El Mago de la Luz

En estos días eléctricos, surcados por ondas lumínicas y sonoras, en estos días de radio y de luz, la emisora radial en funcionamiento más antigua de Paraguay, Cáritas, acaba de celebrar un nuevo cumpleaños y la exposición acerca del hombre que diseñó nuestra época, Nikola Tesla, exposición que recorre ahora el planeta, acaba de abrirse al público en Madrid.

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Todos nosotros, todos los días, vivimos como vivimos, desde que al saltar de la cama por la mañana encendemos la cafetera hasta que al acostarnos por la noche encendemos la luz, porque Nikola Tesla inventó un sistema de generación y distribución de electricidad. Nikola Tesla nació en Smiljan, que era entonces parte del Imperio austrohúngaro, y actualmente lo es de Croacia, la noche del 10 de julio de 1856, durante una tormenta premonitoriamente eléctrica. Llegó a Nueva York en 1884 con algunos centavos y con sus poemas en los bolsillos por toda fortuna y entró a trabajar en el laboratorio de Thomas Edison. Una vez, Edison le dijo que le pagaría cincuenta mil dólares si hacía que los motores de su compañía funcionaran mejor. Meses después, Tesla le presentó los resultados y exigió sus dólares. Edison le respondió esto:

—Tesla, usted no entiende el humor americano.

Y no le pagó. Y Tesla dejó el laboratorio de Edison. Después, Tesla descubrió muchas cosas. Que la energía no solo podía viajar por cables: que estaba en el aire también. Y creó las bases de la energía inalámbrica. Antes de que terminara el siglo XIX, Tesla inventó la luz de neón, tomó las primeras fotografías con rayos X, creó energía hidroeléctrica, se ganó una peligrosa fama de bicho raro, dijo haber escuchado voces de otro mundo (de seres del espacio exterior, barruntó él) e instaló su laboratorio de Colorado Springs. Su sueño era brindar energía y luz gratuitas a todo el mundo, pero nadie veía beneficio económico alguno en ese proyecto, así que no consiguió apoyo y al final tuvo que vender la escritura de su laboratorio para pagar sus deudas. «Yo quería iluminar el mundo entero —diría muchos años después, anciano ya, en una entrevista a la revista Inmortality—. Pero la humanidad no está lista para lo grande y lo bueno».

Tesla no tuvo suerte. El físico alemán Wilhelm Röntgen fue aplaudido por haber inventado los rayos X pese a que ya Tesla había hecho pruebas exitosas. Tesla había inventado ya la radio en 1895, pero Guglielmo Marconi presentó la patente en 1904 y le dieron el Premio Nobel de Física por inventarla. El Tribunal Supremo de los Estados Unidos le otorgó en la década de 1960 la patente a Tesla, pero eso fue posmortem. Pues, huraño y en la ruina, Tesla murió en un hotel de Nueva York el 7 de junio de 1943.

La exposición «Nikola Tesla. Suyo es el futuro», sobre este genio al que Thomas Alva Edison y Guglielmo Marconi arrebataron, respectivamente, los méritos de inventar la electricidad y la radio, hundiéndolo en el ostracismo que caracterizó toda su existencia, después de recorrer medio mundo acaba de a la Fundación Telefónica de Madrid, donde seguirá abierta al público hasta el 15 de febrero del 2015.

El interés masivo, la «moda» de Tesla, surgió en la década de 1980, cuando las «locuras» científicas de este poeta inédito (escribió, pero no publicó) empezaron a ser realidades. Pensemos, por ejemplo, en las mencionadas voces extraterrestres: hoy sabemos que ciertas estrellas –los púlsares– emiten señales de radio. O pensemos en los trabajos de Tesla en robótica, o en transmisión inalámbrica: hoy está claro que solo se adelantó a su época. Y sus diseños de una turbina sin aspas y de una bomba sin parte móvil (modelada a partir de un diodo) intrigan a los ingenieros actualmente.

Tesla es el «científico loco» más pop. Su larga silueta bigotuda recorre películas, videojuegos, cómics, mangas, canciones. Y novelas. En Coffee and Cigarettes, (2004), de Jim Jarmush, Jack White, el vocalista de White Stripes, muestra una bobina de Tesla. David Bowie interpretó a Tesla en The Prestige (2006), dirigida por Christopher Nolan. Alusiones a Tesla aparecen en episodios de series como Criminal Minds y Doctor House. Tesla, con sus dos metros de estatura y su largo abrigo negro, como un prestidigitador eléctrico hace girar esferas metálicas en una mesa en la novela de Paul Auster Moon Palace, y también en ella lanza chispas por las puntas de los dedos. Y cómo no recordar ahora las tres décadas del hit de 1984 de la espléndida banda tecno británica OMD, Orchestra Manouvers in the Dark, «Tesla girls». O ese famoso tema de Handsome Family, «Tesla’s Hotel Room».

La fascinación popular por Tesla es natural: la historia de un genio incomprendido que sufrió injustamente y murió en la soledad y la pobreza siempre ha sido y será muy atractiva para el corazón humano. Precisamente por eso, no son los logros, póstumamente reconocidos, de Tesla los que han terminado cautivando la imaginación y despertando el respeto de la gente, sino sus fracasos. Fracasos heroicos, grandes y nobles fracasos, entrañablemente llenos de valentía, de candor, de generosidad, de extravagancia. Tan buen poeta (aunque nunca, ya lo dije, publicara sus poemas) fue en el arte de pensar lo (im)posible, que hoy cabe la paradoja de añorar aquel futuro que habría podido ser si el genial Nikola Tesla hubiera tenido suerte.

«El presente es de ustedes, pero el futuro es mío». Nikola Tesla (Smiljan, 1856 - Nueva York, 1943.)

juliansorel20@gmail.com

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