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El nombre de esta muestra alude a un cambio artístico y cultural producido en un tiempo –comienzos del siglo XVIII– y un espacio –las misiones guaraníes– concretos. En Italia, el barroco fue anunciado por las pinturas del Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina; en las misiones, el barroco vino de la mano del hermano José Brasanelli cuando el arte misionero guaraní alcanzaba su cima en la imagen de la patrona del pueblo de Nuestra Señora de Fe. Que, según los críticos académicos formados en el arte europeo, es una mezcla de arte románico y primitivismo guaraní, pero que en realidad es la combinación de las imágenes conquistadoras bizantinas y las imágenes de bulto del siglo XVII, que se inician con las estatuas horcones, evolucionan hacia las imágenes de túnicas ahuecadas y culminan con las imágenes de pliegues aplanados cuyo más logrado exponente es la citada imagen patronal, que preside hasta hoy el templo de ese pueblo, varias de cuyas obras, entre ellas algunas de Brasanelli, de estilo barroco misionero, se guardan en el Museo de Arte Sacro Misionero. Con ellas, sumadas a otras de iglesias y museos sobre todo de Paraguay, pero también de Brasil y Argentina, y de colecciones privadas, se está construyendo, no sin vencer grandes dificultades, una historia del arte jesuítico guaraní.
Esta introducción quiere apoyar el análisis de «El giro barroco» hecho por su curador, Ticio Escobar. Las divergencias –sobre todo en cuanto a juicios de valor (el profesor Héctor Schenone hablaba de «la dificultad no resuelta de la elaboración de los juicios de valor referidos al arte de América colonial y su inserción en el contexto de la historia del arte universal»)– son parte de la problemática del arte americano. En esta ocasión es oportuno citar lo que el actual curador anotara en el prólogo a mi libro Imágenes Guaraní-Jesuíticas (Asunción, Museo del Barro, 2010): «…considero que la diferencia es que Sustersic cree que ese arte se afirmó gracias a los misioneros y pienso yo que lo hizo a pesar de ellos… Pero, estoy seguro, estas diferencias de interpretación, lejos de intentar invalidar un argumento en pro del otro, ayudan a enriquecer las perspectivas acerca de un tema complejo que en ningún caso puede ser reducido a lecturas maniqueístas o simplificaciones binarias».
DETALLES DE LA HISTORIA DEL ARTE JESUÍTICO GUARANÍ
En la historia del arte de las Misiones las etnias guaraníes dan un salto cualitativo al pasar de una cultura sin imágenes a otra en la que estas son fundamentales, salto posible por la convergencia de tres condiciones que no se dan, o no del mismo modo, en la cultura europea. La primera fue el gran desarrollo, en la época de la conquista, de las etnias guaraníes del bajo Paraná, que superaban en todo a sus vecinos, según la Carta Anua 1626-1627: «Son los indios de esta reducción (Itapúa) los más esforzados y valientes y de más alentado corazón de todo el Paraná, y por tales reconocidos de todos los demás» (C. Leonhardt: Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán de la Compañía de Jesús, 1615, 1637, UBA, 1929). La segunda, las imágenes bizantinas, llevadas por los jesuitas a sus incursiones evangelizadoras, de la madre de Dios, de ojos grandes y mirada frontal, que continuaban, tras el impacto visual inicial, su influjo en la larga contemplación durante las plegarias y el culto en las capillas y templos presentes en las fundaciones desde el comienzo (una de las mejores, con las tres estrellas bizantinas, está en el Museo Bogarín, de Asunción). Y la tercera, la importancia de la mirada en la afirmación de la maternidad en la cultura guaraní: la madre que amamantaba a su hijo debía mirarlo como parte del proceso de incorporación a la vida, y también cuando el niño daba sus primeros pasos, y después, cuando recorría el pueblo, siempre acompañado por la mirada de la madre o de algún otro familiar. Los guaraníes fueron conquistados por la imagen de la madre de Dios que mira a sus hijos con sus grandes y amorosos ojos.
Seleccionadas por su eficacia, las primeras obras de arte llegadas a las selvas rioplatenses no fueron renacentistas o barrocas, sino retratos de la Virgen de estilo arcaizante, bizantino, de grandes ojos y mirada expresiva, instrumento de defensa y conquista de los misioneros, como lo revela el nombre de «La Conquistadora» que San Roque González de Santa Cruz daba a la suya, que impresionaron a los guaraníes tanto como mil años antes habían impresionado a los eslavos invasores del imperio. Durante un milenio, los marineros venecianos los llevaron de Bizancio a toda la cuenca mediterránea, y cuando los jesuitas los trajeron a las misiones sudamericanas, su éxito en una cultura tan diferente como la de los guaraníes fue considerado milagroso. Pero la realidad es que, más allá de las diferencias culturales, esas imágenes lograban abrirse paso hacia los profundos sentimientos del ser humano por la maternidad.
Esto fue posible en parte porque, como dicen Gutiérrez y Gutiérrez Viñuales en Historia del arte iberoamericano (Lunwerg, 2000), «la nación guaraní no conoció el trauma de la derrota durante la “conquista espiritual” jesuítica, ni sufrió una transculturación impuesta por la fuerza».
LA SÍNTESIS MÁS ORIGINAL DE SU ÉPOCA
Por ese sentimiento de libertad, más tarde los artistas guaraníes adoptaron aquellas de las propuestas barrocas traídas por Brasanelli que les eran aceptables y rechazaron aquellas que les eran incomprensibles. Incorporaron el movimiento de los cuerpos y de los pliegues de los paños, que tenía un precedente en los dibujos corporales de su cultura, pero rechazaron las extáticas miradas al cielo, manteniéndose fieles a las «imágenes conquistadoras» de su tradición ancestral.
Un ejemplo son los dos primeros retablos «barrocos» tallados tras la llegada de Brasanelli, cuyas imágenes se conservan en los museos de San Ignacio Guazú y de Santa María de Fe. En el primero, dirigido y en parte esculpido por el jesuita, tres de las figuras principales tienen las típicas miradas al cielo de éxtasis barroco. El segundo, tallado por escultores de Santa María de Fe, aunque abandona el plegado de los paños tradicional de la imagen de su patrona, mantiene la mirada bizantina, impresionantemente frontal.
Se podría pensar que la Compañía, con el poder de su organización, logró imponer el estilo barroco triunfante en el arte europeo. Pero no fue así. Lo prueba la primera fachada de piedra construida en las Misiones, en Concepción, hacia 1710. En sus seis nichos barrocos, esculpidos por Brasanelli, fueron entronizadas imágenes de escultores guaraníes, talladas en su estilo tradicional del siglo XVII.
El mismo Brasanelli, antes de partir a la otra orilla del Paraná, a San Ignacio Miní, en 1724, talló en Santa María de Fe cinco figuras, presumiblemente para un retablo hoy perdido, de las que solo la Virgen de la Candelaria mira al frente; las otras, San José, Santa Bárbara, Santa Magdalena y San Miguel con la anaconda o «kuriju», tienen entornados los grandes párpados, y ninguno mira al cielo.
La adopción del barroco vuelo de los paños y el cambio de la mirada de éxtasis por la frontal mirada bizantina no fue exclusivo de las imágenes de Brasanelli. En esta muestra, una pequeña imagen de la colección Ramón Duarte Burró es un testimonio muy valioso que ilustra dicho proceso. El modelo procede de un grabado de la tapa del libro del padre Ruiz de Montoya, impreso en Madrid en 1639. La pequeña imagen de esta muestra repite el extraño y artificioso vuelo de la capa, pero cambia totalmente la inclinación de la cabeza y la mirada. Es una bella imagen misionera de frontal mirada bizantina.
Esta síntesis de elementos característica del arte misionero jesuítico guaraní está en casi todas las imágenes guaraníes misioneras, en especial en el monumental friso de Trinidad, friso que revela el poco aprecio de los guaraníes por los santos y su amor por la música. Entre sus casi cincuenta figuras no hay ningún santo: todas son de músicos, excepto cuatro que representan a la Virgen, dos con el Niño Jesús. De las muchas que miran al frente con la tradicional mirada bizantina destacan dos Inmaculadas y los dos Niños Jesús, que tuercen los cuellos e inclinan las cabezas para mirar con ojos bien abiertos al pueblo guaraní, detalle visible todavía en las fotografías de 1980 y hoy perdido casi totalmente por el deterioro de las superficies en estas dos últimas décadas debido a la aplicación de productos de restauración incorrectos.
En los pliegues de los paños vemos el sentido de síntesis señalado: la mayoría de las túnicas tienen los pliegues paralelos del estilo guaraní tradicional. En cambio, las capas de las Inmaculadas, de algunos ángeles músicos y sobre todo de los ángeles turiferarios son llamativamente barrocas, combinación que confiere a la composición ese alegre carácter lúdico universalmente admirado en el arte misionero guaraní.
En esta última obra, la más importante de la historia del arte de estas misiones, el «giro barroco», integrado plenamente en una síntesis definitiva y genial, da lugar al estilo más original de su época, nacido en esta región selvática de Suramérica.
«El giro barroco» seguirá abierta en el Museo del Barro (Grabadores del Cabichuí 2716 entre Cañada y Emeterio Miranda) hasta el miércoles 17 de diciembre en estos horarios: martes, de 15:30 a 20:00, y de miércoles a sábados, de 9:00 a 12:00 por la mañana y de 15:30 a 20:00 por la tarde, con acceso libre.
La muestra será clausurada con una charla de su curador, Ticio Escobar, el miércoles 17 de diciembre a las 20:00 en el Museo del Barro, con entrada libre y gratuita.
«Considero que la diferencia es que Sustersic cree que ese arte se afirmó gracias a los misioneros, y yo pienso que lo hizo a pesar de ellos» (Ticio Escobar)
Instituto Payró, UBA