El nazismo y la represión al arte y a la cultura

Regresa el símbolo del nazismo en las paredes, en coincidencia con la reaparición del stronismo, cuyos seguidores, sin que nadie les preguntase, se apuraron en negar la autoría de tales inscripciones. Tal vez no lo sean, pero recordemos que los stronistas nunca reconocieron sus actos degradantes. Entre ellos, la represión al arte y a la cultura.

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Hoy nos toca mencionar las actividades teatrales. Como toda dictadura apoyada en la ideología y en los procedimientos del nazismo, Stroessner acosó sin descanso a las manifestaciones artísticas que no coincidían con su pensamiento autoritario.

Obra en el “Archivo del Terror” un informe -seguramente de los muchos que sobre el tema teatral produjo el Departamento de Investigaciones de la Policía- acerca de la puesta en escena en el Arlequín Teatro, en marzo de 1984, de “Las Troyanas”, de Jean Paul Sartre. Después de afirmar que el autor es comunista, y que “toda la obra es un panfleto contra el orden, la disciplina, el soldado y la ley” y que con ella se hace “libremente una cátedra de la subversión entre los estudiantes”, se pidió que intervenga el Ministerio de Educación. Unos días después de su estreno, la Policía anotó el número de las placas de los vehículos, mientras dos funcionarios de Investigaciones se plantificaron a la entrada del teatro. Ambos gestos tenían la intención de espantar al público y hacer que la sala estuviese vacía. Doce años antes, la Policía había impedido el estreno de otra pieza histórica, “Rómulo Magno”, del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt. Clausuró el teatro y deportó al director del elenco.

En todos los órdenes el stronismo actuaba, no como administrador de la cosa pública, sino como su único dueño. El sentido de la propiedad aparecía hasta en los hechos más anodinos. En febrero de 1977, el director del Grupo Gente de Teatro, Gustavo Calderini, preguntado en un programa de televisión acerca de las condiciones materiales del Teatro Municipal, dijo lo que todo el mundo sabía: que estaba cayéndose a pedazos. Inmediatamente recibió, como los demás miembros del elenco, la prohibición de hacer temporada en el Municipal.

La explicación que dio a la prensa la directora de Cultura de la Municipalidad, Leonarda Páez de Virgili, fue que Calderini “no hizo otra cosa que hablar mal de nuestro primer coliseo por televisión. Y como él dijo que en el Municipal no se puede trabajar porque los camarines son sucios, que son malolientes y que los artistas no tienen comodidades, pienso que no le afectará dejar de trabajar allí (...) Como teníamos que eliminarle a alguien, pues eliminamos al grupo de Calderini, que por lo visto trabajó con desagrado en este teatro”.


UNA TRAGEDIA MATIZADA CON MÚSICA Y DANZA

La obsesión del stronismo por el “país divino” -expresión de Sotero Ledesma, secretario general de la Confederación Paraguaya de Trabajadores (CPT)- alcanzó también a las obras de ficción, que debían apartarse de todo cuestionamiento capaz de hacer pensar al espectador y de toda imagen que recuerde la existencia de problemas. En 1972, el Elenco Municipal de Teatro, dirigido por Manuel E. Argüello, estrenó en el Teatro Municipal “El grito del luisón”, como parte de los festejos de la Comuna en el aniversario de la ciudad de Asunción. Como era de rigor en una “función de gala”, asistió Stroessner como invitado del Intendente Municipal, el general Manuel Brítez. La pieza tiene dos actos, pero el dictador se retiró apenas concluida la primera parte. Y con él, todas las demás autoridades nacionales y municipales, civiles, militares y eclesiásticas. La acción de la obra se desarrolla en un apartado sitio del interior, rodeado de selva. El protagonista es un confinado al que los pobladores le dan muerte atribuyéndole los males del pueblo por ser el séptimo hijo varón. Al día siguiente de la asistencia presidencial, hubo cambios en la representación, dispuesta por la Dirección de Cultura. Antes del inicio de la obra, a telón cerrado, se leyó un texto que explicaba a los espectadores que lo que iban a ver son escenas de muchísimos años atrás, cuando el país no tenía caminos, ni hospitales, ni escuelas; antes de que el gobierno del general Stroessner trajera la revolución del progreso en toda la República. La otra modificación se introdujo al final de la obra. Para desconcierto de todos, aparecieron en escena la banda y el ballet folclóricos municipales con la interpretación de unas briosas polcas. La explicación fue que el denso drama teatral “es muy triste” y hay que estimular el ánimo del público con la música y con la danza.


CENSURA PREVIA POR ORDENANZA

La Ordenanza del 14 de abril de 1975 de la Junta Municipal de Asunción impuso la censura previa a los textos teatrales, pese a la Constitución que la prohibía. De su cumplimiento, se encargó la comisión de Moralidad y Espectáculos Públicos.

Para noviembre de 1982, estaba anunciado el estreno de “Ñorairõ opa rire”, de Antonio Escobar Cantero, por la compañía de Teresita Pesoa, que la venía ensayando desde hacía meses. Recién en diciembre se expide la presidenta de la comisión respectiva, Carmen Cáceres de Thomas, que la prohíbe porque “la obra no está acorde con la realidad nacional”. Agregó: “Una corriente de opinión de base falsa podría conducir a situaciones de desorden y descontento general, a una rebelión, subversión (sic) creadas por personas interesadas, que obedecen a un plan político y a un propósito preconcebido a intereses extraños a nuestra realidad...”.

Esta interpretación, puramente policiaca, aparentemente nada tenía que ver con una comisión supuestamente encargada de vigilar que un espectáculo público no sea pornográfico. Pero el stronismo no iba a perder la ocasión de revelar su índole autoritaria ante la más mínima señal de independencia ideológica. Si quería verla escenificada sin contratiempos, el dramaturgo tenía que hacer coincidir su obra con “la realidad nacional”. Es decir, con el criterio que de ella tenía la dictadura.

En abril de 1978, el grupo Aty Ñe´ê llevó a escena “Mascarada en río revuelto” en “La Farándula”, sala ubicada en el segundo piso de la estación del Ferrocarril Central del Paraguay, convertida en un pequeño teatro por Edda de los Ríos, con el apoyo de un público ansioso de nuevos espacios. Fue además la opción para las actividades artísticas ante la escasez de salas. “Mascarada...” fue una adaptación de “Volpone”, del clásico inglés Ben Johnson. Desde su estreno recibió los aplausos del público y de la crítica. Todo iba bien hasta que el diario “Patria” –vocero de la dictadura, dirigido por Ezequiel González Alsina-, al mencionar al grupo Aty Ñe´ê recordó unos recientes sucesos políticos como la Organización Política Militar (OPM) “que se batió a tiros con la policía”. Mencionó igualmente a las Ligas Agrarias de Jejuí, “una experiencia seudocristiana y claramente marxista”, y a un “maestro español que trató de introducir en Misiones el marxismo en la escuela primaria”.

Al poco tiempo, la administración del Ferrocarril canceló el contrato con Edda de los Ríos y la sala volvió a ser un depósito.

En los comienzos de los años 70, la compañía de Héctor de los Ríos llevó a escena “El diario de Ana Frank”. El notable éxito de público y de crítica obligó que se extendiese la temporada, máxime porque inmediatamente después no había otro elenco en el calendario teatral. Pero se trajo a la disparada a un grupo que en otra sala representaba una obra sin público. Era al sólo efecto de arrinconar una pieza marcadamente antinazi, con una puesta inteligente y digna. Don Héctor de los Ríos, herido por el manoseo, se retiró para siempre del Municipal.

Con el antecedente de “Ana Frank” y de otras manifestaciones similares ¿vamos a creer a los stronistas que no son ellos nuevamente los que ensucian las paredes con mensajes nazistas?
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