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Cuando alguien habla de música, en la cabeza de esa persona –y en su cerebro– se opera una variada y compleja relación de conductores que ubican el tema, el autor o el intérprete en una dimensión de espacio y tiempo que permite mantener el atractivo de un programa determinado. Nada ni nadie sustituirán jamás a un buen contador, relator e intérprete que sepa cómo contar hechos, historias o sucesos de una manera original, atractiva y amena. Aún recuerdo las clases de un profesor de Música en Harvard, de nombre Thomas Forrest Kelly, cuya cátedra First Nights se desarrollaba bien temprano en el viejo y hermoso gran teatro Sanders de la universidad, con un público ávido de entender qué había pasado la primera noche que un famoso tema musical había sido estrenado en una ciudad determinada. El profesor tocaba la melodía, ubicaba el autor en su tiempo, lo relacionaba con el ambiente político del momento, referenciaba hechos económicos o sociales que hicieron que dicho tema fuera compuesto, el público que asistió y sus características sociales, el teatro con su arquitectura o los carruajes y las calles empedradas por donde circulaban... todo eso permitía al alumno vivir una experiencia académica extraordinaria en la que no solo uno aprendía de música, sino también de literatura, arquitectura, política, economía e incluso demografía. Otro ejemplo interesante de esta lógica humana es el libro Del Amanecer a la decadencia: 500 años de pensamiento Occidental (Taurus 2004) de Jacques Barzun, catedrático de Historia Cultural de la Universidad de Columbia (EE.UU.), en el que en un maravilloso texto relata por qué pensamos como pensamos, y de una forma amena, inteligente, relaciona hechos y personajes que construyeron nuestra forma de abordar temas tan amplios que hacen parte de la arquitectura mental de Occidente. Este hombre sabio, que nació en 1907 y que aún vive, hizo de este libro un récord de ventas por casi medio año en los Estados Unidos y su versión en español es una deliciosa manera de presentar erudición con amenidad e inteligencia con cortesía. Esta lógica de interconectividad y relacionamiento debe ser el desafío permanente de un conductor radial. Tiene que observar en las noticias sueltas, en las palabras de sus oyentes, en los matices de su expresión, elementos que permitan vivir la radio de una manera atractiva e inteligente. Entendiendo esto último como el resultado de millones de neuronas disparadas para generar interés y atención sobre un tópico determinado.
El programa “Contrapoder”, a veces, aborda cuestiones históricas que curiosamente resultan ser más atractivas que los tópicos futuristas. Existe un notable apasionamiento por los hechos del pasado, pero en mi experiencia radial paraguaya he visto una incapacidad o quizás limitación a otear el futuro con ideas provocadoras u originales que permitan aportar desde la radio respuestas a estos tiempos llenos de interrogantes sin resolver, o preguntas perdidas en el silencio o en la bulla. La radio, en los programas de debate, tiene que generar ideas nuevas, pero al mismo tiempo hacer las preguntas correctas que permitan buscar respuestas apropiadas en el ámbito de la conversación política o económica. Debemos aportar líneas de reflexión y acción en este ambiente babeliano que nos toca muchas veces compartir, agitar o vivirlo apasionadamente.
Es interesante observar cómo los programas de debate generan cauces absolutamente notables. La audiencia comienza a darse cuenta de sus potencialidades literarias e incluso artísticas. Varios oyentes de “Contrapoder” han publicado a lo largo de este tiempo libros de poesías, cuentos, novelas o se han convertido en virtuosos compositores musicales que cada cierto tiempo comparten con la audiencia sus creaciones e invitan a la presentación de sus textos. Otro fenómeno interesante ha sido cómo la difusión o discusión de las ideas lleva a comprometerse en proyectos políticos. Un grupo decidió impulsar una idea de “lavar la bandera” del Paraguay luego de observar que la conducción política en el 2002 había caído en un descrédito enorme. Algunos de los autores de este movimiento decidieron luego ser candidatos a cargos públicos en varias localidades y, en no pocas ocasiones, la audiencia ha querido que el conductor del programa se convierta en uno de ellos.
La tentación de ser parte del poder y no del contrapoder es siempre muy grande en los medios y con el ejemplo de varios comunicadores devenidos en actores políticos en América Latina, incluso como presidentes o legisladores, la estrecha línea que separa a cada uno de ellos es siempre una situación que debiera ser mirada con atención e inteligencia. No es lo mismo conducir un programa de radio o tevé que hacerlo desde una condición política que requiere otras habilidades que no pueden reducirse a la afirmación: “Si alguien con menos calidad que yo llegó, ¿por qué yo no?”.
Las ideas tienen una notable fuerza en sí mismas que requieren conocer los límites personales, y comprender exactamente el rol de comunicador y servidor del ciudadano para que este tenga poder, o se sepa con poder de elegir o ser elegido para un cargo público. Los programas de debate convierten a los conductores en grandes referentes del debate cotidiano en las emisoras de Paraguay y América Latina. Conocer el límite de la incompetencia de uno es una tarea por demás demandante de autocrítica, grandeza y visión colectiva.
LAS NUEVAS TECNOLOGIAS
Los programas de debate suelen tener la tentación del facilismo cuando el conductor provoque la reacción visceral de la gente y esta reacciona desde el anonimato de los mensajes de textos en un teléfono celular. Suele ocurrir con frecuencia que la agenda del programa la fija quien es capaz de enviar en 140 caracteres del Twitter alguna frase ingeniosa o una respuesta provocativa que se convierta por lo mismo en el centro del debate, dejando de lado una cuestión trascendente o importante que el programa podría aportar. No es fácil huir de esta tentación e incluso, a veces, manipular un mensaje leyendo un texto falso que en realidad expresa la visión del conductor, que no se anima a expresarlo de manera personal. Hay que tener mucho cuidado con estos recursos y en especial mantener una línea ética que no permita caer en esas claras formas de desviación del debate.
Las redes sociales como Facebook y Twitter han permitido difundir viralmente el contenido de un programa de radio y en tiempo real permiten hacer un seguimiento de los mismos, en especial con oyentes que escuchan la emisora a través de internet. Es un buen recurso. Bien manejado por una producción inteligente, permite darles un recurso a los programas de debate radial. Algunas personas temerosas de participar directamente al aire suelen utilizar estos medios para expresar ideas en un párrafo y más que generalmente enriquecen el debate. El conductor de nuevo debe ser lo suficientemente inteligente para incluir esa opinión en el espacio que contribuya al programa, el tema y la idea. Estos elementos constituyen la salsa del espacio y como tal deben ser administrados en su exacta dosis, de manera a cumplir con su rol en el “menú radial” que se ofrece a la audiencia. Nunca tanto y nunca poco. Dosis exacta y colocada en el punto permitirá que el programa gane en densidad y sabor.
Para los que venimos de los tiempos del beeper, dejado a un lado por obsoleto, y nos adentramos en estas nuevas formas de comunicación, no podemos dejar de admitir el impacto que estas redes sociales tienen en la difusión de las ideas, pero es importante admitir su trascendencia en la exacta proporción que permita que el tema no se diluya en cuestiones baladíes o intrascendentes, o que genere pereza o liviandad en la conducción. Es muy fácil caer en dichas tentaciones y, por lo tanto, requerimos entender desde la radio su aporte proporcional a la idea central que es comunicar de manera inteligente las cosas que nos pasan pero, por sobre todo, por qué nos pasan.
Existe además una tentación que otorga el anonimato a que personas con perfiles falsos procuren establecer la agenda en programas de radio muy populares, entablando un conflicto con el conductor que no puede rehuir la provocación del mismo acabando con el programa a su paso. Evitar que el programa de debate se convierta en un “vomitatorio público” requiere agudeza, inteligencia y autoridad que se le da el hecho de saber de lo que se habla con datos, números, circunstancias y momentos. Entender que los recursos de las redes sociales nos hacen mirar la radio desde una visión interrelacionada es un aporte de lógica comunicacional antigua pero siempre necesaria de ser reaprendida.
Un programa de este tipo requiere de una producción inteligente que sugiera desde los temas apropiados hasta escoger los mensajes que sirvan al conductor para enriquecer el debate y no para distraerlo en cuestiones secundarias o superficiales.
No hay que reducir tampoco el programa a estos modos de participación. No creer que porque nos han escrito poco es que no somos atractivos de ser escuchados. Finalmente, este tipo de interacción es solo una forma más de la serie de ingredientes que hacen parte de un programa de debate.
Si tuviéramos que dar una receta a un programa de debate, diríamos:
Escoger correctamente el horario. Nuestra experiencia en Radio Libre nos demostró que las audiencias cambian de acuerdo a los tiempos. En el tiempo vespertino los que nos escuchaban eran absolutamente distintos que aquellos que luego nos siguieron en los horarios matutinos. El conocimiento del público, de sus gustos y de sus tiempos es fundamental para este tipo de programas.
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