El cliente del burdel de Ña CANDÉ

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La novela Varadero (El burdel de Ña Candé), del escritor Victorio V. Suárez, es un relato sobre la psicología del cliente consumidor de la prostitución. Cliente anónimo, invisible, homo- o heterosexual, que muchas veces ha pasado a ser el más invisibilizado en el escenario de la prostitución, siendo el protagonista. Lo interesante de la novela es que, precisamente, es del cliente de lo que más se habla, de sus cuestiones con su sexualidad y no de la prostituta, como —casi siempre— uno refiere cuando habla de la prostitución.

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Los clientes, “… neófitos que allí aprendieron a pelar la pija y a extender sus riendas como cuerdas de guitarra”, son sujetos como cualquier otro: marineros, médicos, abogados, policías, políticos, desocupados, etc., con dinero o sin dinero, púberes, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos, casados o solteros, sujetos sanos como enfermos; en resumen, aquel que dejó de ser niño pasó por algún burdel alguna vez. Es la condición de varón lo que instala la posibilidad misma de ser consumidor. Es que “el prostíbulo es un vicio; quien lo conoce ya no lo abandona nunca, su olor llega a la sangre y arde hasta en los nervios. Kuña ha caña je’u igustoiterei ha nda hepýi” (tomar caña y acostarse con una mujer da gusto y cuesta muy poco), y se podría agregar: aprender de una mujer o con una mujer cuesta muy
poco.

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Con la prostituta se resuelve o se quiere resolver muchas cosas. Una de ellas es la abstinencia sexual y la soledad afectiva, baja autoestima, desengaños amorosos… determinan, entre otros motivos, dar un sentido a sus prácticas. Muchos temores, odios y desconfianzas a las mujeres se busca curar conversando con la puta. Ellas mismas, como señala Victorio V. Suárez en esta novela, al confesar “a sus clientes más sensibles sazonadas intimidades y sueños destrozados”, estimulan en los clientes compensaciones de una vida sexual afectiva insatisfactoria.

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Los encuentros fáciles, inmediatos, de diversión pasajera en que no existe ningún tiempo de compromiso y por eso elude cualquier tipo de responsabilidad es el sueño de vida del cliente. No aburrirse, poder ser uno mismo, aprender cuestiones de relación de manera rápida y barata, evitar todo aquello que perturba dan un valor supremo a la vida de burdel.

Por eso, como señala Victorio: “El prostíbulo es un vicio…”. Complacencias, autosatisfacciones, ambiente libre en donde uno no está obligado a tomar decisiones, como qué hacer con uno mismo, por ejemplo, constituyen variables excepcionales para apegarse al burdel. La timidez y otras inhibiciones pueden, se cree, desaparecer en un santiamén.

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“Candé daba consejos… enseñaba sin prejuicios… el arte del amor pagado”; por eso, como dice el personaje Papo acã guasu: “El quilombero siempre vuelve a su nido”, a un nido que no es del erotismo. El erotismo es la negación del sexo expeditivo y fácil, que necesita de la novedad, de la novedad que desangustie, que convierta la práctica en una diversión, en un deporte, algo así como un burdel convertido en un gimnasio. Sexo light (pero con privacidad importante, al menos en los burdeles de antes) con expectativa de aprendizaje del varón sería el resumen de mi lectura de esta atrayente novela de relaciones humanas, pocas veces tratadas, de Victorio V. Suárez.

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Es Norma Kambara’y la puta emblemática y reflexiva de esta novela, pag. 77, que dice: “… Aquí ya me ven, puteando a todo vapor. Pero cambiaría de profesión si aparece un buen maquinista de barco que pida mi mano y me lleve a conocer el mar”.

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Norma Kambara´y. Me gusta ese tipo. Es lindo. Haría el amor sin dinero.

Ña Candé. Pero él no te da dinero para que vivas con él. Te paga para que ni bien acabe te fueras.

 

Ágape Psicoanalítico Paraguayo

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