El lenguaje de los pueblos

Hasta el próximo domingo 9 de agosto, el Museo de Arte Sacro (Manuel Domínguez esquina Paraguarí, Asunción) alberga una fascinante exposición temporal de obras de arte del siglo XVIII que muestran el esplendor del barroco cuzqueño.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2146

Observar los óleos del siglo XVIII en un ambiente como el de las antiguas catedrales, a media luz, o con una iluminación puntual, no invasiva, confiere un ambiente místico al salón. Resaltan allí la «Trinidad isomórfica», la «Virgen del Rosario», la «Virgen de las Mercedes de Arequipa», el Retablo de la Inmaculada, el «Cristo después de la Flagelación», el «Ecce Homo» y el «Éxtasis de San Antonio Abad», obras de autor anónimo peruano que marcan el esplendor del barroco cuzqueño.

Las obras pertenecen al acervo privado de Nicolás Latourrette Bo y están en préstamo por quince días en el Museo de Arte Sacro de Asunción. A través de la exposición, el público se puede trasladar a la época de oro de la ciudad de Cuzco –Cusco, según la grafía oficial moderna–, centro del Imperio Inca en tiempos de la colonización de América y «ombligo del mundo», según los antiguos habitantes precolombinos.

Los talleres del Cuzco elaboraban lienzos en grandes cantidades que se comercializaban a lo largo y ancho del Virreinato del Perú. Y que, mediante el penoso sistema terrestre que atravesaba Los Andes, llegaban hasta los entonces lejanos territorios del Río de la Plata.

Estas obras reflejan la interpretación, la estética de los artistas indígenas y mestizos que plasmaban los modelos tal como los veían en los retablos y nichos, y con los querubines o las flores que los engalanaban, según explica el museólogo Luis Lataza, quien se encargó de la muestra.

«Poblada por los descendientes de la aristocracia incaica, algunos de cuyos antiguos privilegios respetaron los españoles, la ciudad de Cuzco se engalanó con iglesias, plazas y palacios barrocos construidos sobre el sólido estrato arquitectónico de la ciudad incaica», expone Lataza. En este contexto, los pintores y escultores indígenas y mestizos introdujeron su propia estética en el naciente arte cristiano peruano: «Las formas y los símbolos heredados de la cultura andina fueron incorporados a las pinturas religiosas, formándose así uno de los más originales productos del mestizaje hispanoamericano, es decir, la escuela cuzqueña».

SINCRETISMO, MESTIZAJE Y ORIGINALIDAD

En esta escuela, como en todo el arte mestizo americano, había cierta libertad para adecuar el repertorio sacro a las propias necesidades devocionales, llegando a un sincretismo que a veces cuestiona las propias imágenes canónicas.

Por ejemplo, la Virgen de las Mercedes de Arequipa unifica la postura de la Virgen de la Misericordia con los atributos de la Inmaculada y el gran escapulario de la Virgen del Carmen. Aunque difiere en algunos detalles, está inspirada en la famosa imagen y en otras pinturas que de ella se conservan en el Convento de la Merced de Arequipa.

La Virgen del Rosario aparece entre cortinados, como si el espectador estuviera ante su altar, reproduciendo una de las imágenes de esta advocación más veneradas en los templos peruanos. Era una de las imágenes preferidas de la escuela cuzqueña, y está presente también en medallas, tallas y diversas reproducciones.

El retablo de la inmaculada es un vivo ejemplo del culto familiar. Es un pequeño nicho de madera tallada, policromada y revestida de plata repujada. En su interior alberga la imagen en relieve de la Inmaculada, al centro, flanqueada por cuatro santos. En la cara interna de las puertas están representados el Cristo Niño como buen pastor y San Juan, el primo, también niño. Aparecen, además, los cuatro arcángeles más conocidos: Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel.

ARTE, DEVOCIÓN Y FUERZA EXPRESIVA

El «Cristo después de la flagelación» unifica dos famosas obras sevillanas del siglo XVII: el «Cristo que recoge sus vestiduras», de Murillo, y el «Cristo de la Columna», de Valdez Leal.

El «Ecce homo», «He aquí el hombre», la frase pronunciada por Pilatos cuando presentó a Jesús ante el pueblo luego de la flagelación, una representación muy popular del Nazareno, está basada en prototipos españoles de la escuela sevillana.

El «Éxtasis de San Antonio Abad», el patriarca de los monjes de Egipto, refleja la importancia del santo patrono del Seminario y la Universidad de Cuzco, que data de 1692.

Pero la obra cumbre de la muestra es la «Trinidad isomórfica», que, contrariamente a lo que establece el Concilio de Trento (1545 a 1563), representa el misterio trinitario bajo la forma de tres figuras casi idénticas de Cristo entronizado. El del centro es Dios Padre, a la derecha está el Hijo, reconocible por sus estigmas, y a la izquierda, el Espíritu Santo. Este tipo de representación fue prohibida por herética desde el siglo XVI, pero continuó siendo común en la escuela cuzqueña hasta el siglo XVIII.

«Estos cuadros no deben verse solo como objetos plásticos, sino como obras producidas por y para la devoción. Su fuerza expresiva radica en una frontalidad que se desentiende de la perspectiva y busca la conexión directa con el orante. Sus formas simples, sintéticas y arcaizantes hallan explicación en la obstinada permanencia de las formas tradicionales en la religiosidad popular», aclara Luis Lataza.

CONVIVENCIAS Y CONVERGENCIAS CULTURALES

«El mestizaje, además de suponer la convivencia social, fue un proceso de convergencia cultural que distinguió especialmente al Perú de la mayoría de los países de América. Fue una relación con España que duró cerca de tres siglos», comenta la embajadora del Perú, María Cecilia Rozas Ponce de León. Esto permitió que se diera en todos los ámbitos una interrelación también manifiesta en el arte, que tomó su carácter de esa amalgama. «Frente a los pintores barrocos adictos al claroscuro, los pintores de la escuela cuzqueña renovaron el lenguaje pictórico clásico, modificando el tamaño de las figuras dentro de su estructura compositiva, haciendo interpretaciones libres del colorido de los personajes o añadiendo ángeles, flores, aves locales y hasta textos con doctrina cifrada».

La embajadora ve en esta muestra, «Esplendor del Barroco Cuzqueño», realizada con una cuidadosa selección de obras de la colección Nicolás Darío Latourrette Bo, una prueba de cómo la influencia del arte europeo llegó a los virreinatos para alcanzar un nivel de gran calidad y empezar un diálogo armónico que sigue hasta nuestros días: «La cultura es la suma de los mejores productos del espíritu, y, en ese sentido, el alma de una nación: el resultado de la creatividad y del talento del pueblo a través de los siglos».

pgomez@abc.com.py

Enlance copiado

Lo
más leído
del día

01
02
03
04
05

Te puede interesar

Comentarios

Las opiniones y puntos de vista expresados en los comentarios son responsabilidad exclusiva de quienes los emiten y no deberán atribuirse a ABC, ya que no son de autoría ni responsabilidad de ABC ni de su Dirección ni de Editorial Azeta S.A.