El mulato que amó el mar: Derek Walcott (1930-2017)

En la isla de Santa Lucía –según la fama, una de las más hermosas del Caribe–, al sur de la Martinica, nació y, el pasado viernes 17 de marzo, murió el poeta Derek Walcott.

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Walcott estudió el bachillerato en el St. Mary’s College de su isla natal, y literatura en la Universidad de West Indies, en Jamaica. En 1953 se mudó a Trinidad, donde trabajó como crítico de teatro y de arte hasta que obtuvo una beca de la Fundación Rockefeller para estudiar en Nueva York. Seis años después, volvió a Trinidad y, con su hermano gemelo, Roderick, fundó el Trinidad Theatre Workship, con el que montó sus primeras obras. Después de ser profesor en distintas universidades del Caribe, a principios de la década de 1980 se mudó a Estados Unidos, y enseñó Arte Dramático y Literatura en la Universidad de Boston. Entre sus obras dramáticas están Harry Dernier (1952), Dream on Monkey Mountain and other plays (1970) y Remembrance and Pantomime: two plays (1980). Como ensayista, ha escrito sobre autores como Lowell, Brodsky, Frost y Césaire. Su autobiografía en verso, Another Life, es de 1973. Su libro de poemas The Arkansas Testament, de 1987, fue traducido en España por Antonio Resines y Herminia Bevia. Su poema «El mar es historia», así titulado en la traducción de Rafael Vargas, apareció en la revista mexicana Vuelta, dirigida por Octavio Paz, en 1987. La antología Islas, traducida por José Carlos Llop, se publicó en España en 1993. Entre sus últimos libros, Garcetas blancas fue traducido al castellano por Luis Ingelmo para Bartleby.

Era mulato y nieto de esclavos, hijo de negra y de inglés –un pintor que falleció cuando Roderick y él eran niños–, y su amor por la lengua inglesa no excluía los conflictos con la historia colonial. Dice el poema «Ruins of a Great House», de 1956:

«Ablaze with rage, I thought some slave is still rotting in this manorial lake, And still the coal of my compassion fought: that Albion too, was once A colony like ours».

(«Ardiendo de rabia, pensé que algún esclavo aún se pudriría en este lago señorial, y aún el carbón de mi compasión luchó: que Albión también fue una vez colonia, como nosotros»).

Walcott desarrolló su herramienta lingüística hasta apropiarse con soltura de la dicción de sus maestros –Tennyson, Yeats, Robert Lowell, los isabelinos, entre otros–, pero su discurso poético imbrica al menos tres lenguas –y, con ellas, tres culturas–: el inglés, los dialectos africanos llegados a Santa Lucía con los esclavos y el holandés, en un proceso de reconstrucción no solo verbal, sino también histórico. Así, dice Shabine, narrador en primera persona de su poema «El vuelo de la goleta», «The Schooner Flight», de 1979:

«I’m just a red nigger who love the sea,

I had a sound colonial education,

I have Dutch, nigger, and English in me,

and either I’m nobody, or I’m a nation».

(«No soy más que un mulato que ama el mar.

Tengo una robusta educación colonial.

Tengo en mí al holandés, al negro y al inglés,

y, o bien no soy nadie, o soy una nación»).

Curiosamente, Derek Walcott se dio a conocer como pintor antes que como escritor, y la pintura marcó su obra literaria desde su primer libro, 25 Poems, publicado en 1948, a los dieciocho años de edad. El título de su temprana recopilación poética de 1962, In a Green Night, publicada en Londres y que reúne textos escritos entre 1948 y 1960, por otra parte, está tomado directamente del verso –muy visual– «like golden lamps in a green night», del poema de Andrew Marvell (1621-1678) «Bermudas», verso en el cual el poeta metafísico inglés «ve» las naranjas brillar «como lámparas doradas en la noche verde» del árbol. Walcott, que no dejó nunca la pintura, reunió sus acuarelas y óleos en el año 2000 en Tiepolo’s Hound.

Walcott siempre estuvo vinculado al mundo académico. Recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Alcalá de Henares en junio de 1994. Fue también profesor de Literatura en la Universidad de Essex. Pero sus versos aluden tan fácilmente a Homero o a Yeats como a Bob Marley.

Bob Marley, de hecho, cruza de principio a fin el poema «The Light of the World» (del libro The Arkansas Testament), poema que lleva un epígrafe del músico jamaiquino: «Kaya now, got to have kaya now, / Got to have kaya now, / For the rain is falling». Se trata de un viaje en autobús que el narrador no quiere que termine. En medio del recorrido, suena en la radio una canción de Bob Marley, y él observa cómo todos los demás pasajeros la tararean en voz baja o siguen el ritmo en silencio. El poema comienza así:

«Marley was rocking on the transport’s stereo

and the beauty was humming the choruses quietly…»

(«Marley cantaba rock en el estéreo del autobús

y aquella belleza le hacía en voz baja los coros…»)

Y, después de algunas decenas de versos, el autobús cruza el mercado...

«…with its grit of charcoal and the litter of vegetables after Saturday’s sales, and the roaring rum shops, outside whose bright doors you saw drunk women on pavements, the saddest of all things, winding up their week, winding down their week».

(«…con su crujido de carbón y la alfombra de basura vegetal tras las ventas del sábado, y los ruidosos bares de ron, ante cuyas puertas de brillantes colores se veían mujeres borrachas en las aceras, lo más triste del mundo, recorriendo a tumbos su semana arriba, a tumbos su semana abajo.»)

Más adelante:

«The bus filled in the dark with heavy shadows

that would not be left on earth;

no, that would be left on the earth, and would have to make out.

Abandonment was something they had grown used to».

(«El autobús se llenó en la oscuridad de pesadas sombras

que no deseaban quedarse en la tierra;

no, que serían abandonadas en la tierra y tendrían que buscarse la vida.

El abandono era algo a lo que se habían acostumbrado.»)

Y Marley suena hasta el final del viaje:

«I was afraid I might suddenly start sobbing on the public transport with the Marley going, and a small boy peering over the shoulders of the driver and me at the lights coming, at the rush of the road in the country darkness, with lamps in the houses on the small hills, and thickets of stars…»

(«Temía ponerme a sollozar de repente en el transporte público con Marley sonando, y un niño mirando sobre los hombros del conductor y los míos hacia las luces que se aproximaban, hacia el paso veloz de la carretera en la oscuridad del campo, las luces en las casas de las pequeñas colinas, y la espesura de estrellas…»)

Walcott, que dejó tres hijos, estuvo casado tres veces y se divorció otras tantas. En la Basílica de la Inmaculada Concepción de su ciudad natal, Castries, en la isla de Santa Lucía, se celebraron el fin de semana pasado sus servicios fúnebres.

Como le sucede en su trayecto nocturno al narrador del poema arriba parcialmente trascrito –poema que trata de una travesía interior y simbólica, por más que sea también, al mismo tiempo, una travesía real–, nadie desea que el viaje de la vida llegue a su destino final, pero todos, antes o después, tenemos que bajarnos en nuestra parada, y dejar la compañía y la luz de que nos rodeaban para adentrarnos a solas en las tinieblas.

juliansorel20@gmail.com

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