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Con una luz cruel pero no engañosa, las ocho décadas que ha recorrido el escritor gaúcho Luis Fernando Verissimo nos recuerdan a la vez que la literatura existe, que el mercado para ella subsiste, que el público lector para ella crece, aunque la buena fortuna literaria sea tan esquiva y tan aviesamente selectiva. El lunes 26, el Brasil celebró, con pompa discreta pero ni parsimoniosa ni desganada circunstancia, los ochenta años de uno de sus mayores escritores de los siglos XX y XXI.
En ningún género literario fracasó o fue débil Verissimo; algunas de sus novelas, como las recientes Borges y los orangutanes eternos (2000) y Los espías (2009), o su libro de cuentos Los últimos cuartetos de Beethoven (2013), están entra las mejores, y más cultas por sus dobles fondos de referencias y alusiones literarias, obras narrativas de la lengua portuguesa reciente, comparables en muchos aspectos a las de su compatriota Rubem Fonseca (n. en 1925). Sin embargo, el de Verissimo es tal vez el primer caso en el cual el mayor escritor nacional, en un período dado de una historia nacional latinoamericana, es ante todo, por el conocimiento que la opinión pública tiene de él, por el juicio que ha pronunciado y por el mero, excesivo número de su producción, descollante en un género que se admite menor, la crónica breve, humorística, suavemente realista, coloquial, semificcional, publicada primero en diarios y periódicos, reproducida como columna «sindicada», y recién después reunida en libros.
EL CRONISTA EMÉRITO
De los más de 60 volúmenes publicados por Verissimo, entre lo que también destacan otros géneros ostentosamente laterales, como los libros de viajes o las historietas (antes de que fueran upgraded a la dignidad de «novelas gráficas»), unos 40 son recopilaciones de crónicas, a veces inéditas, otras veces reorganizadas temáticamente, juntando entre dos tapas primero las mentiras que cuentan los hombres, después las que tratan de contar las mujeres, después sus opiniones de fútbol o música o literatura o buena y mala educación, y por último las grandes delicias y pequeños suplicios (desde su punto de vista) de la vida conyugal hétero (y a veces no tanto), de la política democrática (y a veces ni un poco), del paladar negro (de un santo varón que descree en el pecado de la gula).
Estas crónicas breves tienen muy poco o nada que ver lo con lo que designa esa palabra hoy en Hispanoamérica, donde, cada vez más, se han convertido en un género sectario y hegemónico, redactado por neo-periodistas profesionalmente jóvenes, que narran historias de universos distantes de sus clases medias blancas con un interés voyeur, pero sobre todo narcisista y exhibicionista de sus propias reacciones, de sus imágenes despeinadas con cuidado desaliño, reflejadas en un espejo amoral donde corrección e incorrección políticas se han vuelto indistinguibles. Estas crónicas hispanoamericanas son narrativas de un yo que ha dado pruebas de saber administrarse a sí mismo, desde Ottawa a Ushuaia, en publicaciones ilustradas en papel satinado, editadas por editores que son cronistos Sr.
AH, QUÉ COTIDIANA ES LA VIDA
Aun cuando esas redes también existen y obran en estos días, en Brasil la tradición de lo que se llama crónica es diferente, y, si se aleja de la hispanoamericana, se acerca a la italiana, al elzeviro, un género periodístico que ha sido practicado por –los ejemplos son de calidad pareja pero la elección es arbitraria– Ugo Ojetti, Leo Longanesi y aun Gianfranco Contini o J. R. Wilcock. Crónicas brasileñas y elzeviri italianos son textos breves, que pueden caber en un par de columnas de un diario –muchas veces, la famosa terza pagina–, compuestos en tercera persona, o en la de una primera persona que es involuntario testigo de los hechos que narra: es decir, no ha ido a buscar o investigar lo que vio, lo que por sorpresa, rompiendo las reglas de la cotidianidad, ocurrió en su presencia.
Lo inventado y narrado por el cronista o elzevirita no es cierto, o no lo es necesariamente. Generalmente se trata de una ficción ejemplar, a partir de un hecho concreto, o una generalización empírica. Un diálogo de novios, una infidelidad marital descubierta y perdonada, una conversación en una oficina pública o en un medio de transporte, una disputa entre compañeros de un mismo equipo de fútbol, un intercambio más o menos ríspido entre jefes y subordinados, o entre subordinados a espaldas de los jefes. La resolución es inesperada siempre, pero lo que no es inesperado es que esa solución nunca es trágica, siempre implica alguna forma de reconciliación. La comedia, palabra y título favorito en Verissimo, está menos, o todavía menos, en la comicidad siempre eficaz, que en el hecho de que el marco en el que todo ocurre jamás estalla, jamás se rompe en pedazos.
CITAS CITABLES
Lo estructuralistas decían que el relato es una frase en expansión. Como creían que la literatura era ante todo una expansión de las posibilidades del lenguaje. La crónica puede ser una microcrónica, y convertirse en una cita, pero la relación entre el todo y las partes nunca es armónica, surge de un crecimiento desarreglado, culmina en un asombro, una frustración o una arbitrariedad. El escritor comercial, para su éxito en un mercado massmediático, debe trabajar como factoría de frases recordables, de citas citables, de máximas y sentencias ad hoc, en passant, obiter dictum (aunque exista también el productor de aforismos a secas). En la primera mitad del siglo XIX, los Kant y los Hegel generaban símbolos, imágenes y fábulas (la paloma, el cielo estrellado, la lechuza); en la segunda, Schopenhauer y Nietzsche, más clásicos, menos románticos, más dieciochescos en suma, eran fábricas de fallos judiciales generalizados, de silogismos de la amargura como serán los del nazi franco-rumano Cioran (si hoy Messi no alcanza la fama de Maradona, es porque su lengua no acompaña a su pie, porque no consigue, y acaso ni se propone, redondear recordables opiniones contundentes).
Pero si estos postreros filósofos alemanes decimonónicos eran reputadamente pesimistas, Verissimo es un optimista. Aun cuando dice, por ejemplo (encapsulando, además, para el lector competente, un verso de T. S. Eliot), «Lo que podría haber sido y no fue. La frase más triste en cualquier lengua», está indicándonos, como un Voltaire redivivo, la tontería que sería derramar excesivas lágrimas por esa tristeza que sí tiene fin. Las citas memorables de Verissimo son, como sus crónicas, paradójicas: demuestran qué contentos estamos, y tenemos que estar, con lo más trillado de nuestras vidas. Las aporías de Verissimo acaban por ser callejones con salida de mano única: si algo es inescapable, es ceder a la tentación de existir. El gaúcho prolífico y goloso ha sabido ser el mesías del optimismo sádico.
TRABAJAR DE ESCRITOR
La profesionalización del escritor es un avance moderno, que arrancó a algunos autores de las rotas cadenas del mecenazgo y les permitió estrenar las del capitalismo editorial. En nuestro siglo, la creciente marginalización de la literatura ha introducido nuevas, activas y exitosas formas de mecenazgo, estatales y privadas. Muchos escritores reconocidamente profesionales no viven de su trabajo de escritores, sino de figurar como escritores –una tarea que puede incluir, por cierto, también la de escribir, aunque esta no sea la parte más redituable. Los uruguayos Benedetti o Galeano, por ejemplo, ganaban con columnas de algún modo parecidas a las de Verissimo, pero el mérito de las de estos orientales no era intrínseco, sino reflejo de una supuesta y exterior calidad literaria o militante. Si con alguien podría compararse Verissimo es con algunos mexicanos, autores cuyo valor de mercado está en estas columnas, por el valor mismo de estas columnas, y no por la remisión a un prejuzgamiento (favorable, no negativo como con Dilma) sobre el valor asignado a una gran obra literaria, como Salvador Novo y después Jorge Ibargüengoitia.
«Es igualmente difícil hacerse conocer que hacerse olvidar, pero es de mejor educación, es menos vulgar, no prestar ni atención, ni colaboración, a la propia notoriedad», escribía en 1957 el francés Marcel Jouhandeau, precisamente en una crónica de las que publicaba como ganapán. Verissimo ya es inolvidable, porque es difícil olvidarlo, una vez leído: todos los cronistas brasileños de cualquier pelaje que escriben hoy lo han leído, y ni uno solo ha sabido olvidarlo. Tanto más inolvidable porque es un autor, nueva paradoja, sin vox publica. No da entrevistas, no habla por televisión ni radio, no responde encuestas, no tiene opiniones. Sólo habla por escrito.
ASTUCIA, SILENCIO Y EPIFANÍAS
Acaso todo lo anterior lleve a una conclusión que explique el buen éxito de Verissimo, pero también nos haga reflexionar, etimológicamente, sobre los reflejos automáticos de nuestras estéticas asumidas. Y es que el éxito de Verissimo se debe a que se ha animado a practicar, una y otra vez, en las páginas del periódico portoalegrense Zero Hora, uno de los géneros más escarnecidos por las preceptivas modernistas y vanguardistas, uno de los géneros más populares. ¿Qué son sus crónicas? Fábulas con moraleja. Eso sí, Verissimo lo ha hecho casi, casi, casi, sin que nos demos cuenta. Con una sagacidad artística única: ars est celare artem, el arte es esconder el arte, según la moraleja de la fábula latina.
* Desde Porto Alegre, Brasil