El fugaz fulgor de Fulgencia

Gracias a las escasas huellas dejadas a su paso, emerge hoy del olvido, con su complejo universo de experiencias, la intrépida silueta de Fulgencia Almirón una joven fotógrafa enigmáticamente desaparecida de los anales de la historia reciente.

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En 1864, antes que ningún otro paraguayo, Fulgencia Almirón habilitó un estudio fotográfico en Asunción. Tenía dieciocho años. Desde entonces, su misteriosa figura ha permanecido en zonas umbrías. Hasta hoy.

A más de indicarnos que Fulgencia fue la primera «entre los hijos del país» que aprendió el arte de la fotografía, y que estableció un taller, la siguiente nota –publicada en el Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles, el 31 de diciembre de 1864– nos da a conocer que ella, a fuerza de constancia, se perfeccionó y que sus trabajos eran buenos:

«D. Fulgencia Almirón,

hija del país, aficionada al arte fotográfico abre su taller de fotografía, ofreciendo al público sus servicios como retratista.

¿Qué no podrán conseguir las mujeres?

Excusado es que se ponga obstáculos a sus pretensiones, y la prueba es, que ésta, a fuerza de constancia, ha logrado perfeccionarse en este arte y es la primera entre los hijos del país que ha aprendido. Hemos visto sus trabajos, y son buenos.

¿Qué toca hacer ahora a los nacionales?

Claro, es, proteger y estimular con nuestra concurrencia en su taller, para hallar justa recompensa sus afanes».

Pero ¿por qué le interesó la fotografía? ¿Cómo y dónde adquirió los conocimientos y elementos necesarios para trabajar? ¿Se conserva alguna toma suya?

Sin elementos que nos indiquen, a ciencia cierta, por qué Fulgencia se dedicó a capturar imágenes, solo es posible aventurar posibilidades.

Se podría suponer que quedó impresionada al ver una fotografía; o las curiosas litografías de Asunción, realizadas a partir de daguerrotipos, que aparecen en la obra del coronel Du Graty sobre el Paraguay [1]; o el sorprendente proceso fotográfico ejecutado por algún aficionado o fotógrafo profesional.

Uno de estos, el francés Juan Estienne, llegó a Asunción en mayo de 1864 proveniente de la Esquina (Corrientes). Trajo consigo dos cámaras con sus utensilios y químicos, passe-partouts, cuadros, cajitas, prendedores y guardapelos para retratos. Sus equipos y accesorios fueron aforados en la Aduana en cien pesos, y su lote de sustancias químicas, en diez. Estas sumas eran considerables [2]. Montó una Galería, en la casa número 36 de la calle de la Palma, en la que sacaba retratos y ofrecía enseñar su oficio a un precio módico [3].

Estienne no fue el primer profesional del ramo que vino al país. Por esa época era común que los fotógrafos recorrieran diversas ciudades ofreciendo sus servicios y difundiendo su arte. De entre los que estuvieron en Paraguay antes que él, debe ser mencionado el chileno Felipe Segundo Ortiz [4], porque, como Estienne, también estableció un estudio (en la calle del Atajo) en el que, a más de hacer retratos, vendía cámaras y se comprometía a instruir sobre su uso a quienes lo requiriesen.

Además, vivieron aquí dos boticarios aficionados a este novedoso invento: Carlos Désir (francés) y Domingo Parodi (italiano) [5]. Parodi fue autor de dos retratos destacados: el del entonces mayor Patricio Escobar, luego de que cruzara heroicamente el estero del Ypecuá (1869), y el del mariscal López, días antes de su muerte (1870).

No encontramos evidencias de que Fulgencia hubiera estudiado con Ortiz, con Estienne, con alguno de los mencionados boticarios, o con otra persona [6], en el país o en el extranjero.

Ni siquiera de que fuera instruida [7].

Sin embargo, para sensibilizar una placa de vidrio (la película o sensor digital de nuestra época) y para revelar e imprimir sus imágenes, Fulgencia tenía que saber calcular las proporciones de las sustancias químicas que necesitaba combinar a tal efecto, lo que exigía cierta preparación; y, de no haber tomado lecciones con algún conocedor de la materia, debió aprender las peculiaridades de su profesión con la lectura de un Manual. Esto último no puede ser descartado [8]. En ambos casos, era necesario que poseyera algunas nociones de dibujo, para poder colorear y retocar sus tomas.

Tampoco conseguimos datos sobre la adquisición y características de sus instrumentos de fotografía.

Menos aún sobre su condición social o la de su familia.

Lo que de ella sabemos, luego de cotejar varios documentos, es: que nació en Limpio en febrero de 1846; que era hija de Martín Serapio Almirón y Victoriana Torres, vecinos de dicho pueblo; que, al menos, tenía una hermana: María Isidora, tres años menor; que entre 1865 y 1867 se le expidió patente para ejercer públicamente su oficio en el Distrito de San Roque; que durante ese tiempo solo dos talleres de fotografía estaban abiertos al público en Asunción (el suyo y el de Juan Estienne, diez años mayor que ella); y que donó sus joyas para la defensa de la patria pocos meses antes de que esta ciudad fuera declarada punto militar y evacuada.

En la referida edición del Semanario, del 31 de diciembre de 1864, Fulgencia publicó el siguiente aviso:

«La que suscribe tiene el honor de poner al conocimiento del público de esta Capital sus servicios en calidad de retratista en fotografía, sea negativos o positivos en tarjetas o cajoncitos en varios tamaños, marcos, medallones &. &. el todo a precios muy equitativos, asegurando que pondrá todo el esmero posible para dar cumplimiento en los trabajos que los Sres. interesados quieren confiarle, su especial cuidado será el de pintar en debida forma con colores vivos dichos retratos a fin de que salgan en completa satisfacción los que les ocupan.

Tiene su laboratorio abierto en las horas útiles del día, en la Calle de la Asunción inmediato a la Iglesia de San Roque Nº 54.

La abajo firmada ruega a los interesados que al hacer un paseo algo lejos del centro de la Capital no se incomoden, pues espera tener mediante eso más exactitud en sus operaciones, pues la luz más directa de esos lugares ayudará a que los retratos salgan con más perfecciones y semejanza.

Fulgencia Almirón».

Este nos informa de su actividad, y de cómo y dónde la desarrollaba; nos hace saber que amaba su trabajo; y nos habla de su intrepidez. No resultaba fácil trasladar su equipo e implementos de fotografía –incluido un laboratorio móvil– lejos del centro de la Capital y en compañía de desconocidos, solo para conseguir una mejor luz. Es que ella prometía esmero y exactitud.

Su taller estaba situado al lado de la Escuela de Primeras Letras del Distrito de San Roque (calles de la Asunción y de San Roque, actuales Mariscal López y Antequera) [9], en la casa que perteneció a don Vicente del Valle, quien, a fines del año 1859, la puso en venta. No sabemos si fue adquirida o alquilada por ella o por algún familiar suyo.

De esa casa, la número 54, habría partido en febrero de 1868, cuando se ordenó desocupar Asunción, llevando consigo cualquier indicio sobre su vida y su obra.

Los sacrificios y logros de Fulgencia, ocultos por espesas nubes de olvido, merecen ser desvelados con todos sus detalles.

Notas

[1] Esas litografías y el libro fueron elaborados por cuenta del Gobierno en 1862 y, con la vista de Asunción desde el Chaco –litografiada en 1859 por el impresor y comerciante francés Carlos Rivière–, pudieron ser conocidas por entonces; pero no fueron las primeras. Entre 1853 y 1854, el marino norteamericano Thomas Jefferson Page captó una serie de imágenes con la máquina de daguerrotipo que su Gobierno le entregó para registrar lo más notable que viera durante la exploración científica que le confió, la que incluyó territorio paraguayo. Sobre una de ellas que, como las demás, fue litografiada e inserta en su libro, dijo: «Diciembre 14 [de 1853]. Fondeamos frente a Salvador (...) Conocí a un cacique acá y a algunos hombres de tribu Lengua. Persuadí al cacique y a algunos de sus hombres a sentarse a posar para sus daguerrotipos. A la vista del resultado, ellos se mostraron maravillados...» (El Río de la Plata, la Confederación Argentina y el Paraguay, Asunción, Intercontinental, 2007, p. 214). Page aclaró que, por su peso, dadas las condiciones del camino y el estado de sus cabalgaduras, tuvo que abandonar su equipo de daguerrotipos a mitad de su viaje entre Asunción y Encarnación, lo que le impidió obtener vistas de las ruinas jesuíticas.

[2] En esa época, el valor de una onza de oro equivalía a 17 pesos y 2 reales y, siendo a la fecha igual a unos 960 dólares americanos, se tiene que 1 peso al cambio actual serían unos 309.000 guaraníes.

[3] Desde febrero de 1865 trabajó en la casa número 59 de la calle del Sol y, a partir de setiembre de ese año y hasta gran parte del siguiente, en la casa número 75 de la calle de la Estrella. En 1869 vivía en San José de Feliciano, provincia de Entre Ríos.

[4] Permaneció en Asunción entre el 24 de julio de 1861 y el 5 de febrero de 1862.

[5] Désir desembarcó en Asunción el 24 de febrero de 1862 y estableció una botica en la Plaza Mayor. En junio de 1865 volvió a Buenos Aires, de donde había venido, llevando consigo tres aparatos y accesorios para fotografía –que incluían sustancias químicas y una pequeña prensa–, libros y cuadritos para retratos.

Parodi residió en Paraguay entre 1856 y 1870. Tenía su botica en la Plaza del Mercado y además se dedicó al comercio y a la botánica. Intervino en varios procesos criminales como perito e integró el Estado Mayor del mariscal López, poco antes del fin de la Guerra. Entre las drogas y mercaderías que solía despachar en la Aduana de Asunción aparecen rollos de papel y tarjetas para fotografía.

[6] Como, por ejemplo, con el fotógrafo norteamericano Asa Cleveland Prindle, quien ingresó al país en abril de 1863, en la Goleta Panchita, procedente de Cuiabá, con tres cámaras, sus útiles, sustancias químicas, vidrios y papel para retratos. Prindle habría estado casi un año en el país. Al parecer, fue cónsul de Estados Unidos en los estados brasileños de Pará y Bahía, sucesivamente, y un antiguo daguerrotipista de Nueva York.

[7] En esa época la educación primaria no era obligatoria para las niñas, ni impartida a ellas por el Estado. Las escuelas públicas de primeras letras solo formaban a niños de siete a diez años. Tan injusta desigualdad fue mencionada por el redactor del periódico Eco del Paraguay, el español Ildefonso Bermejo, en su editorial del 27 de marzo de 1856. De él extraemos lo siguiente: «Un ramo especial de educación al cual no se ha dado toda la importancia que merece, y sobre el cual se ha escrito mucho, y se ha hecho poco, es el de las mujeres. Por regla general, y con muy pocas excepciones, el sexo del cual recibimos las primeras impresiones de la vida, el sexo que amolda nuestros sentimientos, el sexo que más eficazmente influye en nuestra existencia, no está educado, y solo en las clases elevadas recibe una tintura de lo que se llama modernamente talentos, con el solo objeto de que sirva para aumentar y dar realce a los otros medios de agradar que le ha conferido la naturaleza. En las categorías inferiores, todavía es mayor el abandono. La que ha de ser mujer del artesano, del labrador, del jornalero, no recibe enseñanza de ninguna clase».

Poco después, se organizaron en Asunción escuelas privadas para niñas, que fueron toda una novedad.

La enseñanza en estas escuelas era muy básica: lectura, escritura y «labores propias del sexo» (costura y bordado); algunas incluían aritmética, gramática, análisis gramatical, doctrina cristiana y lecciones de francés.

Las primeras escuelas de niñas que se crearon en Asunción fueron: la de Josefa Mercé y Vidal (1858), la de Eduviges M. de Rivière (1859), la de Dorotea Duprat (1860) y la de Luisa Balet (1862). La preparación de estas maestras era dispar: en tanto que Mercé tenía un nivel de lectura y escritura igual al «de las mujeres en general», Balet fue «alumna del Colegio de los Sagrados Corazones de París, con el diploma de la Universidad de Francia». Para 1865 existían siete escuelas de este tipo en la Capital: las de Cipriana Díaz, Dorotea Duprat y Luisa Balet en el distrito de la Catedral; las de Benita Peláez y María del Carmen Pérez, en el de la Encarnación; la de Carmela Solalinde, en el de San Roque; y la de Gregoria Benigna Sosa, en el de Santísima Trinidad.

[8] En mayo de 1864, entre los libros que el comerciante argentino Aureliano Capdevila despachó en la Aduana de Asunción, había un Manual de fotografía.

[9] La casa que sirvió de taller a Fulgencia aparece en la fotografía que lleva por título «Asunción, le marché près de la gare», tomada a fines del siglo XIX por Auguste François, por entonces cónsul de Francia en Paraguay.

sebastianscavone@gmail.com

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