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Nomás uno empieza a leer el texto y ya se encuentra con una carta enviada de un primo a otro primo. Ariel, el de la misiva, busca encontrar el hilo de la historia de su existencia truncada en un episodio dramático que observó en el callejón oscuro del Mercado 4.
Y para reanudar la historia, recurre a José, testigo de aquella horrorosa y macabra visión.
¿Pero quién es José, el protagonista? Pues un niño que vive con sus padres, judíos inmigrantes que han llegado al Paraguay huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. El chico se siente sofocado por el clima asfixiante de la casa donde la convivencia transcurre dentro de algunos ritos propios de la religión judía, la abulia, la falta de comunicación y la tristeza que todo lo infecta.
Hastiado, y con la complicidad de don Jaime, un judío entrado en años, se interna en el pestilente mundo del Mercado 4, mientras su compañero de mentiras va a tomar unas rayas de whisky en el bar del gallego.
José se siente atrapado por la atmósfera del mercado. Despiertan su curiosidad el callado indio de la zona que vende amuletos, la quinielera que indaga en los sueños de sus clientes para luego consultar en su libro y dar dirección a los números que se apostarán en busca de la fortuna salvadora, el gentío sudoroso de múltiples rostros, los apurados carretilleros que van y vienen entre vendedores y compradores, la vendedora de yuyos para curar las más diversas dolencias, todo ese universo donde la pobreza dibuja expresiones sin color.
Hay un tono predominante de tristeza, de desengaño ante la humanidad, de soledad infinita en estas páginas donde la pluma maestra de Susana Gertopán nos lleva, nos arrastra hacia sentimientos que tardan en florecer, y que si florecen, se apagan, se deshojan por culpa de los arrebatos, de la inclemencia de la existencia.
José se hace hombre. Una prostituta le revela el camino hacia el placer sexual.
Sus padres creen que él va a la universidad. Pero no, él se siente cómodo entre la gente del mercado; pone en práctica (y esto es lo importante, lo único trascendental) en los menesterosos cuanto fue aprendiendo de medicina natural a través de su mirada observadora, de sus cuidadosos apuntes. Así, sanando a los demás, a los niños cargados de lombrices, a la gente que gana su miseria del día en aquel sitio embarrado y sucio, se siente redimido. O, mejor, encuentra el sentido de su existencia.
Él admira ese submundo donde las fuerzas de una naturaleza deforme, de una civilización despiadada, devora a los hombres y a las mujeres que lo visitan.
Las discusiones con sus padres se vuelven frecuentes. Ellos viven de la nostalgia, de los recuerdos de los parientes que dejaron en Polonia. Contra el régimen stronista es imposible luchar, pues sus esbirros están a la pesca de cualquier perturbación de la paz, de cualquier acción que pueda traer un desequilibrio a ese orden instalado a la fuerza. Ahora luchan contra el silencio de José, que se niega a salir de sus consultas a los libros, y de su soledad.
Sin embargo, el tiempo se encarga de ir bajando las persianas metálicas de los comerciantes judíos instalados en la zona del Mercado 4. El primero en irse es Jaime, su compañero de aventuras, a quien la muerte sorprende en un sillón. Luego le seguirá su hermano, para quien la soledad se torna insoportable.
El gallego cambia de barrio. Son muy escasas ya las ventas en el bar.
Los padres de José se enteran de que su hijo no pisó jamás las aulas de la universidad. Conocen la historia real, la del hijo que se mezcla, como un curandero, con aquella gente ignorante, para ganar unos cuantos pesos. El padre, desolado, muere llamando a su madre, muerta en Polonia. Le sigue su madre, presa del desánimo.
Con el correr del tiempo los antiguos habitantes del sitio van a otras partes. Es el inicio del éxodo implacable.
José alquila el negocio y vive como puede.
Esta es una historia de muchos matices.
La raíz de la novela es la búsqueda insaciable de una identidad propia.
Y la identidad del protagonista encuentra reposo en muy pequeñas cosas; sin embargo, llegar a ellas, le lleva una vida de penurias y de mucho dolor.
Con un lenguaje atrapante, lleno de oficio, la novelista nos propone una lectura que nos seduce desde la primera hasta la última página. El callejón oscuro muestra el esplendor literario de Susana Gertopán.
La monjita
Guardada en la capilla
se santigua.
Frágil serenidad
irradian de sus ojos.
Está rezando.
Entre súplicas y suspiros,
la pena de ser cautiva
la ahoga por momentos.
Entonces,
allá lo lejos,
en el altar, inaccesible,
un Cristo de bondad la mira.
Él la ama.
Él la protege.
En torbellinos de gozo,
capta la monja su amor.
Con júbilo sale del templo,
levanta al aire sus manos de paloma
y tira a lo alto avemarías y ruegos.
EL soneto de tu voz
Blanda en mi entraña, como tibia lluvia,
beso aplastado corazón a vena;
tiembla en mis ojos, como sol en río
tañe en mis pulsos dolorida plata.
Pincel que te dibuja estremecida
rama en el agua azul de mis anhelos
pasa por mí, y se lleva mi dulzura
como un rayo de luz que fuese abeja.
Ave a quien le nací con viento y nido,
su ala sabe el curso de mi arroyo,
y en el ángulo agudo de su vuelo
-punta de corazón hiriendo en flecha-
una gota de sangre nueva siempre
recarmina las rosas del deseo.
Josefina Plá
La autora agradece cualquier comentario:
sgertopan@hotmail.com
Y para reanudar la historia, recurre a José, testigo de aquella horrorosa y macabra visión.
¿Pero quién es José, el protagonista? Pues un niño que vive con sus padres, judíos inmigrantes que han llegado al Paraguay huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. El chico se siente sofocado por el clima asfixiante de la casa donde la convivencia transcurre dentro de algunos ritos propios de la religión judía, la abulia, la falta de comunicación y la tristeza que todo lo infecta.
Hastiado, y con la complicidad de don Jaime, un judío entrado en años, se interna en el pestilente mundo del Mercado 4, mientras su compañero de mentiras va a tomar unas rayas de whisky en el bar del gallego.
José se siente atrapado por la atmósfera del mercado. Despiertan su curiosidad el callado indio de la zona que vende amuletos, la quinielera que indaga en los sueños de sus clientes para luego consultar en su libro y dar dirección a los números que se apostarán en busca de la fortuna salvadora, el gentío sudoroso de múltiples rostros, los apurados carretilleros que van y vienen entre vendedores y compradores, la vendedora de yuyos para curar las más diversas dolencias, todo ese universo donde la pobreza dibuja expresiones sin color.
Hay un tono predominante de tristeza, de desengaño ante la humanidad, de soledad infinita en estas páginas donde la pluma maestra de Susana Gertopán nos lleva, nos arrastra hacia sentimientos que tardan en florecer, y que si florecen, se apagan, se deshojan por culpa de los arrebatos, de la inclemencia de la existencia.
José se hace hombre. Una prostituta le revela el camino hacia el placer sexual.
Sus padres creen que él va a la universidad. Pero no, él se siente cómodo entre la gente del mercado; pone en práctica (y esto es lo importante, lo único trascendental) en los menesterosos cuanto fue aprendiendo de medicina natural a través de su mirada observadora, de sus cuidadosos apuntes. Así, sanando a los demás, a los niños cargados de lombrices, a la gente que gana su miseria del día en aquel sitio embarrado y sucio, se siente redimido. O, mejor, encuentra el sentido de su existencia.
Él admira ese submundo donde las fuerzas de una naturaleza deforme, de una civilización despiadada, devora a los hombres y a las mujeres que lo visitan.
Las discusiones con sus padres se vuelven frecuentes. Ellos viven de la nostalgia, de los recuerdos de los parientes que dejaron en Polonia. Contra el régimen stronista es imposible luchar, pues sus esbirros están a la pesca de cualquier perturbación de la paz, de cualquier acción que pueda traer un desequilibrio a ese orden instalado a la fuerza. Ahora luchan contra el silencio de José, que se niega a salir de sus consultas a los libros, y de su soledad.
Sin embargo, el tiempo se encarga de ir bajando las persianas metálicas de los comerciantes judíos instalados en la zona del Mercado 4. El primero en irse es Jaime, su compañero de aventuras, a quien la muerte sorprende en un sillón. Luego le seguirá su hermano, para quien la soledad se torna insoportable.
El gallego cambia de barrio. Son muy escasas ya las ventas en el bar.
Los padres de José se enteran de que su hijo no pisó jamás las aulas de la universidad. Conocen la historia real, la del hijo que se mezcla, como un curandero, con aquella gente ignorante, para ganar unos cuantos pesos. El padre, desolado, muere llamando a su madre, muerta en Polonia. Le sigue su madre, presa del desánimo.
Con el correr del tiempo los antiguos habitantes del sitio van a otras partes. Es el inicio del éxodo implacable.
José alquila el negocio y vive como puede.
Esta es una historia de muchos matices.
La raíz de la novela es la búsqueda insaciable de una identidad propia.
Y la identidad del protagonista encuentra reposo en muy pequeñas cosas; sin embargo, llegar a ellas, le lleva una vida de penurias y de mucho dolor.
Con un lenguaje atrapante, lleno de oficio, la novelista nos propone una lectura que nos seduce desde la primera hasta la última página. El callejón oscuro muestra el esplendor literario de Susana Gertopán.
La monjita
Guardada en la capilla
se santigua.
Frágil serenidad
irradian de sus ojos.
Está rezando.
Entre súplicas y suspiros,
la pena de ser cautiva
la ahoga por momentos.
Entonces,
allá lo lejos,
en el altar, inaccesible,
un Cristo de bondad la mira.
Él la ama.
Él la protege.
En torbellinos de gozo,
capta la monja su amor.
Con júbilo sale del templo,
levanta al aire sus manos de paloma
y tira a lo alto avemarías y ruegos.
EL soneto de tu voz
Blanda en mi entraña, como tibia lluvia,
beso aplastado corazón a vena;
tiembla en mis ojos, como sol en río
tañe en mis pulsos dolorida plata.
Pincel que te dibuja estremecida
rama en el agua azul de mis anhelos
pasa por mí, y se lleva mi dulzura
como un rayo de luz que fuese abeja.
Ave a quien le nací con viento y nido,
su ala sabe el curso de mi arroyo,
y en el ángulo agudo de su vuelo
-punta de corazón hiriendo en flecha-
una gota de sangre nueva siempre
recarmina las rosas del deseo.
Josefina Plá
La autora agradece cualquier comentario:
sgertopan@hotmail.com