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La hoguera
Uno de los visitantes fue el sacerdote Juan Hus, cuya prédica contra la venta de indulgencias había dañado las finanzas de los príncipes, aparte de las de la Iglesia. Aunque llegó con un salvoconducto del emperador, el rector de la Universidad de Praga fue detenido, enjuiciado y hallado culpable de herejía por negarse a abjurar de 30 frases extraídas de sus obras teológicas, escritas en latín y en checo.
Los conciliares sólo querían recluirlo, pero Segismundo le dijo a su tío, el duque de Baviera- Heidelberg, que le diera su merecido como a todo hereje. La orden fue bien entendida. El 6 de julio de 1415, día de su cumpleaños, tres mil hombres armados y una turba femenil acompañaron a Hus hasta la puerta de Geltinger, junto al Rin. Al ver allí los preparativos, cayó tres veces de rodillas. No quiso confesarse porque no tenía ningún pecado mortal. El duque le impidió predicar en alemán y ordenó quemarlo de inmediato. El verdugo y su ayudante lo ataron al poste con siete cuerdas mojadas y le pusieron al cuello una cadena oxidada, con la cara dirigida al oeste porque algunos espectadores insistieron en que un hereje no podía tener el honor de ser quemado mirando hacia donde sale el sol. Los leños y la paja, apilonados hasta el mentón del reo, fueron untados con brea. Al ver que una anciana ponía un leño, Hus exclamó "¡sancta simplicitas!". En medio de las llamas, se le oyó decir dos veces "Cristo, apiádate de mí"; la tercera vez, tras decir "Cristo, hijo del Dios vivo, nacido de la Virgen María...", su voz se interrumpió de súbito, ahogada por el humo que un golpe de viento puso en su boca. Eran las once horas. Un testimonio cuenta que la ejecución no duró más que dos o tres padrenuestros seguidos. Los restos carbonizados del checo fueron troceados. Su tiara de papel, que había sido llevada por el viento y que mostraba dos diablos en torno a la palabra "heresiarca", fue recogida por el verdugo y arrojada al fuego. Debido al calor, al abrirse la tierra se sintió la fetidez de una vieja mula del cardenal Pancracio, enterrada en el lugar. Las cenizas del ajusticiado fueron llevadas al río en un carro y esparcidas allí para que sus seguidores no las veneren. El Rin se puso algo gris, según la crónica de Ulrich von Richenthal, publicada con xilografías polícromas en 1482. En su juventud, Hus había puesto una mano sobre las llamas de su chimenea para saber si podía soportar los tormentos de San Lorenzo, cuya biografía estaba leyendo.
Gerónimo de Praga fue quemado en 1416, en el mismo sitio en que murió su amigo y compatriota: se cuenta que su agonía fue más prolongada porque era robusto. El congreso resolvió también que se exhumen y quemen los restos del reformador inglés John Wycklif, fallecido tres décadas atrás, al frente de su parroquia de Yorkshire; la medida fue ejecutada catorce años después.
El "antipapa"
El concilio se ocupó, además, de las fechorías de Juan XXIII, elegido papa en 1410. Según la acusación de los cardenales, apoyada por 37 testigos, ellas incluían la fornicación, el adulterio, el incesto, la sodomía, el robo y el asesinato, aparte de la seducción o violación de 300 monjas, promovidas luego a abadesas y prioras; también se comentaba que el Santo Padre envenenó a su antecesor Alejandro V, es decir, al franciscano griego Petros Filargo, y que en Bolonia tenía un harén de 200 chicas. Sus pecados fueron resumidos en 70 artículos, de los cuales se leyeron en público solo 54 por respeto al sensible auditorio. El inculpado no quiso informarse y una buena noche huyó a Schaffhausen, vestido de mensajero; fue apresado, destituido y borrado de la nomenclatura pontificia, así que Ángel José Roncalli pudo ocupar en 1958 el trono de san Pedro con el nombre de Juan XXIII. El "antipapa" siguió al servicio de la Iglesia, como obispo de Frascati, porque fue indultado por su reemplazante Odo Colonna, cuya carrera eclesiástica empezó recién tras su elección del 11 de noviembre de 1417: los grados de diácono, sacerdote y obispo se sucedieron raudamente para que el noble italiano pudiera convertirse en Martín V.
La consecuencias
Así acabó el Cisma de Occidente, producido en 1378 cuando 13 cardenales franceses encumbraron a Roger de Ginebra, quien se instaló en Aviñón y se hizo llamar Clemente VII. Ya antes de la remoción de Baltazar Cossa había abdicado, desde Roma, el italiano Angelo Corarrio, quien llegó al solio pontificio en 1406, como Gregorio XII, a los 83 años, con lo que resulta ser el papa más provecto elegido hasta hoy; terminó sus días a los 94 años, como obispo de Porto. El noble español Pedro Martínez de Luna, es decir, el papa Benedicto XIII, aupado en 1394, también destituido por los conciliares, siguió en sus trece -de su número viene la frase hecha--, pero tuvo que mudarse de Aviñón al castillo de Peñíscola (Valencia), donde murió sin claudicar, en 1424, a los 96 años; su gran defensor había sido el monje dominico Vicente Ferrer, santo varón que lloraba al consagrar la hostia, que en la ciudad papal se flagelaba todas las noches con una cuerda anudada y que, al acercarse la muerte, le dio gracias a Dios por sentir los intensos dolores que había pedido. En 1419, Martín V lanzó una cruzada contra los adeptos de Hus en Bohemia; la cruzada fracasó y en 1433 los husitas impusieron sus condiciones al concilio de Basilea.
Volviendo a Constanza: los lugareños se portaron tan bien durante el concilio que el emperador les permitió realizar una feria de dos semanas, tener sus propias trompetas en el campo de batalla y agregar una cola roja a su estandarte; el alcalde fue hecho caballero. Un siglo y medio más tarde, la bella ciudad alojó a Miguel de Montaigne, muy cerca del lugar del cónclave; una placa recuerda el paso del escéptico, que hubiera reprobado la cremación de Hus, según lo que afirmó en uno de sus Ensayos: "En la justicia es pura crueldad cuanto va más allá de la mera muerte, sobre todo para los cristianos, que deberíamos cuidar de enviar las almas en buen estado, lo que es imposible si se las agita y desespera con tormentos insuperables (...) Yo aconsejaría que esos ejemplos de rigor que se quiere dar al pueblo se ejerzan en los cadáveres de los criminales, pues verlos sin sepultura, quemados y descuartizados, impresionaría al vulgo casi igual que verlo hacer en un vivo...".
Armando Centurión