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La gran pared de hormigón con cables de acero, cuatro metros de alto, parte superior curva para que nadie pudiera asirse a ella, rodeada por la «franja de la muerte» –foso, torres de vigilancia y patrullas militares las veinticuatro horas–, cayó cuando, tras las grandes manifestaciones en la Alexanderplatz, el Gobierno de la RDA declaró oficialmente permitido el paso al oeste y miles de personas corrieron a los puntos de control, rompieron el hormigón abriendo las primeras brechas y cruzaron al otro lado sin que nadie pudiera detenerlas. Era el 9 de noviembre de 1989: el día en que cayó el Muro de Berlín.