidad en ningún caso debe ser confundido con una simple imitación figurativa de las cosas: es el resultado de un proceso que, conducido por medios idóneos, produce el efecto artístico en la sensibilidad del espectador. Este efecto artístico, a su vez, es consecuencia de la historia, tanto individual como colectiva.

El concepto de mímesis nunca debe ser entendido como una copia mecánica de la realidad, pues el hombre no puede reflejar, por medio de la creación artística, la totalidad de dicha realidad; lo único que está a su alcance es una aproximación a ella mediante el movimiento dialéctico inherente a todas las cosas. La mímesis artística busca los medios capaces de desencadenar la evocación emotiva de los afectos (temor, amor, odio, esperanza, etc.) formados en la interioridad humana en el contexto de un determinado proceso histórico.

En la génesis de El pueblo es posible detectar esta búsqueda de reflejar la realidad en pleno régimen de Alfredo Stroessner. En la década de 1960, un grupo de jóvenes realizadores, Jesús Ruiz Nestosa, Antonio Pecci y Carlos Saguier, constituye el colectivo Cine Arte Experimental, que pretendía articular «la propuesta de una nueva mirada desde el cine hacia la realidad». El pueblo fue dirigida por Saguier, con Pecci como asistente de dirección. Este último, según recuerda María Zaracho Roberti en un artículo publicado en este mismo Suplemento Cultural («El pueblo (1969) y su crítica oficial»), dijo a Saguier: «Vamos al campo, vamos a retratar lo que no somos», palabras que revelan la conciencia de su condición de jóvenes urbanos provenientes de la clase educada capitalina. Estrenada en noviembre de 1969 en el Centro Cultural Paraguayo Americano (CCPA), la película no es bien recibida por el régimen; Mario Halley Mora, en un artículo publicado en el diario Patria, órgano oficial del partido de gobierno, señala que lo que muestra el filme «no es el verdadero pueblo paraguayo». Inmediatamente, ante la reprobación del poder de la época y el temor de una más que posible represión, no se efectúan mas proyecciones públicas, resguardando las copias de la hoguera dictatorial.

El retrato del pueblo campesino 

Filmada en locaciones de Tobatí, Villeta y compañías rurales de Capiatá, la película presenta imágenes, primero en sobrio blanco y negro, de las arduas tareas del campo, el caminar de las mujeres bajo el sol potente que quema la tierra, el trabajo de fabricación de tejas de barro cocido, la alfarería, el lastimero tañer de las campanas de la iglesia del caserío, signo de una fe religiosa, exteriorizada en rezos y cultos colectivos, necesaria en el existir frágil, amenazado por penurias, pobreza y muerte. Rostros duros, ancianas, mujeres prematuramente envejecidas y niños iniciando la difícil marcha de la vida campesina, nos alejan con toda su fuerza de cualquier visión romantizada o heroica del campesinado paraguayo. Todo con un gran manejo de la cámara, del contraste entre luz y obscuridad, planos nadir, generales, dando forma a una potente narrativa visual.

Irrumpe el color en el filme con imágenes de luz solar filtrándose entre ramas de árboles típicos de nuestras campiñas, el colorido edénico de las flores da paso al tableteo de una ráfaga de ametralladora, se repiten obstinadamente las imágenes de una procesión a la salida del templo, las tumbas de un cementerio, todo se tiñe con colores alterados, como en un caleidoscopio, otorgando a las imágenes características oníricas y simbólicas, una categórica denuncia a la represión contra el pueblo campesino. La música, el adagio de la Sinfonía nº 11 (1905) de Dimitri Shostakovich, envuelve la película con su sonido cadencioso y taciturno. No podemos dejar de aclarar que quien esto escribe se refiere a la última y definitiva versión del filme, montada por el director para su reestreno en 2017, exhibida primeramente en el marco del ciclo de charlas del centro cultural Fortín Toledo «Viernes de Turlututu» gracias a la iniciativa del escritor Cristino Bogado en abril de 2017, y después, más cerca en el tiempo, el pasado mes de agosto, en la sala «Carlos Saguier» de la Fundación Texo.

Retomando el pensamiento de Lukács y su noción de realidad material y contexto histórico como ineludible fuente de lo artístico, no es ocioso recordar los hechos históricos que enmarcan el encuentro de aquellos cineastas vanguardistas y el campesinado postergado, en el contexto de la común resistencia a la autocracia del general Alfredo Stroessner.

En junio de 1969, visitaba Paraguay, en misión encomendada por el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, el gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller. La presencia del emisario indefectiblemente asociado a la hegemonía norteamericana y, en el caso del Paraguay, al rol de la petrolera, propiedad de la familia Rockefeller, Standard Oil Co (hoy Exxon Mobil) en la guerra del Chaco contra Bolivia, motivó manifestaciones y barricadas estudiantiles cuyos epicentros fueron las facultades de ingeniería y medicina de la Universidad Nacional de Asunción y los colegios Goethe, Cristo Rey y Nacional de la Capital. Las manifestaciones se saldaron con una violenta represión policial y con varios estudiantes encarcelados y procesados. Por esas mismas fechas comienza una de las experiencias sociales más interesantes de autogestión de los productores de agricultura familiar campesina, las Ligas Agrarias, que apuntaban a la explotación comunal, la reivindicación de los derechos de propiedad de las comunidades sobre la tierra, la autarquía económica y la redistribución de los ingresos mediante cooperativas. Apoyadas por sacerdotes católicos comprometidos con las reivindicaciones populares, vistas desde el principio como «comunistas» por el gobierno, serán acosadas primero y reprimidas a sangre y fuego en la década siguiente. Así, la interpretación que El pueblo hace de la existencia campesina paraguaya como perenne y trabajosa jornada siempre en riesgo de ser definitivamente suprimida responde a su momento histórico y se extiende hasta nuestros días, cincuenta años más tarde.

Película fundacional del cine paraguayo contemporáneo 

El pueblo confiere a la cinematografía nacional un legado de compromiso con la redención de los desposeídos, postergados y explotados, un claro posicionamiento de resistencia al autoritarismo dictatorial. Estilísticamente, se reconoce en nuestros mejores cineastas actuales el rastro de esa cámara sincera y despojada de artificios, que refleja la austeridad cotidiana de la inmemorial vida campesina en Paraguay, así como la indiferente naturaleza del paisaje, de bella sobriedad en ocasiones y exuberante despliegue en otras, en el que se refleja nuestra ilusión de existir. Con sus diferencias, Paz Encina, Marcelo Martinessi, Arami Ullón, Renate Costa, entre otros, son continuadores del acto inaugural que fue la película de aquellos jóvenes de cinco décadas atrás.

gustavoreinoso1973@gmail.com

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